Disponible en el siguiente link del archivo documental digitalizado del activismo lésbico Potencia Tortillera:
https://drive.google.com/file/d/0BwhIfQse-ZpXVGdzYkxxdkpIZkE/view
http://potenciatortillera.blogspot.com/2011/12/luciana-guerra.html
Lo personal es político: ¿Violencia entre lesbianas o violencia ejercida por una
lesbiana violenta sobre otra?
Luciana Guerra
I
Cuando hablamos de violencia de género, en específico, la violencia contra las mujeres,
desde nuestra militancia feminista, siempre la pensamos como una violencia política,
una violencia estructural que se basa en las relaciones de dominación patriarcal. Cuando
un varón heterosexual ejerce cualquier forma de violencia sobre su amante, esposa o
novia, la llamamos violencia machista o violencia de género. Si una mujer denuncia esa
violencia, sabemos que la sociedad en su conjunto, al naturalizar la violencia machista,
es decir al considerarla algo normal, por ende algo aceptable, genera lo que
denominamos la revictimización de la mujer. Es decir, la mujer violentada, al denunciar
y querer enfrentar esa violencia, se encuentra con que la sociedad la hace responsable de
lo que sufrió. La ciencia inventa conceptos como los de masoquismo para decir que hay
mujeres que les gusta y gozan cuando las violentan. Las familias, encubren al violento
minimizando la violencia ejercida. Los jueces dejan impunes a los violentos. La
mayoría de las mujeres víctimas de femicidio habían denunciado a sus asesinos
previamente, pero las complicidades Estatales, Institucionales, policiales, sociales, y
comunicacionales le dan vía libre a los violentos para que sigan ejerciendo ese poder de
dominación y aniquilamiento de la vida y la subjetividad de las mujeres. Para el
violento la impunidad y para la mujer violentada el miedo, el silencio.
La sociedad y sus mecanismos de complicidad con la violencia machista vuelven a
violentar una y otra vez el cuerpo de la mujer que quiere salir de esa situación de
violencia. Porque seguro miente, porque la voz de la mujer no tiene credibilidad, porque
ella lo provocó, porque a él hay que comprenderlo ya que fue criado en una familia
violenta y también es víctima de su violencia, o minimizando la situación violenta con
frases del tipo “lo que le hizo tampoco es para tanto…”
Nosotras decidimos militar y construir un espacio de mujeres. Uno de los argumentos
de los varios que nos llevan a defender la decisión política de organizarnos sin varones
es que ese poder que ellos ejercen por el simple hecho de ser varones en una sociedad
tiende a silenciar la voz de las mujeres.
En los encuentros de mujeres muchas veces afirmamos con otras mujeres lo casi
imposible que es poder hablar de las heridas más profundas que dejó marcado el
machismo en nuestro cuerpo si hay un varón presente. El silencio es poderoso y cuando
nos atrevemos a hablar, esas casi inaudibles palabras que expresamos contienen el feroz
miedo que se siente cuando nos animamos a decir basta. Y así, con un mundo patriarcal
en contra, le pedimos ayuda a alguna amiga, hermana, compañera, para que ese No que
expresa nuestros más profundos aunque lastimados y debilitados deseos de recuperar la
alegría, la autoestima y la libertad, sea audible. Para que ese No sea una puerta cerrada a
la violencia y una puerta abierta al empoderamiento de nuestros deseos de vivir, de
empezar otra vez, pero sin esa violencia que nos devora.
Pero qué pasa cuando aparece otra forma de violencia, una violencia que no está
teorizada, que no está discutida, que no está incorporada a la agenda feminista ni a la
lesbofeminista, que es la violencia entre lesbianas.
Nuestra teoría nos dice que el sujeto de la violencia machista es el varón, los femicidios,
por ejemplo, son los asesinatos que cometen los varones sobre las mujeres por el simple
hecho de ser mujeres.
¿Pero qué pasa cuando la violencia, esa violencia utilizada como medio de dominación
control y aniquilamiento subjetivo y a veces físico de la otra persona, es ejercida por
una lesbiana o una mujer sobre otra lesbiana o mujer? ¿y cuando es ejercida por una
lesbiana feminista sobre otra lesbiana o mujer, sea esta feminista o no? ¿Qué pasa
cuando la sujeta de la violencia es la misma que, desde la teoría lesbofeminista o
feminista, supuestamente es la que lucha contra la violencia hacia las lesbianas, hacia
las mujeres?
¿Cómo tiene que actuar una colectiva feminista o lesbofeminista cuando una de sus
integrantes ejerce violencia sobre su pareja, también integrante de la colectiva?
No tenemos herramientas teóricas que orienten nuestras prácticas para abordar esta
situación porque nunca discutimos en nuestro espacio violencia entre lesbianas.
