Reseña publicada en el año 2012 en la Revista
Mora Nº 18, Instituto Interdisciplinario de Estudios de Género, Facultad
de Filosofía y Letras. Universidad de Buenos Aires.
Gimeno, Beatriz, La Prostitución, Barcelona, Bellaterra,
2012, 300 págs.
Luciana Guerra
Desde
hace décadas, el debate sobre la prostitución al interior del feminismo español,
y en varios países del mundo, parece estar en un callejón sin salida. Dos
posturas enfrentadas, reglamentarista y
abolicionista que Beatriz Gimeno prefiere denominar proprostitución y
antiprostitución, han hecho del debate un diálogo de sordas, una discusión
cerrada por ambas partes donde la reflexión conjunta resulta imposible y la
virulencia es protaginista. Un debate visceral que lejos de aportar soluciones
se ha convertido en parte del problema ya que, según la autora, se configura a
partir de pares argumentativos binarios y excluyentes como por ejemplo: agencia
/ esclavitud, trabajo / violencia, regulación como trabajo / no regulación.
Desde
una perspectiva feminista y antiprostitución, la autora despliega a lo largo de
su libro un análisis minucioso y crítico de los argumentos utilizados por ambos
lados del debate con el objetivo de abrirlo hacia nuevas vías de discusión y
así encontrar puntos de fuga que den lugar a posiciones híbridas o matizadas.
Uno de los aspectos
que destaca al aproximarse a la prostitución desde el análisis del debate
feminista, es que el mismo se da en dos niveles que no tendrían por qué ser
excluyentes, pero que se han construido como si lo fueran. Uno es el nivel en
que se analiza la estructura y la ideología que ha creado y sostiene la
prostitución, el nivel que analiza la estructura material, pero también simbólica,
que mantiene la desigualdad entre varones y mujeres y donde se discute también
qué efectos produce el uso de la prostitución en la desigualdad existente. Este
nivel analítico, suele ser omitido por las feministas proprostitución.
En
el otro nivel se discute sobre los derechos concretos, las vidas, las opiniones
y decisiones de las mujeres que ejercen la prostitución. Esta dimensión del
análisis, según observa Gimeno, es poco tenida en cuenta por las feministas
antiprostitución.
La propuesta de una
posición híbrida se basa en el desafío de construir estrategias que habiliten
la articulación de una lucha que contemple estos dos niveles. En este sentido,
la autora visibiliza posiciones, como por ejemplo la de O`Neill, que promueven la
integración de la lucha por mejorar las condiciones de las mujeres que viven de
la prostitución sin abandonar la lucha contra el patriarcado teniendo en cuenta
todos los ejes de poder que se articulan en las relaciones de prostitución como
son la clase, la raza, la nacionalidad y desde ya, el género. De esta forma, el
abismo que separa a las antiprostitución y a las proprostitución podría
acortarse y en el mejor de los casos permitiría acordar una agenda de mínima
para impulsar políticas en conjunto.
Pero
para abrir canales de diálogo la autora advierte la necesidad de desarticular
los estratagemas a partir de los cuales se ha ido configurando un debate por lo
demás tramposo. Trampas que se vinculan, según Gimeno en coincidencia con
Zyzec, con un rasgo característico de la posmodernidad que se basa en el
mecanismo de hacer pasar discursos hegemónicos y conservadores como si fueran
antihegemónicos al enmascararse de contraculturales con características propias
de la estigmatización, lo marginado, lo minoritario y antisistémico.
En
el capítulo 2 titulado “¿Es la prostitución un problema moral?” Gimeno analiza,
entre otras cuestiones, el planteo formulado por las feministas proprostitución
de que las antiprostitución quieren imponer su moral particular que se
caracterizaría por ser antisexual, tradicional y conservadora. Gimeno entiende
que esta es una afirmación tramposa ya que todas las personas terminan
trabajando para universalizar las convicciones éticas como por ejemplo las
batallas por la legalización del aborto, del matrimonio igualitario, etc. Para
la autora, la trampa en el caso de la prostitución radica en equiparar moral
con moral sexual conservadora. Porque lo que el feminismo antiprostitución
defiende como valor no es el puritanismo sexual sino la igualdad entre los
sexos, y por su parte el feminismo proprostitución también se inscribe en la
defensa de valores ya que desde sus posturas es claro el valor que le dan a la
libertad individual entendida como libertad para comprar y vender en el marco
de las sociedades de consumo en las que vivimos donde el sexo aparece como una
de las mercancías más preciadas y no consumirlo puede llegar incluso a ser mal
visto.
En
este sentido y en relación con otro eje encriptado del debate que gira en torno
a la regulación o no de la prostitución encontramos una observación de Gimeno
que visibiliza el modo en que discursos de contenido conservador se presentan
como transgresores. En sus palabras leemos que “Uno de los equívocos más persistentes en este
debate es la posibilidad de que quien defiende el uso o la regulación de la
prostitución sea automáticamente y sólo por esa defensa considerada feminista
radical y prosexo. Esto tiene que ver con que desde esta perspectiva se suele
insistir en que, al regular la prostitución, además de los derechos de las
mujeres que lo ejercen, también se protege la libertad sexual cuando en
realidad lo que se protege es una determinada masculinidad y una determinada
sexualidad masculina cuya hegemonía y no cuestionamiento dificulta o impide la
igualdad entre los sexos. Desde su posición prosexo, las feministas que no
cuestionan o que defienden estas masculinidades pasan por ser revolucionarias y
radicales sexuales, cuando en realidad no hay nada más conservador que apoyar
una institución tan milenaria cuya función es apuntalar la desigualdad,
mientras que lo radical sería pretender cambiar los roles sexuales, de género,
combatir el binarismo sexual y las prácticas hegemónicas que se naturalizan a
través de, por ejemplo, el uso de la prostitución.” (pág. 225)
Otro
punto anquilosado del debate se da en torno a la consideración de la
prostitución como trabajo o no. En el capítulo 8 titulado ¿Regular o no regular?
