viernes, 3 de enero de 2020

Lo personal es político: ¿Violencia entre lesbianas o violencia ejercida por una lesbiana violenta sobre otra? (2011)

Texto publicado el 24 de diciembre de 2011 en el facebook de la colectiva feminista Las Furiosas

Disponible en el siguiente link del archivo documental digitalizado del activismo lésbico Potencia Tortillera:

https://drive.google.com/file/d/0BwhIfQse-ZpXVGdzYkxxdkpIZkE/view

http://potenciatortillera.blogspot.com/2011/12/luciana-guerra.html



Lo personal es político: ¿Violencia entre lesbianas o violencia ejercida por una 
lesbiana violenta sobre otra? 
Luciana Guerra


I 
Cuando hablamos de violencia de género, en específico, la violencia contra las mujeres, desde nuestra militancia feminista, siempre la pensamos como una violencia política, una violencia estructural que se basa en las relaciones de dominación patriarcal. Cuando un varón heterosexual ejerce cualquier forma de violencia sobre su amante, esposa o novia, la llamamos violencia machista o violencia de género. Si una mujer denuncia esa violencia, sabemos que la sociedad en su conjunto, al naturalizar la violencia machista, es decir al considerarla algo normal, por ende algo aceptable, genera lo que denominamos la revictimización de la mujer. Es decir, la mujer violentada, al denunciar y querer enfrentar esa violencia, se encuentra con que la sociedad la hace responsable de lo que sufrió. La ciencia inventa conceptos como los de masoquismo para decir que hay mujeres que les gusta y gozan cuando las violentan. Las familias, encubren al violento minimizando la violencia ejercida. Los jueces dejan impunes a los violentos. La mayoría de las mujeres víctimas de femicidio habían denunciado a sus asesinos previamente, pero las complicidades Estatales, Institucionales, policiales, sociales, y comunicacionales le dan vía libre a los violentos para que sigan ejerciendo ese poder de dominación y aniquilamiento de la vida y la subjetividad de las mujeres. Para el violento la impunidad y para la mujer violentada el miedo, el silencio. La sociedad y sus mecanismos de complicidad con la violencia machista vuelven a violentar una y otra vez el cuerpo de la mujer que quiere salir de esa situación de violencia. Porque seguro miente, porque la voz de la mujer no tiene credibilidad, porque ella lo provocó, porque a él hay que comprenderlo ya que fue criado en una familia violenta y también es víctima de su violencia, o minimizando la situación violenta con frases del tipo “lo que le hizo tampoco es para tanto…” Nosotras decidimos militar y construir un espacio de mujeres. Uno de los argumentos de los varios que nos llevan a defender la decisión política de organizarnos sin varones es que ese poder que ellos ejercen por el simple hecho de ser varones en una sociedad tiende a silenciar la voz de las mujeres. En los encuentros de mujeres muchas veces afirmamos con otras mujeres lo casi imposible que es poder hablar de las heridas más profundas que dejó marcado el machismo en nuestro cuerpo si hay un varón presente. El silencio es poderoso y cuando nos atrevemos a hablar, esas casi inaudibles palabras que expresamos contienen el feroz miedo que se siente cuando nos animamos a decir basta. Y así, con un mundo patriarcal en contra, le pedimos ayuda a alguna amiga, hermana, compañera, para que ese No que expresa nuestros más profundos aunque lastimados y debilitados deseos de recuperar la alegría, la autoestima y la libertad, sea audible. Para que ese No sea una puerta cerrada a la violencia y una puerta abierta al empoderamiento de nuestros deseos de vivir, de empezar otra vez, pero sin esa violencia que nos devora. Pero qué pasa cuando aparece otra forma de violencia, una violencia que no está teorizada, que no está discutida, que no está incorporada a la agenda feminista ni a la lesbofeminista, que es la violencia entre lesbianas. Nuestra teoría nos dice que el sujeto de la violencia machista es el varón, los femicidios, por ejemplo, son los asesinatos que cometen los varones sobre las mujeres por el simple hecho de ser mujeres. ¿Pero qué pasa cuando la violencia, esa violencia utilizada como medio de dominación control y aniquilamiento subjetivo y a veces físico de la otra persona, es ejercida por una lesbiana o una mujer sobre otra lesbiana o mujer? ¿y cuando es ejercida por una lesbiana feminista sobre otra lesbiana o mujer, sea esta feminista o no? ¿Qué pasa cuando la sujeta de la violencia es la misma que, desde la teoría lesbofeminista o feminista, supuestamente es la que lucha contra la violencia hacia las lesbianas, hacia las mujeres? ¿Cómo tiene que actuar una colectiva feminista o lesbofeminista cuando una de sus integrantes ejerce violencia sobre su pareja, también integrante de la colectiva? No tenemos herramientas teóricas que orienten nuestras prácticas para abordar esta situación porque