Ponencia presentada en el VI Congreso Nacional de Psicología Forense; XX Jornadas Nacionales de Psicología Forense; XIX Jornadas de APFRA; Ciudad Autónoma de Buenos Aires, 13 y 14 de agosto de 2009
Heterosexualidad Obligatoria como forma de
violencia y violación a los derechos de las humanas
Luciana Guerra
En
este trabajo me propongo llevar a cabo un análisis de la denominada
Heterosexualidad Obligatoria, entendiéndola, siguiendo a Adrienne Rich, como
una Institución Política, productora y reproductora de la violencia contra las
mujeres. En esta oportunidad centraré mi atención en analizar en qué medida,
dicha institución, incide en la violación de los Derechos Humanos de las
lesbianas.
Desde
una perspectiva construccionista de la sexualidad, y posicionada ideológicamente
en el feminismo lésbico, Adrienne Rich sostiene que la Heterosexualidad
Obligatoria necesita ser reconocida y estudiada como una institución política.
Con dicho planteo la autora ataca dos prejuicios persistentes relacionados con
la sexualidad de las mujeres: en primer lugar, que éstas se hallan orientadas
sexualmente hacia los varones de manera innata; y, en segundo lugar, que el
lesbianismo es una representación de recelo hacia los hombres.
Postular
el carácter innato de la heterosexualidad elimina la posibilidad de pensar la
orientación sexual como una elección. A su vez esencializa la sexualidad ya
que, desde este punto de vista, la heterosexualidad sería una suerte de
“naturaleza” y quienes no la respetan, aparecen como antinaturales, anormales,
enfermas/os, etc.
En
su análisis, Rich, pone de manifiesto la incoherencia de semejante
argumentación esencializante, ya que si la heterosexualidad fuera realmente
innata, ¿por qué, [se pregunta], son necesarias restricciones tan
violentas para asegurar la lealtad y sumisión emocional y erótica de las
mujeres respecto a los varones?[1]
Seguido a esto, la autora enumera una gran
cantidad de prácticas violentas a partir de las cuales se impone y perpetúa la
Heterosexualidad Obligatoria.
La primera de ellas es negar a
las mujeres el desarrollo de su sexualidad, y se refleja en prácticas tales
como la ablación de clítoris o su negación psicoanalítica; la negación de la
existencia lesbiana a través de asesinatos, persecuciones, expulsión de la
historia; restricciones contra la masturbación, entre otras.
La segunda práctica que
disciplina y somete a las mujeres es la imposición de la sexualidad de los
varones, reflejado en prácticas tales como las violaciones (incluida la
marital) y maltratos a las esposas; en el incesto padre-hija, la prostitución,
el harén, la ideología del idilio heterosexual; en representaciones
pornográficas de mujeres respondiendo positivamente a la violencia sexual y a
la humillación, cuyo fundamento es la noción de que el impulso sexual masculino
equivale a un derecho inviolable que, una vez desatado, no admite un “no” por
respuesta.
El
segundo prejuicio anteriormente nombrado, pretende explicar al lesbianismo como
una representación de recelo hacia los varones. Esta postura está íntimamente
ligada al lugar común de las fantasías heterosexista que imaginan que una mujer se hace lesbiana
por haber tenido malas experiencias sexuales con varones, o dicho de otra
manera, porque nunca tuvo una buena relación heterosexual. De haberla tenido no
habría manera de que una mujer se aparte de semejante “privilegio”. Estos
planteos parten del supuesto de que la heterosexualidad es innata y como ya
dijimos, el lesbianismo aparece como el síntoma de un trauma causado por una
“mala experiencia hetero”.
Si
estos prejuicios están profundamente arraigados en el sentido común, es porque
fueron y son legitimados en los discursos científicos, filosóficos, judiciales,
etc. Y difundidos de manera compulsiva a través de los medios masivos de
comunicación, el sistema educativo y fundamentalmente por la Iglesia Católica
Apostólica Romana que impunemente habla de la homosexualidad como de una
enfermedad antinatural. Incluso promueve talleres para “curar” a las/os
homosexuales.
