Ponencia presentada en las VII Jornadas de Investigación
de Filosofía, 27, 28 y 29 de abril de 2011 del Departamento de Filosofía de la Facultad de Humanidades y
Ciencias de la Educación,
Universidad Nacional de La
Plata.
El amor libre: un problema
político en el pensamiento de Alejandra Kollontai
Luciana Guerra
El amor es el opio de las
mujeres
Kate Millett
Introducción
En el siguiente trabajo, me propongo hacer una primera aproximación a
la noción de “amor libre” o “amor camaradería” desarrollada por Alejandra
Kollontai (1872-1952). El objetivo central que orienta estas reflexiones es
poner de manifiesto el rol protagónico que para dicha autora tiene el amor en
la vida política no sólo para la construcción de las relaciones igualitarias
entre los sexos, sino también para la sociedad en general. Al mismo tiempo, me
propongo analizar el enfoque desde el cual Kollontai concibe al amor destacando
los factores psico-sociales y políticos que atraviesan sus formulaciones.
Lo personal es político
Para Kollontai, el
amor, si bien en los primeros grados de desenvolvimiento de la humanidad era un
fenómeno biológico (instinto de reproducción), con el correr de los siglos pasó
a convertirse en un sentimiento de mayor complejidad y de carácter netamente
social y psicológico.
Kollontai denominó
“Eros sin alas” al amor como mero instinto biológico de reproducción y “Eros
alado” al amor como fuerza psico-social. En sus palabras
Ha llegado el momento de reconocer abiertamente que el amor
no es solamente un poderoso factor de la Naturaleza, que no es únicamente una
fuerza biológica, sino también un factor social. Lo cierto es que el amor en
sus diferentes formas y aspectos, ha constituido en todos los grados del desenvolvimiento
humano una parte indispensable e inseparable de la cultura intelectual de cada
época. Hasta la burguesía, que reconoce algunas veces que el amor es “un asunto
de orden privado”, sabe en realidad cómo encadenar el amor a sus normas morales
para que sirva al logro y afirmación de sus intereses de clase.[1]
Como podemos ver en
la cita anterior, Kollontai rechaza la idea de que el amor sea de carácter
netamente biológico, es decir, que no esté atravesado por condicionamientos
culturales. Se opone de esta forma a la ideología que pretende hacer pasar al
amor como producto de leyes naturales necesarias. Ya que de ser así, las
relaciones de amor sexuales estarían sujetas a leyes respecto de las cuales los
seres humanos no podrían más que acatarlas pasivamente. Pero Kollontai observa
que el amor no ha sido siempre igual a sí mismo a lo largo de la historia ni en
diferentes culturas. Por lo cual realiza un estudio histórico de las distintas
nociones de amor que se expresaron en diversas sociedades para probar que el
amor o el “Eros alado” es indisociable de la intelectualidad de cada época. Con
esta afirmación, no sólo está resaltando el carácter histórico y cambiante del
amor, sino también que su organización o estructuración está configurada por
los juicios, valores, creencias e intereses de cada época y de cada cultura. De
esta forma, se aparta de posicionamientos deterministas o biologicistas para
defender una mirada constructivista del amor.
En un escrito de su
autoría titulado Un poco de Historia Kollontai
hace un recorrido histórico analizando las distintas nociones de amor que
operaron en las sociedades patriarcal, antigua, feudal y burguesa para luego
proponer el tipo de amor que debería promoverse en la nueva sociedad comunista.
De esta manera fundamenta su afirmación respecto de que la cultura es la que
establece las reglas que determinan cuándo y en qué condiciones el amor es
legítimo y cuándo no lo es.
Para la autora, el
amor cobra significado social por medio de las normas culturales que lo
moldean. Las sociedades definen qué es normal y qué no lo es respecto de las
relaciones eróticas. De esta manera es transmitido y divulgado en los procesos
de socialización. Si el amor se educa, si está determinado por la cultura, no
es posible, a los ojos de Kollontai, considerarlo un problema de orden privado.