Al abrirse este problema político, a mí se me abrieron una infinidad de preguntas que no
puedo responder y que quisiera pensar colectivamente con mis compañeras, con mis
amigas, con las feministas y con quien quiera reflexionar sobre este tema, para poder
encontrar caminos que nos permitan luchar contra esta violencia y también claro está,
prevenirla. En este sentido, resultan valiosísimos los aportes de las compañeras de
Desalambrando Bs. As., primer programa en Argentina dedicado a la Prevención,
Asistencia e Investigación sobre violencia, cuando esta tiene lugar en las relaciones
entre lesbianas / bisexuales:
Desalambrando surge en base a la demanda de lesbianas / bisexuales que se
encontraban en situaciones de maltrato y/o violencia en sus vínculos. Es pionero
en Argentina. A partir de mayo de 2002 –por iniciativa de Fabiana Tron- se
establece como Programa con identidad propia y objetivos específicos, recogiendo
el trabajo y la experiencia desarrollados en Lesbianas a la Vista, grupo de
militancia sobre visibilidad, donde se había generado, por primera vez, un
espacio de apertura para comenzar a hablar sobre estos temas. Desde aquel
inicio, el Programa ha estado dedicado a la prevención, atención e investigación
de la violencia, tanto de aquella que tiene lugar en las relaciones entre lesbianas /
bisexuales; como de la que se reproduce social y culturalmente, a través de
dispositivos mediáticos, grupales e institucionales. Actualmente, el staff de
integrantes está compuesto en su mayoría por lesbianas y bisexuales –
profundamente involucradas con el tema, algunas sobrevivientes de maltrato- y
por especialistas en el abordaje y tratamiento de las problemáticas de la violencia
y la discriminación1
II
¿Cuáles son las diferencias entre un varón heterosexual que ejerce violencia y una mujer
heterosexual que ejerce violencia sobre su pareja?
Siempre que hablamos de violencia contra las mujeres nunca falta el que dice: ¡pero
también hay mujeres que violentan a sus esposos, novios o amantes! Nosotras
respondemos, pero esa violencia que ejercen las mujeres sobre los varones no es
estructural como sucede a la inversa, ni está promovida por los medios de
comunicación, ni amparada por la impunidad de una justicia machista, ni es un mandato
inscripto en el género femenino. Es decir, a nivel Estatal, institucional, y
representacional (medios de comunicación, ciencia, etc.) no se transmiten mensajes
compulsivos para que las mujeres violenten, dominen y controlen a través del
disciplinamiento erótico y corporal a los varones. No forma parte de la estructura de la
1
http://www.desalambrandobsas.org.ar/
violencia de género que una mujer decida sobre el cuerpo de un varón. El estereotipo de
masculinidad hegemónico es el que tiene inscripto como mandato el ejercicio de la
violencia. En el estereotipo femenino se inscribe la debilidad y el cuidado a los otros, no
la fuerza ni la violencia. Los varones tienen que mandar y las mujeres tienen que
obedecer, si esto no se respeta, si la mujer cruza las fronteras que su género le prescribe,
aparece la violencia machista para corregirla, para poner a la mujer en su lugar de
mujer, es decir, de subalterna de los varones.
No deja de ser verdad que hay mujeres que violentan a sus esposos o novios. Pero es un
dato fundamental que a nivel estadístico no son significativas como sí lo son los casos
de violencia contra las mujeres y los femicidios como la forma extrema de esa violencia
de género.
Pero la violencia de género no es la única forma de violencia que existe a nivel
estructural en nuestra sociedad. También está la violencia racista o la violencia
xenófoba. Es decir, formas de violencia opresivas organizadas en torno a la
discriminación de un grupo sobre otro por considerarlo inferior, anormal, bárbaro,
inferior por naturaleza, etc. (ej. las mujeres, lxs travestis, los putos, los/as negros/as,
las/os extranjeras/os, etc, ) Esto no significa que todos los blancos violentan a todos los
negros, ni que todos los varones violenten a las mujeres, porque siempre hay
desobediencias y corrimientos de los lugares de poder establecidos estructuralmente y
porque quienes forman parte del grupo homogeneizado a partir de la marca que los
segrega, marca de género, marca de clase, marca de etnia, etc. tienen capacidad de
resistencia y de lucha. A su vez, aunque son pocos, no dejan de existir aquellas/os
que deciden reconocer sus privilegios (por pertenencias de género, etnia, clase, etc) y
repudiarlos, rechazarlos y combatirlos políticamente.