nunca discutimos en nuestro espacio violencia entre lesbianas. Al abrirse este problema político, a mí se me abrieron una infinidad de preguntas que no puedo responder y que quisiera pensar colectivamente con mis compañeras, con mis amigas, con las feministas y con quien quiera reflexionar sobre este tema, para poder encontrar caminos que nos permitan luchar contra esta violencia y también claro está, prevenirla. En este sentido, resultan valiosísimos los aportes de las compañeras de Desalambrando Bs. As., primer programa en Argentina dedicado a la Prevención, Asistencia e Investigación sobre violencia, cuando esta tiene lugar en las relaciones entre lesbianas / bisexuales: Desalambrando surge en base a la demanda de lesbianas / bisexuales que se encontraban en situaciones de maltrato y/o violencia en sus vínculos. Es pionero en Argentina. A partir de mayo de 2002 –por iniciativa de Fabiana Tron- se establece como Programa con identidad propia y objetivos específicos, recogiendo el trabajo y la experiencia desarrollados en Lesbianas a la Vista, grupo de militancia sobre visibilidad, donde se había generado, por primera vez, un espacio de apertura para comenzar a hablar sobre estos temas. Desde aquel inicio, el Programa ha estado dedicado a la prevención, atención e investigación de la violencia, tanto de aquella que tiene lugar en las relaciones entre lesbianas / bisexuales; como de la que se reproduce social y culturalmente, a través de dispositivos mediáticos, grupales e institucionales. Actualmente, el staff de integrantes está compuesto en su mayoría por lesbianas y bisexuales – profundamente involucradas con el tema, algunas sobrevivientes de maltrato- y por especialistas en el abordaje y tratamiento de las problemáticas de la violencia y la discriminación1 II ¿Cuáles son las diferencias entre un varón heterosexual que ejerce violencia y una mujer heterosexual que ejerce violencia sobre su pareja? Siempre que hablamos de violencia contra las mujeres nunca falta el que dice: ¡pero también hay mujeres que violentan a sus esposos, novios o amantes! Nosotras respondemos, pero esa violencia que ejercen las mujeres sobre los varones no es estructural como sucede a la inversa, ni está promovida por los medios de comunicación, ni amparada por la impunidad de una justicia machista, ni es un mandato inscripto en el género femenino. Es decir, a nivel Estatal, institucional, y representacional (medios de comunicación, ciencia, etc.) no se transmiten mensajes compulsivos para que las mujeres violenten, dominen y controlen a través del disciplinamiento erótico y corporal a los varones. No forma parte de la estructura de la 1 http://www.desalambrandobsas.org.ar/ violencia de género que una mujer decida sobre el cuerpo de un varón. El estereotipo de masculinidad hegemónico es el que tiene inscripto como mandato el ejercicio de la violencia. En el estereotipo femenino se inscribe la debilidad y el cuidado a los otros, no la fuerza ni la violencia. Los varones tienen que mandar y las mujeres tienen que obedecer, si esto no se respeta, si la mujer cruza las fronteras que su género le prescribe, aparece la violencia machista para corregirla, para poner a la mujer en su lugar de mujer, es decir, de subalterna de los varones. No deja de ser verdad que hay mujeres que violentan a sus esposos o novios. Pero es un dato fundamental que a nivel estadístico no son significativas como sí lo son los casos de violencia contra las mujeres y los femicidios como la forma extrema de esa violencia de género. Pero la violencia de género no es la única forma de violencia que existe a nivel estructural en nuestra sociedad. También está la violencia racista o la violencia xenófoba. Es decir, formas de violencia opresivas organizadas en torno a la discriminación de un grupo sobre otro por considerarlo inferior, anormal, bárbaro, inferior por naturaleza, etc. (ej. las mujeres, lxs travestis, los putos, los/as negros/as, las/os extranjeras/os, etc, ) Esto no significa que todos los blancos violentan a todos los negros, ni que todos los varones violenten a las mujeres, porque siempre hay desobediencias y corrimientos de los lugares de poder establecidos estructuralmente y porque quienes forman parte del grupo homogeneizado a partir de la marca que los segrega, marca de género, marca de clase, marca de etnia, etc. tienen capacidad de resistencia y de lucha. A su vez, aunque son pocos, no dejan de existir aquellas/os que deciden reconocer sus privilegios (por pertenencias de género, etnia, clase, etc) y repudiarlos, rechazarlos y combatirlos políticamente. Pero también hay violencias naturalizadas en todas las instituciones de nuestra sociedad porque están configuradas jerárquicamente. Se institucionalizan relaciones jerarquizadas, se reglamentan y se le pone nombre a cada extremo de las relación jerárquica de poder. Por