jueves, 2 de enero de 2020

Heterosexualidad Obligatoria como forma de violencia y violación a los derechos de las humanas (2009)


Ponencia presentada en el VI Congreso Nacional de Psicología Forense; XX Jornadas Nacionales de Psicología Forense; XIX Jornadas de APFRA; Ciudad Autónoma de Buenos Aires, 13 y 14 de agosto de 2009


Heterosexualidad Obligatoria como forma de violencia y violación a los derechos de las humanas
Luciana Guerra 

En este trabajo me propongo llevar a cabo un análisis de la denominada Heterosexualidad Obligatoria, entendiéndola, siguiendo a Adrienne Rich, como una Institución Política, productora y reproductora de la violencia contra las mujeres. En esta oportunidad centraré mi atención en analizar en qué medida, dicha institución, incide en la violación de los Derechos Humanos de las lesbianas.
Desde una perspectiva construccionista de la sexualidad, y posicionada ideológicamente en el feminismo lésbico, Adrienne Rich sostiene que la Heterosexualidad Obligatoria necesita ser reconocida y estudiada como una institución política. Con dicho planteo la autora ataca dos prejuicios persistentes relacionados con la sexualidad de las mujeres: en primer lugar, que éstas se hallan orientadas sexualmente hacia los varones de manera innata; y, en segundo lugar, que el lesbianismo es una representación de recelo hacia los hombres.
Postular el carácter innato de la heterosexualidad elimina la posibilidad de pensar la orientación sexual como una elección. A su vez esencializa la sexualidad ya que, desde este punto de vista, la heterosexualidad sería una suerte de “naturaleza” y quienes no la respetan, aparecen como antinaturales, anormales, enfermas/os, etc.
En su análisis, Rich, pone de manifiesto la incoherencia de semejante argumentación esencializante, ya que si la heterosexualidad fuera realmente innata, ¿por qué, [se pregunta], son necesarias restricciones tan violentas para asegurar la lealtad y sumisión emocional y erótica de las mujeres respecto a los varones?[1]
   Seguido a esto, la autora enumera una gran cantidad de prácticas violentas a partir de las cuales se impone y perpetúa la Heterosexualidad Obligatoria.
La primera de ellas es negar a las mujeres el desarrollo de su sexualidad, y se refleja en prácticas tales como la ablación de clítoris o su negación psicoanalítica; la negación de la existencia lesbiana a través de asesinatos, persecuciones, expulsión de la historia; restricciones contra la masturbación, entre otras.
La segunda práctica que disciplina y somete a las mujeres es la imposición de la sexualidad de los varones, reflejado en prácticas tales como las violaciones (incluida la marital) y maltratos a las esposas; en el incesto padre-hija, la prostitución, el harén, la ideología del idilio heterosexual; en representaciones pornográficas de mujeres respondiendo positivamente a la violencia sexual y a la humillación, cuyo fundamento es la noción de que el impulso sexual masculino equivale a un derecho inviolable que, una vez desatado, no admite un “no” por respuesta.
El segundo prejuicio anteriormente nombrado, pretende explicar al lesbianismo como una representación de recelo hacia los varones. Esta postura está íntimamente ligada al lugar común de las fantasías heterosexista  que imaginan que una mujer se hace lesbiana por haber tenido malas experiencias sexuales con varones, o dicho de otra manera, porque nunca tuvo una buena relación heterosexual. De haberla tenido no habría manera de que una mujer se aparte de semejante “privilegio”. Estos planteos parten del supuesto de que la heterosexualidad es innata y como ya dijimos, el lesbianismo aparece como el síntoma de un trauma causado por una “mala experiencia hetero”.  