Por el contrario, el amor es un problema público. Con esta afirmación, vemos
cómo la consigna del feminismo de la segunda ola que afirma que “lo personal es
político”, aparece anticipada en su pensamiento. El amor, en tanto sentimiento
social, no sólo nos informa de los valores de la persona involucrada
emotivamente. Como vimos, el amor también tiene mucho que decir respecto de la
intelectualidad cultural de cada época y de las relaciones de poder que lo
atraviesan. Es decir, la noción de amor que cada sociedad construye y transmite
se define desde una ideología. Por eso, el amor es indisociable del ideal a
partir del cual se lo valora y concibe. Es por eso que la concepción que parece
operativa en el pensamiento de Kollontai respecto del amor es cognitivista y
constructivista. El amor es un sentimiento social, histórico, por tanto
cambiante, cuya valoración moral varía según la ideología y los intereses a
partir de los cuales se lo reglamente. Según la normatividad que lo estructure,
el amor puede servir para construir relaciones amorosas igualitarias u
opresivas. Pero eso no depende de los individuos aislados, sino, de la sociedad
en su conjunto.
La crítica que lleva
adelante respecto del ideal del amor burgués tiene como centro la
visibilización de la moral sexual que estructura las relaciones entre los sexos
situando a la mujer en un lugar de subordinación. Consciente de que no sólo por
cuestiones económicas eran oprimidas las mujeres, sino también por cuestiones
de sexo, la dirigente rusa emprendió una batalla política e ideológica para
lograr una transformación profunda de la psicología humana que dé nacimiento no
sólo al “hombre nuevo”, como Marx sostenía, sino también, a la “mujer nueva”.
La sujeción femenina
se debe, en gran medida, al carácter devorador del amor burgués y su doble
moral sexual que promueve la renuncia del propio yo de las mujeres En sus
palabras:
Estamos acostumbrados a valorar a la mujer, no como una
personalidad, con cualidades y defectos individuales, independientes de sus
sensaciones psicofisiológicas. Para nosotros la mujer no tiene valor más que
como accesorio del hombre. El hombre, marido o amante, proyecta sobre la mujer
su luz; es él, y no ella misma, a quien tomamos en consideración como el
verdadero elemento determinante de la estructura espiritual y moral de la
mujer. En cambio, cuando valorizamos la personalidad del hombre hacemos por
anticipado una total abstracción de sus actos con relación a las relaciones
sexuales.[2]
La agudeza del
análisis de Kollontai muestra cómo, la moral sexual, es intrínseca a la
experimentación misma del amor. La moral determina qué experiencias son
adecuadas y cuáles. Kollontai observaba cómo, las mujeres, eran educadas para
que el centro de su vida sea el amor. Pero como vimos, cada sociedad tiene un
ideal de amor, una noción de amor que regula las experiencias amorosas.
Lo que Kollontai visibilizaba
era la doble moral (podríamos agregar que sigue siendo doble), ya que ante
acciones idénticas, se juzga de manera diferente según el sexo de la persona
que protagonice el acto. El disciplinamiento sexual recae con toda su fuerza,
fundamentalmente, sobre las mujeres. La “pureza”, por ejemplo, es considerada
una virtud femenina. Si una mujer tiene relaciones sexuales con quienes desea,
cuantas veces quiera, es condenada moralmente. Cosa que no ocurre con los
varones, por el contrario, cuantas más mujeres “conquiste” sexualmente un
varón, más estatus de virilidad obtiene.
