Ponencia presentada en el 5º
Congreso Nacional Argentina y 3º
del Mercosur-Cono Sur contra la Trata y
el tráfico de personas; Santa
Fe – Argentina 19
y 20 de septiembre
Una
mirada lesboabolicionista sobre la heterosexualidad obligatoria del sistema
prostituyente
Luciana Guerra
En
el S. XIX, junto a los esfuerzos críticos por desnaturalizar y deslegitimar la
prostitución de mujeres, nace el movimiento abolicionista, de la mano de las
sufragistas inglesas lideradas por Josephine Butler (1828-1906), quienes se
organizaron para luchar contra las denominadas “leyes de enfermedades
contagiosas” aprobadas por el Gobierno en los años 1864,1866 y 1869. Estas
reglamentaciones estatales higienistas de la prostitución habilitaban la
persecución policial y el control médico del cuerpo de las mujeres en las
ciudades y los puertos militares. Las mujeres podían ser arrestadas con penas
de hasta 9 meses si un policía consideraba, según su arbitrario punto de vista,
que estaban ejerciendo la prostitución. La preocupación del Estado por la salud
de los clientes-prostituyentes recaía en los violentos controles del poder
médico sobre las mujeres señaladas como únicas responsables de la transmisión
de enfermedades sexuales. Ya que a los varones no se les pedía ningún estudio
para dar cuenta de su estado de salud. En cambio, las opciones establecidas por
ley para las mujeres se reducían a dos caminos, los análisis médicos o la
prisión.
En
la lucha por la abolición de la prostitución inaugurada por Josephine Butler
ocupaba un lugar importante la visibilización y denuncia del tráfico de mujeres
para la prostitución denominada por aquel entonces “trata de blancas”.
Volviendo
la mirada hacia nuestros territorios, la figura de Julieta Lanteri (1873-1932)
es ineludible a la hora de hacer un recorrido genealógico por la historia del
feminismo abolicionista Argentino. Conocida es su comunicación en el Primer
Congreso Femenino Internacional de la República Argentina de 1910 titulado “La
Prostitución” donde expresó con énfasis su lucha contra los Gobiernos que sostienen
y explotan la prostitución femenina. También resulta oportuno nombrar a la
primera directora del importante periódico feminista “Nuestra Causa”, Petrona
Eyle (1866-1945) fundadora de la “La liga contra la trata de blancas”[1]
en el año 1924.
Cabe
señalar que la trata de blancas para la explotación sexual se profundiza a
principios del Siglo XX en nuestro país como bien documenta Dora Barrancos, en
el marco de una política estatal reglamentarista de la prostitución que duró
hasta el año 1936.
Ahora
bien, una cuestión a señalar, es que a pesar de la diversidad de corrientes y
tradiciones ideológicas del feminismo de la primera Ola, (librepensadoras,
anarquistas, socialistas, etc) y de las estrategias elegidas para combatir la
desigualdad entre varones y mujeres no cabían dudas de que dos instituciones
paradigmáticas de la supremacía masculina eran el prostíbulo y el matrimonio. Así
como Lanteri lucho contra la reglamentación de la prostitución, igual énfasis
puso en oponerse a las leyes que sujetaban a las mujeres casadas. Cabe
recordar, que en
el año 1932, en plena década infame, tiempos en los que las organizaciones
feministas tuvieron que pasar a la clandestinidad por el golpe de Uriburu
(1930), tuvo lugar un impuesto a los solteros para obligarlos a casarse. Ante
este atropello a la libertad de las mujeres, Lanteri se pronunció de la
siguiente manera:
“Estoy
en contra del matrimonio, si lo que quieren es multiplicar la especie para eso
no es necesario unirse a un hombre durante toda la vida. El matrimonio suele
ser una monotonía, con frecuencia un aburrimiento grave. Libertad, Libertad,
Libertad!! En la variedad está el gusto”[2]
A los días de haber desafiado
públicamente al Gobierno de Agustín P. Justo y su impuesto a los solteros,
Julieta es atropellada por un vehículo manejado por un simpatizante de la
ultraderechista liga patriótica. A causa de este dudoso acontecimiento nunca
esclarecido, la fundadora de la corriente abolicionista argentina muere el 25
de febrero de 1932.