Si estos prejuicios están profundamente arraigados en el sentido común, es porque fueron y son legitimados en los discursos científicos, filosóficos, judiciales, etc. Y difundidos de manera compulsiva a través de los medios masivos de comunicación, el sistema educativo y fundamentalmente por la Iglesia Católica Apostólica Romana que impunemente habla de la homosexualidad como de una enfermedad antinatural. Incluso promueve talleres para “curar” a las/os homosexuales.
La patologización como mecanismo de disciplinamiento del deseo tiene como dijimos, un respaldo científico. La medicina, la psiquiatría y la psicología generaron una gran cantidad de teorías y conceptos anclados en los prejuicios heterosexistas anteriormente señalados. Pervertidas, invertidas, anormales, desviadas, enfermas, envidiosas del pene, frígidas, etc. Todas y cada una de ellas son distintas maneras que tuvo y tiene la ciencia para nombrar la gran diversidad de “aberraciones sexuales” en las que puede caer cualquier mujer que transgreda la violenta frontera que el heterosexismo impone con su gendarmería simbólica. De un lado, donde reina el orden y el bien, las categoría propias de las mujeres “saludables”, o sea, heterosexuales; del otro lado, donde habita el mal, las categorías reservadas para las “enfermas”, en este caso, estamos hablando de las lesbianas.
 Como se sabe, recién en 1990 la Organización Mundial de la Salud  (OMS) reconoció que la homosexualidad no era una enfermedad. Si bien esto puede ser entendido como un avance en el plano formal, esta construcción histórica que identifica la homosexualidad como una perversión aún se hace eco en la sociedad. Los discursos homofóbicos en la actualidad tienen como antecedente esta legitimación desde el saber institucional.
Esta situación que violenta el derecho de las mujeres a decidir sobre el propio cuerpo y la propia sexualidad responde a un orden heteronormativo, esto es, la definición de las mujeres en relación y/o en función de los varones: hija de, hermana de, novia de, amante de, madre de, etc. Como Simone de Beauvoir señaló hace más de 50 años, la mujeres no son consideradas sujetos, sino objetos sexuales. Representan la Otredad absoluta. En su libro El segundo sexo, analiza cómo la mujer es definida por el varón con relación a él y no en sí misma como un ser autónomo. La filósofa sostiene que el varón puede (y de hecho lo hace) pensarse sin la mujer, pero ésta no puede hacerlo sin el varón. La mirada masculina reduce a la mujer a un objeto sexual cuya función es satisfacer las “necesidades” sexuales del varón y ser las reproductoras de la especie. La humanidad, dice Beauvoir, es masculina. En sus palabras: La mujer se determina y se diferencia con relación al hombre [=varón], y no éste con relación a ella, la mujer es lo inesencial frente a lo esencial. Él es el Sujeto, él es lo Absoluto, ella lo Otro.[2]
Con lo dicho, podemos entender por qué la lesbiana es definida como aquella que tiene recelo hacia los varones y no como una mujer que decide sobre su propia sexualidad.  Si la heteronormatividad sólo asimila a las mujeres en función de los varones, las lesbianas no tienen lugar dentro de un mundo heteronormativo. Por lo cual el mismo régimen sexual las desaparece. ¿Cómo lo hace? Utilizando el mecanismo de la invisibilización. María Galindo en el libro Ninguna mujer nace para puta, que escribió conjuntamente con Sonia Sánchez, reflexiona sobre la invisibilización de las lesbianas y nos dice:

