Reseña publicada en el número
14 de la Revista Mora del Instituto Interdisciplinario de Estudios de
Género (IIEGE) de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos
Aires (UBA)
Galindo,
María y Sánchez, Sonia, Ninguna mujer
nace para puta, Buenos Aires, La vaca, 2007, 220 págs.
Mariana Intagliata y Luciana Guerra
En Ninguna mujer nace para puta,
Sonia Sánchez y María Galindo entablan un diálogo en torno a la
prostitución como escenario de debate para la situación de las mujeres en la
sociedad. En el libro, Sonia se presenta como una mujer rebelde, que formó
parte de dos organizaciones, Asociación de Mujeres Meretrices Argentinas de la
Central de Trabajadores Argentinos (AMMAR CTA) y Asociación de Mujeres Meretrices
Argentinas Capital, (AMMAR Capital), con las cuales rompió. Esta obra es para
ella “una forma de tener voz propia y no permitir que nunca más me la arrebaten
bajo ningún pretexto. Las putas hemos puesto el cuerpo siempre para sobrevivir
y luchar, pero nunca la palabra.” (pág. 15) En este proceso de toma de la
palabra encuentra una aliada, María Galindo, activista lesbiana perteneciente a
una organización feminista autónoma de Bolivia, Mujeres Creando. De esta manera, se plantean impugnar las barreras
que el patriarcado pone en la construcción de un vínculo subversivo, el de
mujer-mujer.
Ninguna mujer nace para puta es una reflexión que surge de una intervención
política en la forma de una muestra artística que lleva su mismo nombre y se
realizó primero en Bolivia y luego en Argentina. El proceso creativo total fue,
según las autoras, desde la vivencia a la construcción de un objeto que la
representara, siendo ese objeto la muestra artística y pasó de ese objeto a la
palabra propia y directa plasmada en el libro. En su análisis, Sonia se apropia
del término puta, no para definirse,
sino para interpelarse a sí misma, a la sociedad y al Estado. Recocoge el
insulto resignificándolo y devolviéndoselo a la sociedad como un espejo que
refleja la hipocresía y la violencia machista.
En el capítulo inicial, titulado “Todas tenemos cara de puta”, ambas
se sumergen en una reflexión en torno a la noción de puta y al universo que la
rodea. Puta es, en principio, un límite construido y sostenido socialmente para
dejar a salvo lo que debe estar del otro lado de esa frontera. En este sentido,
es un instrumento de disciplinamiento para todas las mujeres desobedientes a
los mandatos propios de las sociedades patriarcales.
Uno de los temas centrales del libro es la soledad política de la
puta, una soledad que desde una mirada superficial no se muestra evidente, ya
que la puta está rodeada de fiolos,
prostituyentes y de otras “putas solas”. Sin embargo, la sociedad, al tiempo
que la expulsa, la utiliza, la explota y la humilla. Como se pregunta Sonia:
¿acaso la puta tiene un padre o una madre que digan: “ésta es mi hija”? ¿un
hermano que la nombre hermana, una mujer que la nombre amiga? (pág. 23)
Por su parte, María desarrolla el concepto de omisión de la puta en cuatro sentidos: el filosófico, como una
anulación de su existencia; el ideológico, donde la puta no significa ni
expresa nada, por tanto su situación no es digna de ser interpretada; la
omisión política que la niega como sujeto; y la económica: la presencia de la
puta resulta ser económicamente vital para todos los que viven de la
explotación de su cuerpo, situación que, sin embargo, resulta invisibilizada.
Esta expulsión de la historia que se ejerce sobre la puta tiene como
correlato su omisión del y en el
universo de las mujeres. Como sostiene María, “cuando las mujeres decidimos
pensarnos como colectividad reiteramos la omisión de la puta que del
patriarcado hemos aprendido. Entonces la puta es una categoría de mujer que no
afecta la categoría de mujeres que sí se pueden nombrar como tales.” (pág. 28 y
ss.)
En “La madre que te parió”, segundo capítulo de esta obra, las autoras
reflexionan sobre la maternidad en el contexto de la prostitución, mientras que
en la tercera sección, titulada “No me
gustas cuando callas, porque estás como ausente”, emprenden un interesante
diálogo en torno a la mudez y el silencio como mecanismo de opresión de las
mujeres. Éstas son obliteradas en un lenguaje masculino que les niega
interlocución y un lugar en el mundo del pensamiento. Coincidiendo en que se
llega muda al mundo de la prostitución,
y que la mentira y el miedo son la otra cara del silencio, analizan y
proponen una forma de quiebre con dicha situación. Para ello es necesario,
según Sonia, romper con la máquina de la mentira para poder mirarse más allá de
la máscara de puta. A este proceso, Sonia lo llama “un largo camino de regreso
a casa”, lo cual, en sus propias palabras, significa “comenzar un proceso largo
y difícil que es el apropiarte de tu cuerpo, de tu palabra y de tu decir. La
casa, por tanto, eres tú misma.” (pág. 59). Ponerse en cuestión a sí misma, es
el principio para poder poner en cuestión las relaciones de poder patriarcales.
En el capítulo IV, denominado “Estado proxeneta”, Sonia explica que llega a la formulación de
dicho concepto debido al rol que juega el Estado en relación a la prostitución.