En
este sentido, podemos afirmar que las relaciones de prostitución no eran entendidas
como un patrimonio exclusivo del mundo prostibulario sino que también eran pensadas
como relaciones constitutivas de la institución matrimonial. Cabe señalar, que
esta caracterización, como bien ha destacado Carol Pateman, encuentra
antecedentes en la voz de una pionera del feminismo occidental como lo fue Mary
Wollstonecraft, autora del libro Vindicación
de los derechos de las mujeres (1792) quien consideró al matrimonio como
una forma de “prostitución legal”.[3]
Ahora
bien, volviendo a la argentina de finales del S. XIX y principios del S.
XX, tenemos que en la esfera pública los
varones en tanto colectivo sexo-genérico tenían garantizado el acceso
irrestricto al cuerpo y la sexualidad de las mujeres en los prostíbulos o casas
de tolerancia que el Estado reglamentarista les ofrecía por el lado de la ley,
y las mafias de tratantes y rufianes como la Zwi Migdal les brindaba por el
lado de la clandestinidad. A su vez, en la esfera privada, el varón en tanto
individuo veía garantizado su territorio de dominio sexual sobre una mujer
gracias al código civil de 1869 heredero del Código Napoleónico de 1804 el cual
establecía la relativa incapacidad de la mujer casada normativizando en el
contrato matrimonial la sujeción política, jurídica, y económio-sexual de la
esposa a su marido.
En
ese contexto, las pioneras feministas supieron visibilizar y cuestionar los
rostros del poder masculino: maridos, proxenetas, rufianes, policías, médicos,
jueces, filósofos, científicos, patrones, legisladores, curas, obreros.
Como
se sabe, fue recién a fines de los `60 de la mano del feminismo radical de la
segunda Ola, cuando se empieza a hablar del patriarcado en tanto sistema de
dominación sexual (Millett: 1969). Época en la que también se levantan las
voces críticas de lesbianas feministas que ponen en un primer plano el
cuestionamiento a la heterosexualidad en tanto institución política vertebral
al poder patriarcal (Rich: 1980). Nociones como “intercambio de mujeres” y
“tráfico de mujeres” (Rubin: 1976) se convierten en conceptos claves para
pensar la opresión sexual de los sistemas sexo/genéricos. Y se pone de
manifiesto el sentido político de la violencia contra las mujeres inscripto en la
estructura de dominación sexual que la fundamenta.
El
pensamiento feminista revolucionó el concepto de lo político visibilizando las
relaciones de poder que configuraban las múltiples, diversas y sistemáticas
experiencias de colonización patriarcal. El estrecho y sesgado enfoque androcéntrico
de lo político anclado en un determinismo sexista, ha pretendido y sigue
pretendiendo legitimar la supremacía masculina transfiriendo la misoginia de los
beneficiarios de los privilegios patriarcales a una supuesta “naturaleza” que
sería la “responsable” no-humana no-histórica y no-política de los cautiverios
de las mujeres, al decir de Marcela Lagarde.
Como
sabiamente ha dicho Kate Millett, la categoría de “sexo” es una categoría
social impregnada de política. Las relaciones sexuales son las relaciones
estructuradas de acuerdo con un sistema de dominación: el patriarcado. Coincido
con el enfoque de Christine Delphy respecto de que son las relaciones de
opresión las que producen el sexo. Como así también con las reflexiones de
Monique Wittig quien señala lo siguiente:
La
categoría de sexo es una categoría política que funda la sociedad en cuanto
heterosexual. En este sentido, no se trata de una cuestión de ser, sino de
relaciones (ya que las mujeres y los hombres son el resultado de relaciones)
Aunque
los dos aspectos son confundidos siempre cuando se discuten. La categoría de
sexo es la categoría que establece como “natural” la relación que está en la
base de la sociedad (heterosexual), y a través de ella la mitad de la población
–las mujeres- es “heterosexualizada” La fabricación de mujeres es similar a la
fabricación de los eunucos, y a la crianza de esclavos y de animales) y
sometida a una economía heterosexual. La categoría de sexo es el producto de la
sociedad heterosexual que impone a las mujeres la obligación absoluta de
reproducir la “especie”, es decir, reproducir la sociedad heterosexual. La
obligación de reproducción de la “especie” que se impone a las mujeres es el
sistema de explotación sobre el que se funda económicamente la heterosexualidad.[4]
Como
bien señala Wittig hay una economía heterosexual que produce la categoría del
sexo a partir de la cual los varones se apropian de la reproducción, producción
y de las personas físicas de las mujeres. Paradójicamente, las encargadas de reproducir
obligatoriamente a la “especie” o en otras palabras, de reproducir la sociedad
heterosexual, van a ser las mismas mujeres. Pero Wittig considera que es en el
marco del contrato matrimonial donde tienen lugar las relaciones de producción
del sexo. Cabe aclarar que para Wittig la categoría de sexo es una categoría
totalitaria ya que da forma al cuerpo y al espíritu debido a que controla la
totalidad de la producción mental a tal punto que no podemos pensar por fuera
de ella. Y también señala que la categoría de sexo determina la esclavitud de
las mujeres.