Yo como lesbiana te puedo hablar de una omisión bien profunda también, una omisión que nos borra completamente del imaginario de las mujeres en una sociedad concreta. Y desde esa omisión como lesbiana entiendo nuestra alianza como indigesta, insoportable, innombrable e incomprensible. Quizá la omisión de la puta y la omisión de la lesbiana del universo de las mujeres sean dos omisiones que se corresponden como dos puntas de una misma tensión, la tensión de la otra que hay que anular para quedar ya completamente a salvo del mal. Ocupamos siempre el lugar de la otra innombrable, impresentable y que no puede y no debe ocupar sitio ninguno, ni palabra en primera persona, somos ‘la otra’.[3]

Un aspecto importante para destacar, es que la invisibilización como forma de violencia característica ejercida contra las lesbianas es doble ya que, por un lado, se niega su existencia desde el silencio, y por otro se producen estereotipos que promueven una imagen de lesbianas desde una mirada heterosexista. Como bien dice Monique Wittig: Cuando el pensamiento heterosexual piensa la homosexualidad, ésta no es nada mas que heterosexualidad.[4]
La pornografía es un caso paradigmático de la apropiación y cosificación  de las lesbianas. Las dos mujeres teniendo sexo son para él, el objetivo es excitar y erotizar al varón para quien está dirigido el material pornográfico. La influencia de la violencia que promueve la pornografía se ve reflejada en el acoso ejercido sobre las lesbianas en la esfera pública cuándo éstas se visibilizan. Un beso, ir de la mano o cualquier expresión de sensualidad entre mujeres es leído por la mirada masculina como una posibilidad de acceso al cuerpo de las lesbianas. El cuerpo lesbiano pasa a ser un territorio sin dueño porque las mujeres no son concebidas como sujetos sino como objetos. En palabras de José Ignacio Pichardo se entiende que la ausencia del varón las coloca en una situación de disponibilidad ante el resto de los varones.[5]
            Una característica del mecanismo de la invisibilización es que no sólo no deja ver a las lesbianas, sino que tampoco permite ver esta forma específica de violencia que se ejerce contra las mismas. Como bien señala Yuderkys Espinosa Miñoso:

Tomada como ventaja la invisibilidad parece proteger más que violentar a las lesbianas. Pero qué estrategia es esa de sobrevivencia, que naturalizando la vida clandestina evita la marca en la piel, el charco de sangre, el cuerpo amoratado, el golpe, el puñetazo en la cara...La violencia que cuenta. La que te piden en la comisaría, la que te pide el Estado, el juez, como prueba de violencia padecida.[6]

Y efectivamente, si las lesbianas deciden salir del armario y vivir su vida libremente corren el riesgo de ser agredidas no solo psicológicamente sino también físicamente. Un claro ejemplo de esto fue la violencia brutal ejercida contra una pareja de la Matanza hace menos de un mes, constituida por una lesbiana y un transexual. Dos vecinos las atacaron y una de ellas casi pierde la movilidad de la pierna ya que le cortaron cinco tendones y estuvo a punto de desangrarse. Fueron amenazadas de muerte y cuando decidieron hacer la denuncia, la policía dijo no poder tomarles declaración pero sí acepto una denuncia de los agresores.  
Otro ejemplo brutal, es el denunciado en un informe titulado “Crímenes de odio. Aumento del número de violaciones reparadoras en la República de Sudáfrica”  realizado por la ONG ActionAid a principios de este año. Según las/os autoras/es del informe, la mayoría de las lesbianas de la República Sudafricana vive en perpetuo temor a ser violadas. Los mismos criminales las denominan “violaciones reparadoras” porque creen que una mujer violada cambiará su orientación sexual. El testimonio de una mujer citada en el informe dice: -Todos los días escucho que merezco la violación. [los agresores gritan] -¡Si te violo, aprenderás a ser una verdadera mujer y finalmente comprenderás cómo es gozar con un varón. (...) Según el jefe de la Comisión de los Derechos Humanos de la Rep. Sudafricana, Jody Kollapen, el problema más grave es la indiferencia de las autoridades y de la policía.[7] 
Estos hechos demuestran que el Estado mismo es el principal responsable de la violación de los Derechos Humanos de las lesbianas. Ya sea de manera directa como cuando no se le toma la denuncia a una lesbiana agredida o indirecta cuando el Estado es cómplice, protector y garante de impunidad para quienes cometen semejantes actos de violencia lesbofóbica.
Si bien el artículo 3 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos sostiene que Todo individuo tiene derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad de su persona, el Estado, con sus acciones y omisiones, olvida que las lesbianas también somos humanas.