Nos cuenta que cuando pedía educación y trabajo, el Estado le respondía con una
caja de alimentos y preservativos. María, por su parte, extiende el alcance de
dicho concepto, y sostiene que: “el decir “Estado proxeneta” nos aclara el
lugar de objetos sexuales de intercambio que ocupamos las mujeres en todas las
sociedades y culturas del mundo.” (pág.83)
En el capítulo siguiente, “Los parásitos de la prostitución”, se muestra
la situación de constante tutelaje en la que se encuentran las putas. Los
parásitos viven de ellas y su función es la de hablar por ellas,
representarlas, ser sus intermediarios. Como dice Sonia, “te quitan las voz y
te imponen su pensamiento de una manera suavizada, sutil a veces y siempre
disfrazada de ayuda.” (pág. 104) Dicha categoría denomina tanto a los
sindicalistas, las ONG, la iglesia, los organismos de derechos humanos, el
ejército de expertos –psiquiatras, sexólogas, trabajadoras sociales-, y partidos
políticos. En este capítulo, Sonia cuenta su proceso de ruptura con la CTA, el
cual inicia en el momento de definir cómo llamarse a sí mismas. El rótulo de
“trabajadoras sexuales” fue impuesto por la central, por lo cual las que se
rebelaron contra eso fueron expulsadas. Sonia era una de ellas. Luego, juntas
formaron AMMAR Capital donde coincidieron respeto a que la prostitución no es
un trabajo definiéndose a sí mismas como mujeres es situación de prostitución.
El capítulo VI, denominado “Ellos prostituyen y eso está bien, yo me
prostituyo y eso está mal” trata sobre el lugar de los varones en la
prostitución. Las autoras describen el vacío político de dicho lugar debido a
que “el mundo masculino está muy lejos de llegar a interpelarse a sí mismo en
su conexión con el consumo de otros cuerpos, con el consumo de los cuerpos de
las mujeres, con los procesos de humillación y cosificación.” (pág. 131) En el apartado “El príncipe azul no existe,
el fiolo sí”, describen el mundo
masculino que rodea a la puta en la conexión entre proxeneta, prostituyente,
policía y marido. Lo que todos ellos tienen en común es el poder sobre el
cuerpo de las mujeres. La complicidad respecto a esta situación es institucional, sistémica y cultural.
Sonia explica cómo el mal llamado “cliente” es en verdad un
prostituyente, un explotador cuyo sentido máximo de excitación sexual es la
posesión del cuerpo de las mujeres. María, por su parte señala cómo en las
sociedades patriarcales el derecho a prostituir es considerado un privilegio
masculino y el hecho de prostituirse, es visto, en cambio, como una culpa
femenina. La familia es cómplice y soporte, a su vez, de la doble moral en la
que se desenvuelve la prostitución. En tanto institución patriarcal, no
interpela ni al hermano, ni al padre, ni al marido respecto al consumo de
prostitución, ya que éste, sostiene un estereotipo masculino de virilidad.
Funciona, dicen las autoras, como una confirmación del poder masculino. “El
ejemplo del padre que lleva al hijo a “debutar” delata también esto: es el hijo
que adquiere el acceso a un privilegio y a través de ese privilegio, a una
condición de hombría.” (pág. 139)
Otra manera de mirar al prostituyente, es como un torturador y el
lugar de encuentro con él, un espacio donde está en juego la vida de la
puta. En este cuarto confluye el miedo,
la humillación y la violencia del prostituyente-torturador, que por la mañana
es padre, hermano o marido “respetable”. Como dice Sonia, “La cara del
prostituyente es la cara más grotesca del poder sobre los cuerpos de las
mujeres.” (pág. 136)
En “A la puta calle”, analizan las zonas rojas como el lugar asignado
por el poder para delimitar el espacio de lo Otro del de la legalidad -de lo
Uno, del ciudadano. Ese espacio funciona como un gueto, donde las putas pueden
ser vigiladas por los organismos del orden y ser a la vez esclavizadas,
entregadas al servicio de los hombres de la ciudad. La zona roja es una zona de
explotación, promovida por los Estados.
“¿Cómo construir una organización entre nosotras?” es el nombre del
capítulo final, en el que reflexionan acerca de la posibilidad de esa
construcción, que implica un sujeto colectivo y una “complicidad de
compañeras”. Retomando la idea del vínculo subversivo mujer-mujer, analizan las
dificultades que dicha construcción acarrea. La raíz subversiva del vínculo se
debe a la prohibición, eliminación y persecución a la que se ha visto sometido
en toda sociedad patriarcal y al interior de cualquier cultura. El
intermediario del sentido de la relación mujer-mujer siempre ha sido el varón,
lo cual explica también, según las autoras, la casi total inexistencia de
organizaciones de mujeres autónomas.
Ninguna mujer nace para puta es un libro dinámico: atraviesa límites en el
mismo momento en que reflexiona sobre ellos, forma parte de un proceso que
comienza antes de él y que no se detiene con él, pero al que sirve de impulso.
No sólo aborda la problemática de la prostitución como un espejo de la sociedad
en la que vivimos y de la opresión patriarcal, sino que propone la
transformación desde la rebeldía y la creatividad para que las mujeres podamos
recuperar nuestras voces y nuestros cuerpos. De ahí el lema “indias, putas y
lesbianas/ juntas, revueltas y hermanadas”, que reivindica la alianza entre
mujeres rebeldes que se asumen como sujetos y toman la palabra.
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