Observamos una
continuidad de esta línea de pensamiento en Simone de Beauvoir. Tomando como
marco de análisis la dialéctica del amo y el esclavo, Beauvoir afirma que el
Sujeto, lo Uno, es exclusivamente masculino y lo femenino aparece en el lugar
de lo Otro absoluto. En sus palabras:
La Humanidad es macho, y el hombre define a la mujer no en sí
misma, sino con relación a él, no la considera como un ser autónomo. “La mujer,
el ser relativo”…, escribe Michelet. (…) El hombre se piensa sin la mujer. Ella
no se piensa sin el hombre”. Y ella no es otra cosa que lo que el hombre decida
que sea; así se la denomina “el sexo”, queriendo decir con ello que a los ojos
del macho aparece esencialmente como un ser sexuado: para él, ella es sexo; por
consiguiente lo es absolutamente. La mujer se determina y se diferencia con
relación al hombre, y no éste con relación a ella; la mujer es lo inesencial
frente a lo esencial. Él es el Sujeto, él es lo absoluto; ella es lo Otro.[3]
Esta situación de
sujeción de las mujeres es rechazada por Kollontai tanto desde un punto de
vista moral, como político y antropológico. Aspectos que se entrelazan en un
proyecto ideológico basado en la dominación. En este entramado de relaciones
jerárquicas, el amor es crucial tanto para la vida moral como política y fundamentalmente
para la constitución subjetiva de los seres humanos. Ya vimos cómo Kollontai
cuestionaba el encadenamiento del amor a las normas morales burguesas que
convertían al amor en un instrumento de opresión.
En disidencia por un
lado, con la moral burguesa, que hoy bien podríamos llamar patriarcal, y de la
fuerte tendencia de sus camaradas respecto a devaluar el valor del amor tanto
en la vida moral como en la política, Kollontai sostiene el rol irremplazable
del amor como fuerza psicosocial para la construcción de la comunidad
socialista.
La posibilidad de un
cambio radical de la psicología humana depende de que los lazos sociales
encuentren su fundamento en lo que
Kollontai denominó “amor camaradería”.
El “Eros de alas
desplegadas” tiene que formar parte del proyecto socialista porque sólo a
través de la erotización (en sentido amplio, no sólo sexual) de las relaciones
humanas es posible la solidaridad y el respeto de la individualidad de todas y
todos sus integrantes. La noción de amor aparece en esta perspectiva como una
fuerza que une a las personas. Pero para que esta unión sea liberadora debe
basarse en los principios de solidaridad, cuidado y respeto de los integrantes
de la comunidad.
La nueva sociedad comunista está edificada sobre el principio
de la camaradería, de la solidaridad. Pero ¿qué es la solidaridad? No solamente
debemos entender por solidaridad la conciencia de la comunidad de intereses: la
solidaridad la constituyen también los lazos sentimentales y espirituales
establecidos entre los miembros de una misma colectividad trabajadora. El
régimen socialista edificado sobre principios de solidaridad y colaboración
exige, sin embargo, que la sociedad en cuestión posea desarrollada en alto
grado, “la capacidad de potencial de amor”, es decir, la capacidad para
sensaciones de simpatía.
Si estas sensaciones faltan, el sentimiento de camaradería no
puede consolidarse. Por eso intenta la ideología proletaria educar y reforzar
en cada uno de los miembros de la clase obrera sentimientos de simpatía ante
los sufrimientos y las necesidades de sus camaradas de clase. También tiende la
ideología proletaria a comprender las aspiraciones de los demás y a desarrollar
la conciencia de su unión con los otros miembros de la colectividad. Pero todas
estas “sensaciones de simpatía”, delicadeza, sensibilidad y simpatía, se
derivan de una fuente común: de la capacidad para amar, no de amar en un
sentido propiamente sexual, sino del amor en un sentido más amplio de esta
palabra. El amor es un sentimiento que une a los individuos.[4]
De la cita expuesta
con anterioridad podemos ver la validación del amor en la moralidad ya que no
hay posibilidad de relaciones solidarias sin que estén atravesadas por el
sentimiento de amor en sentido amplio. Sin un compromiso emocional con las
necesidades y sufrimientos de las otras personas, la solidaridad se convierte
en un mandato moral vacío y frágil. La educación es fundamental en la
estimulación de vínculos solidarios. Pero en el pensamiento Kollontai, la moral
no se construye desde un frío cálculo racional, sino, por el contrario, desde
la emotividad que constituye su propio cuerpo. La moralidad es el producto de
una emoción pensante; de una intelectualidad erótica. Razón y emoción no son
entendidos como polos opuestos. La columna vertebral del amor es un juicio o un
conjunto de juicios de valor y principios construidos culturalmente que
producen una moralidad en consonancia con un proyecto político y social.
