Este texto fue publicado en en año 2014 en la Colección Cuadernos de Cátedra de La Facultad de Periodismo y
Comunicación Social de la Universidad Nacional de La Plata
El subtexto de género de las
noticias: androcentrismo y sexismo en la mira
Luciana Guerra
Introducción
Las pretensiones de las noticias de
erigirse como descripciones neutrales y objetivas de la realidad nos informan
más del ojo que mira que de la realidad descripta. Un ojo que, por cierto, no
carece de sexo, ni de clase, ni de etnia, ni del poder que le da el lugar desde
donde mira, enuncia y publica masivamente su punto de vista. Una mirada que se
proyecta como lo real, lo verdadero, ocultándose a sí misma como mirada. Es
decir, se oculta como visión de la realidad para presentarse como la realidad
misma sin mediaciones de por medio.
Aceptando el hecho de que una
mirada del mundo, no es el mundo, intentaremos analizar el denominado subtexto
de género de la noticia. Nuestra intención es visibilizar el enfoque
androcéntrico y muchas veces sexista a partir del cual se construyen las
noticias en los medios masivos de comunicación. En esta oportunidad,
centraremos nuestra atención, en la construcción estereotipada, monolítica y
homogeneizante de la mujer.
Androcentrismo
y estereotipos de género
El androcentrismo, se caracteriza
por la falacia de convertir un punto de vista particular, parcial, –en este
caso el punto de vista de los varones–, en una verdad universal. Se ubica al
varón como centro y referencia de lo humano y a la mujer como margen y
accesorio de lo humano.
Si Marx había denunciado a la
ideología burguesa, que pretendía hacer pasar su punto de vista y sus
intereses, como si fueran el punto de vista y los intereses de la humanidad en
su conjunto, el feminismo lleva a cabo una crítica similar pero poniendo como
eje de análisis la relación de dominación sexual. Ya Simone de Beauvoir
observaba en 1949 que: “La representación del mundo, como el mundo mismo, es
operación de los hombres (hombre = varón); ellos lo describen desde el punto de
vista que les es propio y que confunden con la verdad absoluta” (de Beauvoir,
2005: p.142).
Esta mirada androcéntrica va a
definir a la mujer no como un sujeto autónomo, para sí misma, sino, en relación
y en función de los varones: “hermana de”, “madre de”, “hija de”, “amante de”,
“esposa de”, son las descripciones que parecen dar sentido a la existencia
femenina.[1]
Es decir, la mujer es heterodesignada como “lo Otro” y además se la
inferioriza.[2]
Esta definición patriarcal de la
mujer, se configura en una larga lista de pares binarios jerarquizados y
marcados sexualmente. Por un lado lo masculino / racional / universal / neutro
/ objetivo/ público / fuerte / superior. Por otro lado lo femenino / emocional/
irracional /particular / privado / débil / inferior.
De este modo, el pensamiento
binario y androcéntrico construye y petrifica los estereotipos de género al
mismo tiempo que los presenta como no construidos, como verdades que emergen de
la naturaleza misma de los sexos.
Resulta oportuno señalar que el
origen etimológico del término estereotipo
remite a las palabras griegas stereos
que significa sólido y typos que significa marca. El término se empieza
a usar ampliamente en el siglo XVIII
cuando, como señala Angie Simonis Sanpedro: (se lo aplica) “a la impresión de copias de papel maché a
partir de un bloque sólido, un molde de plomo, utilizado en imprenta en lugar
del tipo original, donde ya encontramos implícita la idea de un origen rígido
para reproducir indefinidamente materiales” (Simonis Sanpedro, 2005: 233).
Los estereotipos de género, operan
entonces, como ese molde rígido creado para reproducir entidades iguales cuyas
características serían una copia del original. Si bien este original esta esencia femenina funciona como la ficción fundacional del Mito de
la Mujer como lo Otro absoluto, no significa que no tenga efectos en la
realidad.
Por el contrario, el
disciplinamiento en clave genérica de los distintos procesos de socialización
se encarga de producir y afianzar la cosificación del cuerpo y la sexualidad de
las mujeres desde una noción unívoca y normativa de lo femenino.
De esta forma se preestablecen los
lugares, deseos, funciones, aspiraciones, virtudes y capacidades que
corresponden a cada sexo.
Entendemos que la construcción de
lo femenino en tanto inferior de lo masculino, es
producto de las relaciones de poder que subyacen y configuran a los sexos, un
efecto de la mirada patriarcal proyectada
sobre las mujeres.[3] Una
mirada que, como señalamos anteriormente, se presenta como la realidad misma,
como una verdad clara y distinta.
Pero es justamente esta mirada
sesgada la que los Estudios de Género revisan críticamente en los distintos
niveles y ámbitos de la cultura. La ciencia, la filosofía, el arte, la
religión, la educación, la justicia, y también los medios masivos de
comunicación están atravesados por los prejuicios sexistas que impactan con
violencia en la subjetividad y la vida cotidiana de las mujeres.