Ahora
bien, considero oportuno, extender el análisis de la economía heterosexual, es
decir, las relaciones de producción del sexo, no sólo al ámbito de la
apropiación privada, es decir, la propiedad individual de un hombre sobre una
mujer como es el caso del contrato matrimonial monogámico, sino también a la
apropiación pública, colectiva de los varones en tanto grupo sexual colonizador
de las mujeres. Aquí entran al análisis las relaciones de prostitución pública
o en otras palabras, las relaciones heterosexuales públicas donde también se produce
el sexo aunque acentuando la dimensión colectiva del mismo. Casas de cita,
Cabarets, Whiskerías, Prostíbulos, Casas de tolerancia, son algunos de los nombres
utilizados para dar cuenta del lugar físico donde las relaciones de producción pública
del sexo masculino y el sexo femenino en el marco de la economía heterosexual
han sido instituidas.
Considero
que en el contexto actual, la industria cultural por excelencia de la
masculinidad hegemónica prostituyente es la red prostibularia que se legitima y
naturaliza a sí misma en base a lo que Adrienne Rich denominó, la ley del derecho sexual masculino fundada
en el mito del irresistible –triunfante- impulso sexual masculino del
pene-con-vida-propia[5] que
una vez desatado no admite un no por respuesta. Según Rich, esa es la ley que
justifica la prostitución como supuesto cultural universal al mismo tiempo que
defiende la esclavitud sexual de la familia patriarcal.
Para
dar cuenta de la actualidad ideológica con que opera este mito podemos citar
las declaraciones de Ruben “La Burra” Contreras, un funcionario Kirchnerista de
Santa Cruz. En el año 2013 dijo que “es fundamental para la vida normal de un
hombre la necesidad de la distracción, de estar con una mujer, advirtiendo a la
población la inevitable ola de violaciones que tendría lugar en caso de que
cierren los prostíbulos. Por lo cual se pronunció a favor de la reglamentación
de la explotación sexual. Este
terrorismo heterosexista de Contreras, pone de manifiesto que la prostitución
de mujeres sigue siendo una escuela de heteronormatividad y de reproducción de
masculinidades prostituyentes. La naturalización de la cultura de la
violación.
Ahora
bien, tomando como referencia los aportes de Catherine MacKinnon, Adrienne Rich
profundiza el análisis de la intersección entre la Heterosexualidad Obligatoria
y la economía en el capitalismo patriarcal. Lo que visibilizan es que la
división sexual del trabajo no sólo da lugar al hecho de que las mujeres
estamos relegadas mayoritariamente a trabajos de servicios mal remunerados,
sino que la heterosexualización de las mujeres es una parte del trabajo. En sus
palabras el requerimiento hecho a las
mujeres de que promocionen su atractivo sexual entre los hombres, los cuales
tienden a poseer la posición y el poder económico para imponer sus gustos es
central e intrínseco a las realidades económicas en las vidas de las mujeres.
[6]
Rich,
también toma los estudios de Kathleen Barry quien recopila una gran cantidad de
situaciones de sujeción femenina como la prostitución, la violación marital, el
incesto padre-hija, la violencia contra las esposas, la pornografía, el precio
de la novia, la venta de hijas, la mutilación genital, entre otras. Este
relevamiento lo enmarca en lo que denomina una “perspectiva de dominación
sexual” cuyo efecto ideológico conduce a que el abuso sexual y el terrorismo de
los hombres hacia las mujeres queden invisibilizados al ser tratados como
hechos naturales e inevitables. Bajo esta perspectiva, como expresa Rich
siguiendo a Barry, Cada mujer es válida y
desechable mientras las necesidades emocionales y sexuales del macho queden
satisfechas.[7]
De
esta forma tenemos que las relaciones de propiedad patriarcal de la mano de la
heterosexualidad obligatoria y podríamos agregar del amor romántico en tanto
ideología del idilio heterosexual, al decir de Rich, constituyen las herramientas
de poder fundamentales al sistema prostituyente que no ve en las mujeres otra
cosa más que sirvientas sexual de los varones. En otras palabras, el sistema
patriarcal, es un sistema prostituyente, cuyas relaciones de prostitución son
estructuradas por la heterosexualidad obligatoria tanto en la esfera pública
como en la privada, la cual impone como “destino” femenino el servicio sexual
obligatorio.