Los seres humanos no
son pasivos respecto de las emociones, sino que por el contrario, las mismas
son producidas por la cultura. Esta producción no radica en producir las
emociones en sí, es decir, la cultura no crea el odio, o el amor o la gratitud.
Lo que hace la cultura es darle estructura, sentido, significado,
intencionalidad. La cultura organiza las emociones. Desde pequeñas/os se nos
enseña a sentir asco por determinadas cosas y no por otras. Qué es lo que hay que odiar, qué es lo que
hay que desear, qué objetos o personas nos deben dar asco, que situaciones
merecen gratitud, etc. Y qué sea digno de odio, o de amor, depende de la escala
de valores, la ideología y la concepción de ser humano desde donde se esté
evaluando.[5]
En ese sentido, es
oportuna una cita de Kollontai donde expone, con total claridad, tanto el lugar
fundamental del amor, como de las transformaciones necesarias de esta emoción
para la realización de su proyecto de emancipación de las mujeres y de la
sociedad en su conjunto.
Si logramos que de las relaciones de amor desaparezca el
ciego, el exigente y absorbente sentimiento pasional; si desaparece también el sentimiento de propiedad lo mismo
que el deseo egoísta de “unirse para siempre al ser amado” si logramos que
desaparezca la fatuidad del hombre y que la mujer no renuncie críticamente a su
“yo” no cabe duda que la desaparición de todos estos sentimientos harán que se
desarrollen otros elementos preciosos para el amor. Así se desarrollará y
aumentará el respeto hacia la personalidad del otro lo mismo que se
perfeccionará el arte de contar con los derechos de los demás; se educará la
sensibilidad recíproca y se desarrollará enormemente la tendencia de manifestar
el amor no solamente con besos y abrazos, sino también con una unidad de acción
y de voluntad en la creación común.[6]
Conclusiones
La moral es la gramática del deseo
Alejandra Pizarnik
Este recorrido por el
pensamiento de Kollontai sobre el amor, permite destacar el valor cognitivo que
le da al mismo en la experiencia moral. La “capacidad de amar” es, a los ojos
de Kollontai, condición necesaria para la construcción de lazos morales basados
en la solidaridad y el respeto de las otras y los otros. El “Eros alado” es la
emoción social que garantiza la consolidación de los sentimientos de simpatía.
De esta forma, podemos afirmar que para Kollontai, los sentimientos de simpatía
respecto de los sufrimientos de las otras y los otros son la columna vertebral
de la agencia moral.
Cabe señalar que el
amor, en Kollontai, al ser una fuerza psico-social, puede ser utilizado por la
cultura tanto para consolidar un orden esclavizante, como para la construcción
de una sociedad igualitaria. Es por ello, que la validación moral del amor en
el pensamiento de Kollontai depende del principio que lo configure y
estructure. Ya vimos cómo el amor y la moral burguesa son rechazados por la
dirigente socialista. El principio rector de los mismos es la valoración de las
relaciones de propiedad y la desigualdad entre los sexos. El amor no es
validado en el pensamiento de Kollontai por sí mismo, desde un abordaje
metafísico. Por el contrario, es fundamental el abordaje contextual y político
del mismo. La noción de amor que Kollontai defiende es la que se basa, como
vimos, en el principio de solidaridad y de respeto de la individualidad de cada
ser humano. El “amor camaradería” o “amor libre” aparece como el fundamento de
la moral proletaria propuesta por Kollontai. La validación del mismo se
inscribe en la dimensión política de su pensamiento moral. La noción de amor
libre, permite construir relaciones igualitarias y terminar con la sujeción psicológica
de las mujeres respecto de los varones.