ejemplo: el docente sobre el estudiante, el padre sobre el hijo, el esposo sobre la esposa, el médico sobre el/la paciente, etc. (Lo que Foucault llamaría la red de instituciones de secuestro). Quienes ocupen esos lugares de poder institucionalizado, van a ser, en su amplia mayoría, quienes reúnan la mayor cantidad de marcas grupales consideradas superiores. Es decir, un sujeto que sea varón, heterosexual, blanco, de clase media o alta, va a ser mayoritario en los lugares jerárquicos, es decir, los lugares de poder institucional. Pero también está la violencia que no se explica por marcas de subalternidad como el género, la etnia, la nacionalidad, la edad. Y esa violencia, en principio, es la violencia física o psíquica que se da a nivel individual en una relación de pareja de mujeres o de lesbianas o de bisexuales, o de travestis, o de trans o de gays. El micropoder que atraviesa todas las relaciones humanas. Quisiera distinguir, por un lado, al modelo jérarquico del micropoder entendido éste como una relación de poder donde una persona puede ejercer dominio y control, por ende violencia, sobre otra. Y por otro, las relaciones de empoderamiento, entendidas como la búsqueda de relaciones donde el poder sea simétrico. El empoderamiento como la construcción de relaciones que nos permitan decidir sobre nuestras vidas, sobre nuestros cuerpos, sobre nuestros deseos. El empoderamiento como una reorganización no jerárquica del poder que circula en toda relación humana. El empoderamiento como la construcción de relaciones colectivas de apertura y expresión que nos den herramientas de autodefensa y nos empodere en autonomías. Para que como decía un anarquista, la libertad de la/el otra/o no sea el límite de mi libertad, sino, por el contrario, lo que la confirma y la extienda hasta el infinito. Pero esta frase tan linda de leer, en tanto frase, puede estar en boca de cualquier persona, de personas violentas, de personas machistas, racistas o simplemente de personas que construyen sus relaciones personales desde el control del otro/a. Para mí, el desafío es poder construir nuestras relaciones desde esta perspectiva. Es decir, que transformemos las relaciones de poder jerárquico en relaciones empoderantes. EL impacto subjetivo de la revictimización es antiempoderante. Es intentar aniquilar absolutamente la subjetividad de quien vive violencia. Las justificaciones pueden ser cuando quien recibe la violencia es una puta, una travesti, un negro, una mujer, una lesbiana, un judío. Es decir, la marca de estigmatización inventada por el grupo que ejerce violencia-poder para legitimar el ejercicio de esa violencia machista, racista, etc. Pero también se da el encubrimiento por involucramiento emocional, cuando la persona violenta es una persona amada, se generan mecanismos de negación, silencios, y complicidades para no reconocer esa violencia, para minimizarla o culpar a quien es violentada/o. Si quien ejerce violencia es una persona que reúne determinadas “identidades” por ejemplo: una lesbiana feminista en una colectiva feminista, y ejerce violencia sobre otra, puede aparecer la revictimización si se tiene consideraciones con la lesbiana feminista violenta y se pone en duda a la lesbiana violentada. Complicidad, para mí, es clausurar la posibilidad de la expresión de quien es violentada con el silencio, o con la incredibilidad de su voz, en caso de que se anime a hablar. El miedo que genera la situación de violencia, más el miedo a ser juzgada al denunciar esa violencia se unifican en el mismo cuerpo violentado. Si bien tengo más preguntas que respuestas sobre la violencia de una lesbiana feminista sobre otra, hay algo que me parece sumamente importante, y es que en una colectiva feminista, NO PUEDE HABER REVICTIMIZACIÓN al momento de abordar una situación de este tipo. No me parece que esté bueno nombrar estas situaciones de violencia “violencia entre lesbianas” porque la frase muestra que hay violencia entre dos lesbianas pero las dos lesbianas aparecen en pie de igualdad. Es decir, si hay violencia es porque hay una lesbiana violenta y otra violentada. No hay, a mi modo de ver, una horizontalidad. Dos lesbianas iguales, dos lesbianas en medio de las cuales hay violencia, una violencia que no tiene nombre específico. No es igual la que controla a la que es controlada, no es igual la que golpea a la que es golpeada, no es igual quien domina y quien es dominada. Por eso, me parece que cuando hay una relación de control, dominio y violencia ejercida por una lesbiana sobre otra, deberíamos buscarle un nombre más apropiado para que no se inviertan los lugares de cada quién. Porque ponerle palabras al silencio, poder nombras a las cosas por su nombre como dice Soña Sánchez sin suavizar ni maquillar las violencias que las constituyen es fundamental. 


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