Conclusiones


Luego de este recorrido, quisiera hacer unas reflexiones respecto a los distintos elementos analizados que operan como promotores y reproductores de la violencia contra las lesbianas.
Empecé esta ponencia poniendo en entredicho los prejuicios de que la heterosexualidad es innata y de que el lesbianismo es un recelo hacia los varones. A mi modo de ver, estos prejuicios son los emergentes de una estructura de violencia y poder heteronormativo cuidadosamente naturalizada. El objetivo político de este poder es disciplinar a las mujeres para que sean “verdaderas mujeres” y esto significaría:  una madre, heterosexual, responsable con las tareas domésticas y el cuidado de los hijos, fiel al marido, siempre dispuesta a cuidar de los otros pero nunca de sí misma, comprensiva y sumisa.
Esta “verdad femenina” lamentablemente no es el invento de algún misógino aislado. Sino que es una “verdad” producida y legitimada por los discursos científico como señalamos anteriormente. Estos discursos ocultan el carácter político e histórico que hace de las mujeres meros objetos cuya función es satisfacer sexualmente a los varones y cuidar de sus hijos.  Presentadas como descripciones de la naturaleza femenina, estos atributos y funciones asociados a las mujeres no son más que estereotipos de género. Por ello los no inocentes prejuicios sexistas que habitan en los discursos científicos deben ser cuestionados y visibilizados como tales. Esencializar la heterosexualidad o postularla como lo normal es violencia. Una violencia “científica” que está en consonancia con prácticas tales como las “violaciones reparadoras” para lesbianas, por ejemplo.
Para terminar, considero que revisar críticamente los supuestos heterosexistas de los discursos científicos, religiosos, judiciales, mediáticos, etc. es una tarea ineludible y necesaria si deseamos construir una sociedad que respete los Derechos Humanos de todas y todos.

 



Bibliografía

-de Beauvoir, S. El Segundo Sexo, Buenos Aires, Sudamericana, 2005.
-Espinosa Miñoso, Yuderkys. Escritos de una lesbiana oscura: reflexiones críticas sobre feminismo y política de identidad en América Latina, Buenos Aires, En la frontera, 2007.
-Flores, Valeria. Notas lesbianas. Reflexiones desde la disidencia sexual, Rosario, Hipólita Ediciones, 2005.
-Galindo, María; Sánchez, Sonia. Ninguna mujer nace para puta, Buenos Aires, La vaca,  2007.
-Gamba Susana, B. Diccionario de estudios de género y feminismos, Buenos Aires, Biblios, 2007.
-Gimeno, Beatriz. Historia y análisis político del lesbianismo,  Barcelona, Gedisa, 2005.
-Jeffreys, Sheila. La herejía lesbiana, Madrid, Feminismos, 1996.
-Lorde, Audre. “Edad, raza, clase y género: las mujeres redefinen la diferencia”, en La hermana, la extranjera. Artículos y conferencias, Madrid, Horas y Horas, 2004.  
-Millet, Kate. Política sexual, Madrid, Ediciones Cátedra, 1995.
-Platero, Raquel (coord.), Lesbianas. Discursos y representaciones, España, Melusina, 2008.
-Rich, Adrienne. Heterosexualidad obligatoria y existencia lesbiana, publicado por la revista “Nosotras que nos queremos tanto”, editada por el Colectivo de Lesbianas Feministas de Madrid, Nº 3, noviembre de 1985.
- Pateman, C. 1995. El Contrato Sexual, Mexico, Anthropos/UAM.
- Segato, R. 2003. Las Estructuras Elementales de la Violencia. Ensayos sobre género entre la Antropología, el Psicoanálisis y los  Derechos Humanos. Buenos Aires, Universidad Nacional de Quilmes / Prometeo.
- Wittig, Monique. El pensamiento heterosexual y otros ensayos, Madrid, Egales, 2006.



[1] Rich Adrienne, Heterosexualidad obligatoria y existencia lesbiana, publicado por la revista “Nosotras que nos queremos tanto”, editada por el Colectivo de Lesbianas Feministas de Madrid, Nº 3, noviembre de 1985. p.11
[2] de Beauvoir, Simone. El Segundo Sexo, Buenos Aires, Sudamericana, 2005. p.18
[3] Galindo, María; Sánchez, Sonia. Ninguna mujer nace para puta, Buenos Aires, La vaca,  2007. p.29
[4] Wittig, Monique. El pensamiento heterosexual y otros ensayos, Madrid, Egales, 2006.
[5] Pichardo, José Ignacio. “Lesbiana o no”, en Lesbianas. Discursos y representaciones, España, Melusina, 2008. p.129
[6] Espinosa Miñosos, Yuderkys. "Calladitas, calladitas" publicado en el suplemento "Soy" de Página 12 el viernes 12 de diciembre del 2008.
[7] Nota periodística titulada “Violaciones reparadoras en la República de Sudáfrica”  de Marta Kazimierczyk publicada en Gazeta Wyborcza el 16 de marzo de 2009. Traducido del polaco para RIMA por Barbara Gill.

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