Como
bien señala Adrienne Rich, es la heterosexualidad obligatoria la que simplifica
la tarea del proxeneta y del chulo en las redes mundiales de prostitución, o la
que en la intimidad del hogar convierte en una realidad cotidiana el abuso
sexual infantil, las violaciones maritales, los femicidios íntimos.
Pero
también es la que produce el binarismo sexual. Lo humano es definido en la
dicotomía jerárquica macho/masculino/hetero/superior/activo y hembra/femenina/hetero/inferior/pasiva. Los
cuerpos que no se ajustan a la dicotomía patriarcal son excluidos,
discriminados, criminalizados, patologizados. Y esta es una realidad que sigue
atravesando la existencia del colectivo LGTTTBI a pesar de que hoy en nuestro
país tengamos la ley de identidad de género y la ley de matrimonio igualitario.
Por eso es esta heterosexualidad obligatoria productora del binarismo sexual
androcéntrico la que también prostituye a travestis y mujeres trans. Como bien
señala Diana Sacayán, si el 95 por ciento de la comunidad travesti vive de la
prostitución, dice, es porque siempre se
nos negaron los mecanismos que rompan con dispositivos discriminatorios para
permitirnos acceder a educación y trabajo.[8]
Asimismo
considero, y en este punto hablo en primera persona en tanto que lesbiana poniendo
como centro de referencia mis propias experiencias, que las relaciones de
prostitución se extienden instituyendo no sólo la familia y el prostíbulo, sino
también el armario. Si conceptualizo la situación de armario como una situación
de prostitución es porque, como vengo señalando, entiendo a la heterosexualidad
obligatoria como el fundamento de las relaciones de prostitución. El armario es
ese no lugar donde, sin embargo, habitan cautivos los deseos lésbicos que no se
ajustan al régimen de la heterosexualidad. El cuerpo se disocia entre las violentas
experiencias heterosexuales forzadas, por no deseadas, y el silencio de las
verdades eróticas recluidas en la invisibilización del armario.
Levantar
la voz como acto de afirmación de la propia existencia lesbiana y rechazar la
heterosexualización prostituyente puede tener costos políticos y económicas vitales,
como el exilio familiar, el riesgo de perder el trabajo, las violaciones
correctivas, o el femicidio lesbofóbico como le sucedió a Natalia Pepa Gaitán
el 7 de marzo de 2010. Pero también da cuenta de que la lucha por construir relaciones
eróticas, sensuales para el placer de una misma y no por mandato heteronormativo
y/o necesidad económica, también es un camino posible. Desde esta perspectiva,
la heterosexualidad prostituyente del patriarcado capitalista no es ni destino,
ni naturaleza, ni sexualidad disidente-transgresora como sostienen,
curiosamente, ciertas corrientes actuales pro-prostitución en las cuales me
detendré más adelante.
En
este sentido, es que construyo mi perspectiva crítica de las relaciones de
prostitución enmarcadas en el sistema prostituyente identificándome como lesboabolicionista.
El
prostíbulo, la cocina o el armario son las prisiones donde siempre nos quiso el
patriarcado. Naturalizar la prostitución es naturalizar la heterosexualidad
obligatoria, naturalizar la mercantilización sexual de los cuerpos de mujeres y
travestis, naturalizar las violencias de los prostituyentes que como Ruben “la
burra” Contreras amenazan con olas de violaciones si se ponen en cuestión los
privilegios del sexo masculino de vivir rodeados de servidoras sexuales.
Pero
los mecanismos de legitimación de la prostitución no siempre apelan al
terrorismo sexual como lo hizo Contreras. En la actualidad, aparecen discursos
que presentan las relaciones de prostitución como experiencias de libertad para
las mujeres como es el caso del enfoque de la corriente pro-sexo. Esta
perspectiva considera la prostitución pública, es decir, el intercambio de
servicios sexuales por plata como una “sexualidad disidente” o bien un “trabajo
autónomo”. Luchan por la reglamentación estatal de la prostitución y disocian como
realidades distintas la prostitución y la trata a pesar de que el 90 por ciento
de las personas desaparecidas por las redes de tratantes sean mujeres y niñas
para abastecer al sistema prostibulario. Por último reivindican a las personas
que pagan por sexo, es decir, a los prostituyentes como agentes transgresores
de la heteronormatividad.