Gimeno señala que suele suponerse que si se piensa que la prostitución es un
trabajo se sigue que debe regularse. O a la inversa, si no se la entiende como
trabajo es porque no debe ser regulada. Para la autora, discutir si la
prostitución es o no un trabajo no tiene mucha utilidad porque por un lado, trabajo
puede ser cualquier cosa que se viva subjetivamente como trabajo, y por el
otro, considerarla un trabajo no significa que deba regularse o legitimarse. El
asunto que sería interesante discutir para la autora es si consideramos
positivo el hecho de que esta actividad/trabajo sea legitimada social, ética y políticamente.
Otro
eje polémico del debate se basa en el dualismo víctima/agente o
coerción/consentimiento vinculado a su vez con la cuestión del estigma de la
puta. Dualismo que la autora propone descentrar del debate por simplista y
sesgado. Por un lado, para no caer en los enfoques victimistas del sector
antiprositución que no aceptan el hecho de que una mujer pueda elegir la
prostitución como salida económica negando de esta forma la posibilidad de
agencia de la misma. A su vez, esta negación a distinguir entre prostitución
forzada o trata y no forzada, obtura la posibilidad de una alianza política
entre los distintos sectores del feminismo para combatir de forma más efectiva
a las redes de trata con fines de explotación sexual.
Pero
por otro lado, para no caer tampoco en la postura engañosa defendida por las
proprostitución que consideran que la prostitución libera a las mujeres ya que
tiene una gran capacidad cuestionadora del orden social aparte de brindar
independencia económica a las prostitutas. Y que justamente por esa capacidad
cuestionadora del orden social es por lo que se crea el estigma, para evitar la
autonomía de las prostitutas. Regular la prostitución para estas feministas
liberaría a las trabajadoras sexuales del estigma.
Ante
estos argumentos, Gimeno se pregunta ¿Cómo podría la prostitución atentar
contra el sistema patriarcal que la crea, la mantiene y que ella misma refuerza
permanentemente?
Creer
que la regulación haría desaparecer el estigma, como señalan las
proprostitución, es para Gimeno una falacia. Y no sólo porque invisibiliza el
hecho de que en los lugares donde está o ha estado regulada la prostitución el
estigma no ha cambiado en absoluto. Sino porque el estigma, a su modo de ver,
está intimamente relacionado con la forma en que los varones construyen su
subjetividad y su sexualidad.
En
este sentido la autora señala que “El problema no es si algunas mujeres
prefieren la prostitución a otros trabajos peor pagados, porque está claro que
algunas sí que lo prefieren; el problema es por qué muchos hombres encuentran
que acudir a la prostitución es una manera satisfactoria de relacionarse
sexualmente con las mujeres; y el problema es también de qué manera ese tipo de
relaciones nos afectan a las mujeres como género y afectan también a la
igualdad entre hombres y mujeres.” (pág. 158)
Justamente, una de
las tesis centrales del libro, es que la prostitución en la actualidad está
funcionando como una institución que refuerza y resguarda una masculinidad
hegemónica acosada y desafiada por los avances del feminismo en los últimos
tiempos.
En
este sentido, Gimeno nos propone abandonar el dualismo víctima/agente o
coerción/consentimiento como centro del debate porque no permite abordar
cuestiones cruciales como la visibilización del modo en que se estructuran en
la sociedad capitalista y patriarcal las opciones sociales o económicas para
las mujeres. La heterosexualidad como norma, la división sexual del trabajo, y
fundamentalmente, la construcción de la masculinidad hegemónica son cuestiones
que confluyen y atraviesan al mundo de la prostitución y sin embargo aparecen
muy poco en el debate.
Estas
cuestiones de fondo que suelen ser omitidas son, a los ojos de Gimeno, claves
para lograr la apertura de un debate que necesita imperiosamente encontrar
nuevos caminos reflexivos y analíticos. Es por ello, que a lo largo del libro,
podemos advertir la búsqueda constante de la autora por explicar y visibilizar,
desde un abordaje genealógico y contextual, la íntima relación que existe entre
las relaciones de prostitución y una cultura patriarcal edificada sobre una
lógica de dominación atravesada por distintos ejes de poder que codifican el
orden de género, como son la clase, la raza y la nacionalidad.
Denunciar
y combatir estas estructuras de dominación y lograr al mismo tiempo acuerdos
políticos que permitan no sólo mejorar las condiciones de las mujeres que viven
de la prostitución, sino también ayudar a las que quieren dejarlo y a quienes
están secuestradas por las redes de trata son los desafíos y anhelos que
recorren las páginas de un libro, por lo demás, polémico.
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