La
patologización como mecanismo de disciplinamiento del deseo tiene como dijimos,
un respaldo científico. La medicina, la psiquiatría y la psicología generaron
una gran cantidad de teorías y conceptos anclados en los prejuicios
heterosexistas anteriormente señalados. Pervertidas, invertidas, anormales,
desviadas, enfermas, envidiosas del pene, frígidas, etc. Todas y cada una de
ellas son distintas maneras que tuvo y tiene la ciencia para nombrar la gran
diversidad de “aberraciones sexuales” en las que puede caer cualquier mujer que
transgreda la violenta frontera que el heterosexismo impone con su gendarmería
simbólica. De un lado, donde reina el orden y el bien, las categoría propias de
las mujeres “saludables”, o sea, heterosexuales; del otro lado, donde habita el
mal, las categorías reservadas para las “enfermas”, en este caso, estamos
hablando de las lesbianas.
Como se sabe, recién en 1990 la Organización
Mundial de la Salud (OMS) reconoció que
la homosexualidad no era una enfermedad. Si bien esto puede ser entendido como
un avance en el plano formal, esta construcción histórica que identifica la
homosexualidad como una perversión aún se hace eco en la sociedad. Los
discursos homofóbicos en la actualidad tienen como antecedente esta
legitimación desde el saber institucional.
Esta situación que violenta el derecho de las mujeres a
decidir sobre el propio cuerpo y la propia sexualidad responde a un orden
heteronormativo, esto es, la definición de las mujeres en relación y/o en
función de los varones: hija de, hermana de, novia de, amante de, madre de,
etc. Como Simone de Beauvoir señaló hace más de 50 años, la mujeres no son
consideradas sujetos, sino objetos sexuales. Representan la Otredad absoluta. En su libro El segundo sexo, analiza cómo la mujer es definida por el varón con
relación a él y no en sí misma como un ser autónomo. La filósofa sostiene que
el varón puede (y de hecho lo hace) pensarse sin la mujer, pero ésta no puede
hacerlo sin el varón. La mirada masculina reduce a la mujer a un objeto sexual
cuya función es satisfacer las “necesidades” sexuales del varón y ser las
reproductoras de la especie. La humanidad, dice Beauvoir, es masculina. En sus
palabras: La mujer se determina y se diferencia con relación al hombre
[=varón], y no éste con relación a ella, la mujer es lo inesencial frente a lo
esencial. Él es el Sujeto, él es lo Absoluto, ella lo Otro.[2]
Con lo dicho, podemos
entender por qué la lesbiana es definida como aquella que tiene recelo hacia
los varones y no como una mujer que decide sobre su propia sexualidad. Si la heteronormatividad sólo asimila a las
mujeres en función de los varones, las lesbianas no tienen lugar dentro de un
mundo heteronormativo. Por lo cual el mismo régimen sexual las desaparece.
¿Cómo lo hace? Utilizando el mecanismo de la invisibilización. María Galindo en
el libro Ninguna mujer nace para puta, que escribió conjuntamente con
Sonia Sánchez, reflexiona sobre la invisibilización de las lesbianas y nos
dice:
Yo como lesbiana te puedo hablar de
una omisión bien profunda también, una omisión que nos borra completamente del
imaginario de las mujeres en una sociedad concreta. Y desde esa omisión como
lesbiana entiendo nuestra alianza como indigesta, insoportable, innombrable e
incomprensible. Quizá la omisión de la puta y la omisión de la lesbiana del universo
de las mujeres sean dos omisiones que se corresponden como dos puntas de una
misma tensión, la tensión de la otra que hay que anular para quedar ya
completamente a salvo del mal. Ocupamos siempre el lugar de la otra
innombrable, impresentable y que no puede y no debe ocupar sitio ninguno, ni
palabra en primera persona, somos ‘la otra’.[3]
Un aspecto
importante para destacar, es que la invisibilización como forma de violencia
característica ejercida contra las lesbianas es doble ya que, por un lado, se
niega su existencia desde el silencio, y por otro se producen estereotipos que
promueven una imagen de lesbianas desde una mirada heterosexista. Como bien
dice Monique Wittig: Cuando el pensamiento heterosexual piensa la
homosexualidad, ésta no es nada mas que heterosexualidad.[4]
La
pornografía es un caso paradigmático de la apropiación y cosificación de las lesbianas. Las dos mujeres teniendo
sexo son para él, el objetivo es excitar y erotizar al varón para quien está