Cabe destacar que una de sus batallas
centrales al interior del partido, fue la de defender el desarrollo del
“potencial de amor” para la configuración de las relaciones morales, en
oposición a quienes sostenían que los problemas emocionales, afectivos,
eróticos, en suma, amorosos, eran problemas secundarios y de nula relevancia
política.
En una carta a un
joven camarada sostiene:
La tarea de la ideología proletaria no es pues, separar de
sus relaciones sociales al “Eros alado”. Consiste simplemente en llenar su
carcaj con nuevas flechas; consiste en hacer que se desarrolle el sentimiento
de amor entre los sexos, basados en la más poderosa fuerza psíquica nueva: la
solidaridad fraterna.
Espero joven camarada, que ahora verás claramente que el
hecho de que el problema del amor despierte un interés tan extraordinario entre
la juventud trabajadora no es en modo alguno síntoma de “decadencia”. Creo que
ahora podrás encontrar por ti mismo el lugar que debe corresponder al amor, no
sólo en la ideología del proletariado, sino en la vida diaria de la juventud
trabajadora.[7]
De esta forma podemos
ver cómo, el amor es para Kollontai la fuerza psíquica de la cual depende la
construcción de una sociedad igualitaria y un componente privilegiado de la moralidad.
Bibliografía
-de Beauvoir, S.,
2005, El Segundo Sexo, Buenos Aires,
Sudamericana.
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2009, El existencialismo y la sabiduría
de los pueblos, Buenos Aires, Edhasa.
-Harvey, J., 2004, “Gratitude, Obligation and Individualism” en Moral
Psycology ed. Por Peggy Des Autels y Margaret Urban Walker, Lanham: Rowman
& Littlefield.
-Jaggar, A., 1989, “Love and Knowledge: emotion in Feminist
Epistemology”, en Ann Garry y Marilyn Pearsall, eds. Women, Knowledge and
Reality: Ecplorations in Feminist Philosophy, Boston: Unwin Hyman.
- Kollontai, A., La mujer nueva y la moral sexual. Santiago
de Chile, Cultura.
-Miguel Álvarez, A. de., 2000, Alejandra Kollontai:
la mujer nueva, Arenal, 7.1.
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Marxismo y feminismo en Alejandra Kollontay, Madrid, Instituto de
Investigaciones.
-Millet, K., 1995,
Política Sexual, Madrid, Cátedra, 1995.
-Rich, A., 1985, “Heterosexualidad obligatoria y existencia lesbiana” Nosotras que nos queremos tanto”,
Madrid, Colectivo de Lesbianas Feministas, nº 3.
-Rubin Gayle, El tráfico de mujeres:
notas sobre la economía política del sexo,
Revista Nueva Antropología.1986. p. 49
-Salles,
A., 2002, “Reivindicando las emociones: contribución de la ética feminista” en Mora: Revista del Instituto
interdisciplinario de Estudios de Género: 8, p.57-58.
--------------------,
1994, Racionalidad, Emociones y Acción Moral”, Revista Latinoamericana de
Filosofía 20:1. P.111-124
[1] Alejandra Kollontai, La mujer
nueva y la moral sexual. Santiago de chile, Cultura, p.99
[2] Alejandra Kollontai, La mujer
nueva y la moral sexual. Santiago de chile, Cultura. p.86
[3] Simone de Beauvoir. El Segundo
Sexo, Buenos Aires, Sudamericana, 2005. p.18
[4] Alejandra Kollontai. op. cit. p.113
[5] Al sostener que la intencionalidad de las emociones se construye
socialmente lejos estamos de defender un determinismo sociológico que le
impediría a los individuos disentir con los mandatos sociales. Por el
contrario, al estar determinadas culturalmente, es factible de transformaciones
y modificaciones ya que la rebelión y disidencia es tan posible como también lo
es la obediencia a las normas y mandatos.
[6] Alejandra Kollontai. Op. Cit. p. 124
[7]Alejandra Kollontai. Op. Cit. p. 124-125
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