Pero también hay violencias naturalizadas en todas las instituciones de nuestra sociedad
porque están configuradas jerárquicamente. Se institucionalizan relaciones
jerarquizadas, se reglamentan y se le pone nombre a cada extremo de las relación
jerárquica de poder. Por ejemplo: el docente sobre el estudiante, el padre sobre el hijo,
el esposo sobre la esposa, el médico sobre el/la paciente, etc. (Lo que Foucault llamaría
la red de instituciones de secuestro). Quienes ocupen esos lugares de poder
institucionalizado, van a ser, en su amplia mayoría, quienes reúnan la mayor cantidad de
marcas grupales consideradas superiores. Es decir, un sujeto que sea varón,
heterosexual, blanco, de clase media o alta, va a ser mayoritario en los lugares
jerárquicos, es decir, los lugares de poder institucional.
Pero también está la violencia que no se explica por marcas de subalternidad como el
género, la etnia, la nacionalidad, la edad. Y esa violencia, en principio, es la violencia
física o psíquica que se da a nivel individual en una relación de pareja de mujeres o de
lesbianas o de bisexuales, o de travestis, o de trans o de gays. El micropoder que
atraviesa todas las relaciones humanas. Quisiera distinguir, por un lado, al modelo
jérarquico del micropoder entendido éste como una relación de poder donde una
persona puede ejercer dominio y control, por ende violencia, sobre otra. Y por otro, las
relaciones de empoderamiento, entendidas como la búsqueda de relaciones donde el
poder sea simétrico. El empoderamiento como la construcción de relaciones que nos
permitan decidir sobre nuestras vidas, sobre nuestros cuerpos, sobre nuestros deseos. El
empoderamiento como una reorganización no jerárquica del poder que circula en toda
relación humana. El empoderamiento como la construcción de relaciones colectivas de
apertura y expresión que nos den herramientas de autodefensa y nos empodere en
autonomías. Para que como decía un anarquista, la libertad de la/el otra/o no sea el
límite de mi libertad, sino, por el contrario, lo que la confirma y la extienda hasta el
infinito. Pero esta frase tan linda de leer, en tanto frase, puede estar en boca de cualquier
persona, de personas violentas, de personas machistas, racistas o simplemente de
personas que construyen sus relaciones personales desde el control del otro/a.
Para mí, el desafío es poder construir nuestras relaciones desde esta perspectiva. Es
decir, que transformemos las relaciones de poder jerárquico en relaciones empoderantes.
EL impacto subjetivo de la revictimización es antiempoderante. Es intentar
aniquilar absolutamente la subjetividad de quien vive violencia. Las justificaciones
pueden ser cuando quien recibe la violencia es una puta, una travesti, un negro, una
mujer, una lesbiana, un judío. Es decir, la marca de estigmatización inventada por el
grupo que ejerce violencia-poder para legitimar el ejercicio de esa violencia machista,
racista, etc.
Pero también se da el encubrimiento por involucramiento emocional, cuando la persona
violenta es una persona amada, se generan mecanismos de negación, silencios, y
complicidades para no reconocer esa violencia, para minimizarla o culpar a quien es
violentada/o. Si quien ejerce violencia es una persona que reúne determinadas
“identidades” por ejemplo: una lesbiana feminista en una colectiva feminista, y ejerce
violencia sobre otra, puede aparecer la revictimización si se tiene consideraciones con la
lesbiana feminista violenta y se pone en duda a la lesbiana violentada. Complicidad,
para mí, es clausurar la posibilidad de la expresión de quien es violentada con el
silencio, o con la incredibilidad de su voz, en caso de que se anime a hablar. El miedo
que genera la situación de violencia, más el miedo a ser juzgada al denunciar esa
violencia se unifican en el mismo cuerpo violentado.
Si bien tengo más preguntas que respuestas sobre la violencia de una lesbiana feminista
sobre otra, hay algo que me parece sumamente importante, y es que en una colectiva
feminista, NO PUEDE HABER REVICTIMIZACIÓN al momento de abordar una
situación de este tipo.
No me parece que esté bueno nombrar estas situaciones de violencia “violencia entre
lesbianas” porque la frase muestra que hay violencia entre dos lesbianas pero las dos
lesbianas aparecen en pie de igualdad. Es decir, si hay violencia es porque hay una
lesbiana violenta y otra violentada. No hay, a mi modo de ver, una horizontalidad. Dos
lesbianas iguales, dos lesbianas en medio de las cuales hay violencia, una violencia que
no tiene nombre específico. No es igual la que controla a la que es controlada, no es
igual la que golpea a la que es golpeada, no es igual quien domina y quien es dominada.
Por eso, me parece que cuando hay una relación de control, dominio y violencia ejercida
por una lesbiana sobre otra, deberíamos buscarle un nombre más apropiado para que no
se inviertan los lugares de cada quién.
Porque ponerle palabras al silencio, poder nombras a las cosas por su nombre como dice
Soña Sánchez sin suavizar ni maquillar las violencias que las constituyen es
fundamental.
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