dirigido el material pornográfico. La influencia de la violencia que promueve
la pornografía se ve reflejada en el acoso ejercido sobre las lesbianas en la
esfera pública cuándo éstas se visibilizan. Un beso, ir de la mano o cualquier
expresión de sensualidad entre mujeres es leído por la mirada masculina como
una posibilidad de acceso al cuerpo de las lesbianas. El cuerpo lesbiano pasa a
ser un territorio sin dueño porque las mujeres no son concebidas como sujetos
sino como objetos. En palabras de José Ignacio Pichardo se entiende que la
ausencia del varón las coloca en una situación de disponibilidad ante el resto
de los varones.[5]
Una
característica del mecanismo de la invisibilización es que no sólo no deja ver
a las lesbianas, sino que tampoco permite ver esta forma específica de violencia
que se ejerce contra las mismas. Como bien señala Yuderkys Espinosa Miñoso:
Tomada como ventaja la invisibilidad parece proteger más
que violentar a las lesbianas. Pero qué estrategia es esa de sobrevivencia, que
naturalizando la vida clandestina evita la marca en la piel, el charco de
sangre, el cuerpo amoratado, el golpe, el puñetazo en la cara...La violencia
que cuenta. La que te piden en la comisaría, la que te pide el Estado, el juez,
como prueba de violencia padecida.[6]
Y
efectivamente, si las lesbianas deciden salir del armario y vivir su vida
libremente corren el riesgo de ser agredidas no solo psicológicamente sino
también físicamente. Un claro ejemplo de esto fue la violencia brutal ejercida
contra una pareja de la Matanza hace menos de un mes, constituida por una
lesbiana y un transexual. Dos vecinos las atacaron y una de ellas casi pierde
la movilidad de la pierna ya que le cortaron cinco tendones y estuvo a punto de
desangrarse. Fueron amenazadas de muerte y cuando decidieron hacer la denuncia,
la policía dijo no poder tomarles declaración pero sí acepto una denuncia de
los agresores.
Otro
ejemplo brutal, es el denunciado en un informe titulado “Crímenes de odio.
Aumento del número de violaciones reparadoras en la República de Sudáfrica” realizado por la ONG ActionAid a principios de
este año. Según las/os autoras/es del informe, la mayoría de las lesbianas de
la República Sudafricana vive en perpetuo temor a ser violadas. Los mismos
criminales las denominan “violaciones reparadoras” porque creen que una mujer
violada cambiará su orientación sexual. El testimonio de una mujer citada en el
informe dice: -Todos los días escucho que merezco la violación. [los
agresores gritan] -¡Si te violo, aprenderás a ser una verdadera mujer y
finalmente comprenderás cómo es gozar con un varón. (...) Según el
jefe de la Comisión de los Derechos Humanos de la Rep. Sudafricana, Jody
Kollapen, el problema más grave es la indiferencia de las autoridades y de la
policía.[7]
Estos
hechos demuestran que el Estado mismo es el principal responsable de la
violación de los Derechos Humanos de las lesbianas. Ya sea de manera directa
como cuando no se le toma la denuncia a una lesbiana agredida o indirecta
cuando el Estado es cómplice, protector y garante de impunidad para quienes
cometen semejantes actos de violencia lesbofóbica.
Si
bien el artículo 3 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos sostiene
que Todo individuo tiene derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad
de su persona, el Estado, con sus acciones y omisiones, olvida que las
lesbianas también somos humanas.
Conclusiones
Luego
de este recorrido, quisiera hacer unas reflexiones respecto a los distintos
elementos analizados que operan como promotores y reproductores de la violencia
contra las lesbianas.
Empecé
esta ponencia poniendo en entredicho los prejuicios de que la heterosexualidad
es innata y de que el lesbianismo es un recelo hacia los varones. A mi modo de
ver, estos prejuicios son los emergentes de una estructura de violencia y poder
heteronormativo cuidadosamente naturalizada. El objetivo político de este poder
es disciplinar a las mujeres para que sean “verdaderas mujeres” y esto
significaría: una madre, heterosexual,
responsable con las tareas domésticas y el cuidado de los hijos, fiel al
marido, siempre dispuesta a cuidar de los otros pero nunca de sí misma,
comprensiva y sumisa.
Esta
“verdad femenina” lamentablemente no es el invento de algún misógino aislado.