Para
terminar este recorrido y en respuesta a dicha postura aunque con el objetivo
de seguir abriendo el debate para poder pensar las consecuencias culturales,
sociales, económicas y políticas a las que conduce la prostitución, considero
oportunas las reflexiones de Beatriz Gimeno una activista lesbiana feminista
española que advierte lo siguiente:
El empeño de situar fuera de
la norma sexual lo que la propia norma ha creado para mantenerse a sí misma, y
así hacer pasar una institución de control y represión como feminista y
progresista, hace sostener a algunas feministas proprostitución que no sólo es
la prostituta la que está en los márgenes sino que también el cliente se arriesga
con su sexualidad fuera de la norma. De nuevo, la actuación de la ideología
sexual masculina más hegemónica y patriarcal se transforma y se presenta como
antihegemónica. Las empresas regalan a sus empleados más productivos noches de
burdeles de lujo, Berlusconi ofrece a sus invitados políticos prostitutas de
alto nivel, los burdeles proliferan en las carreteras para los menos pudientes
(…) ya no hay congreso internacional con cupo masculino, ni espectáculo
deportivo de masas, que no tenga en cuenta la prostitución como ocio, todo el
negocio alrededor del sexo pago es una de las primeras industrias mundiales… ¿y
esto es ser antinormativo? ¿esto es ser transgresor? ¿Cómo va a atentar la
prostitución contra el sistema que la crea, la mantiene y que ella misma
refuerza permanentemente?[9]
Bibliografía
-Alonso
de Rocha, Aurora, Tristes Chicas Alegres.
Prostitución y poder en Buenos Aires, Buenos Aires, Leviatán, 2003.
-Barrancos,
Dora, Mujeres en la sociedad Argentina,
Buenos Aires, sudamericana, 2007.
-Centenario del Primer Congreso Femenino
Internacional de la República Argentina Mayo 1910,
Edición Conmemorativa, Buenos Aires, 2010.
-D`
Ángelo, Marcela, “Reglamentarismo y abolicionismo en Argentina a fines del S.
XIX y principios del S. XX”, ponencia presentada en las II Jornadas
Abolicionistas sobre prostitución y trata de mujeres y niñas, Facultad de
Humanidades, Universidad Nacional de Tucumán, 2010. Disponible en: http://2dasjornadasabolicionistas2010.blogspot.com.ar/2011/03/ponencia-reglamentarismo-y.html
Consultada: 27 de agosto de 2014.
-De
Miguel Álvarez, Ana y Palombo Cermeño, Eva, “Los inicios de la lucha feminista
contra la prostitución: Políticas de Redefinición y Políticas activistas en el
sufragismo inglés”, BROCAR, Nº35,
2011, pp. 315-334. Disponible en: http://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/3933011.pdf
27 de agosto de 2014.
-Molina, María Lourdes, Barbich,
Alejandra y Marta Fontenla, Explotación
sexual. Evaluación y Tratamiento, Buenos Aires, Librería de Mujeres, 2010.
-Pateman,
Carol, The Sexual Contract, Cambridge, Polity Press, 1988.
-Gimeno,
Beatriz, La prostitución, España,
Bellaterra, 2012.
-Jeffreys,
Sheila, La industria de la vagina, Buenos
Aires, Paidós, 2011.
-Rich,
Adrienne, “Heterosexualidad Obligatoria y existencia lesbiana”, Nosotras Nº3, Madrid, 1985.
-Wittig,
Monique, El pensamiento heterosexual y
otros ensayos, Madrid, Egales, 1992.
[1] Centenario Primer Congreso Femenino
Internacional de La República Argentina mayo de 1910, Edición Conmemorativa, Buenos Aires,
2010, p.577.
[2] Citado en el Video Documental
“Nuestra Causa. Julieta Lanteri”,
guión de Elsa Ramos.
[3] Citado por Pateman, Carol, The Sexual Contract, Cambridge, Polity
Press, 1988, p.190.
[4] Wittig, Monique, “La categoría de sexo” en El pensamiento heterosexual y otros ensayos, Madrid, Egales, 1992,
p.27-28.
[5] Rich, Adrienne, “Heterosexualidad Obligatoria y existencia lesbiana”, Nosotras Nº3, Madrid, 1985 p.20
[6] Rich, Adrienne, op. cit., p.16.
[7] Rich, Adrienne, op. Cit., p.19.
[8] Roxana Sandá, El deseo y la
lucha, Suplemento Las 12, 4 de
octubre de 2013. Disponible en: http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/las12/13-8351-2013-10-04.html,
Consultado 30 de agosto de 2014.
[9] Gimeno, Beatriz, La Prostitución, España, Bellaterra,
2012, p.201.
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