Sino que es una “verdad” producida y legitimada por los discursos científico
como señalamos anteriormente. Estos discursos ocultan el carácter político e
histórico que hace de las mujeres meros objetos cuya función es satisfacer
sexualmente a los varones y cuidar de sus hijos. Presentadas como descripciones de la naturaleza
femenina, estos atributos y funciones asociados a las mujeres no son más que
estereotipos de género. Por ello los no inocentes prejuicios sexistas que
habitan en los discursos científicos deben ser cuestionados y visibilizados
como tales. Esencializar la heterosexualidad o postularla como lo normal es
violencia. Una violencia “científica” que está en consonancia con prácticas
tales como las “violaciones reparadoras” para lesbianas, por ejemplo.
Para
terminar, considero que revisar críticamente los supuestos heterosexistas de
los discursos científicos, religiosos, judiciales, mediáticos, etc. es una
tarea ineludible y necesaria si deseamos construir una sociedad que respete los
Derechos Humanos de todas y todos.
Bibliografía
-de Beauvoir, S. El Segundo Sexo, Buenos Aires,
Sudamericana, 2005.
-Espinosa Miñoso,
Yuderkys. Escritos de una lesbiana oscura: reflexiones críticas sobre
feminismo y política de identidad en América Latina, Buenos Aires, En la
frontera, 2007.
-Flores, Valeria. Notas
lesbianas. Reflexiones desde la disidencia sexual, Rosario, Hipólita
Ediciones, 2005.
-Galindo, María;
Sánchez, Sonia. Ninguna mujer nace para puta, Buenos Aires, La
vaca, 2007.
-Gamba Susana, B. Diccionario
de estudios de género y feminismos, Buenos Aires, Biblios, 2007.
-Gimeno, Beatriz. Historia
y análisis político del lesbianismo, Barcelona, Gedisa, 2005.
-Jeffreys, Sheila. La herejía lesbiana, Madrid, Feminismos, 1996.
-Lorde, Audre. “Edad,
raza, clase y género: las mujeres redefinen la diferencia”, en La hermana,
la extranjera. Artículos y conferencias, Madrid, Horas y Horas, 2004.
-Millet, Kate. Política
sexual, Madrid, Ediciones Cátedra, 1995.
-Platero, Raquel
(coord.), Lesbianas. Discursos y representaciones, España, Melusina,
2008.
-Rich, Adrienne. Heterosexualidad
obligatoria y existencia lesbiana, publicado por la revista “Nosotras que
nos queremos tanto”, editada por el Colectivo de Lesbianas Feministas de
Madrid, Nº 3, noviembre de 1985.
- Pateman, C. 1995. El Contrato Sexual, Mexico,
Anthropos/UAM.
- Segato, R. 2003. Las Estructuras Elementales de la Violencia.
Ensayos sobre género entre la Antropología, el Psicoanálisis y los Derechos Humanos. Buenos Aires,
Universidad Nacional de Quilmes / Prometeo.
- Wittig, Monique. El
pensamiento heterosexual y otros ensayos, Madrid, Egales, 2006.
[1] Rich Adrienne, Heterosexualidad obligatoria y existencia lesbiana, publicado por la revista
“Nosotras que nos queremos tanto”, editada por el Colectivo de Lesbianas
Feministas de Madrid, Nº 3, noviembre de 1985. p.11
[2] de Beauvoir, Simone. El Segundo
Sexo, Buenos Aires, Sudamericana, 2005. p.18
[3] Galindo, María; Sánchez, Sonia. Ninguna mujer nace para puta,
Buenos Aires, La vaca, 2007. p.29
[4] Wittig, Monique. El pensamiento heterosexual y otros ensayos, Madrid,
Egales, 2006.
[5] Pichardo, José Ignacio. “Lesbiana o no”, en Lesbianas. Discursos y
representaciones, España, Melusina, 2008. p.129
[6] Espinosa Miñosos, Yuderkys. "Calladitas,
calladitas" publicado en el suplemento "Soy" de Página 12 el
viernes 12 de diciembre del 2008.
[7] Nota periodística titulada “Violaciones reparadoras en la República de
Sudáfrica” de Marta Kazimierczyk
publicada en Gazeta Wyborcza el 16 de marzo de 2009. Traducido
del polaco para RIMA por Barbara Gill.
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