Madre santificada o prostituta
despreciada parecen ser los únicos rostros que la mirada sexista admite en una
mujer. Esta heterodesignación construye una imagen estereotipada de lo
femenino, negando por un lado, que es una construcción a través del viejo
recurso de apelar a toda clase de determinismos (biológicos, metafísicos,
teológicos, etc.); y por otro, invisibilizando las realidades singulares y
diversas de los cuerpos sexuados que habitan creativamente la categoría mujer.
Por ello se ha sostenido que la
existencia femenina es paradojal. En palabras de Teresa de Lauretis:
¿Quién es o qué es una mujer?;
¿Quién soy o qué soy yo? Haciéndose estas preguntas, el feminismo, que era un
movimiento social de y para las mujeres, descubrió que la mujer no existe. Su
existencia es paradojal, pues está al mismo tiempo atrapada y ausente en el
discurso; se habla constantemente de ella, pero es inaudible e inexpresiva en
sí misma; una existencia que se despliega como un espectáculo, pero que no es
aún ni representada ni representable, que es invisible, pero que es, a su vez,
el objeto y la garantía de la visión; un ser cuya existencia y especificidad es
simultáneamente declarada y rechazada, negada y controlada (de Lauretis, 1993:
73).
Por un lado tenemos el
silenciamiento y la invisibilización de las voces y vidas de las mujeres reales
y diversas y, por otro lado, el estereotipo femenino que se exhibe como
representante oficial de todas las mujeres. Los mandatos de género delimitan
entonces las fronteras de lo femenino. Cualquier corrimiento, cualquier
transgresión o desobediencia a estos mandamientos detona una gran cantidad de
mecanismos de violencia de género con fines correctivos o disciplinarios. La
naturalización de este tipo de violencia, hace que pocas veces se la vea como
tal. La autolegitimación de sí misma en tanto intervención reparadora de una
violación a la naturaleza femenina, tiene el efecto de que la
violencia sexista frecuentemente sea vista como merecida. La violencia
simbólica juega un rol fundamental en tanto que habilita y legitima la
violencia física.
Desde este marco, la violencia
contra las mujeres se entiende como un
continuo que se compone de varios niveles interconectados: simbólico,
psicológico, físico.
Teniendo en cuenta estas
consideraciones, emprenderemos la tarea de analizar el subtexto de género de
los medios masivos de comunicación. Es decir, intentaremos visibilizar tanto
los mensajes apologéticos y naturalizadores de la violencia sexista, como los
enfoques androcéntricos y estereotipados a través de los cuales se transmite y
se refuerza compulsivamente el mito de la mujer como lo Otro Absoluto.
La
dimensión simbólica de la violencia de género: el ejemplo de los suplementos
femeninos
La visión del mundo androcéntrica
es extensiva a todos los ámbitos y dimensiones de la vida social y política. Es
un modo de ver y analizar el mundo que se caracteriza, como vimos, por una
representación del mundo hecha desde un punto de vista masculino. La luz del androcentrismo expulsa del campo
de visión la realidad concreta y diversa de las mujeres para poner en su lugar
un estereotipo normativo. Consideramos que este enfoque sesgado desde un punto
de vista de género, sigue siendo hegemónico en los medios masivos de
comunicación.
Cada decisión en la producción
mediática implica una toma de posición respecto de cómo leer la realidad. El
criterio a partir del cual se dividen los diarios y revistas en secciones y
suplementos es un tema que puede ser analizado en clave genérica. La
publicación de suplementos femeninos en los cuales supuestamente aparecen todos
los temas que preocupan e interesan a las mujeres es un hecho recurrente.
En este sentido podemos interpretar
que en el abordaje de los temas de y para
mujeres como algo aparte y publicados en los denominados suplementos
femeninos subyace la dicotomía que identifica el espacio público con lo
masculino y el privado con lo femenino. Ya que resulta significativo el hecho
de que por un lado aparezca la economía, la política, la cultura, la educación,
etc., y por otro las mujeres con temáticas vinculadas fundamentalmente a la
espera privada y al estereotipo de belleza femenina. (cocina, familia,
decoración, moda, etc.)
Coincidimos con Martha Vasallo en
la apreciación de que “Es precisamente el carácter político de la cuestión
femenina, la articulación de las coyunturas políticas con la situación de las
mujeres, lo que suele pasar desapercibido a fuerza de concebir como algo aparte
los temas de las mujeres (…) Cualquiera de los rubros en que se divide
tradicionalmente una publicación periodística (Política, Economía, Sociedad,
Espectáculos, Cultura, Educación, etc.) es pasible de ser enfocado desde una
perspectiva de género.” (Vasallo, 2003:16).
Pero dado que es hegemónico el
enfoque androcéntrico en los medios masivos de comunicación, el lugar asignado
para las mujeres es el de suplemento femenino.
En el marco de la consideración de
lo femenino como suplemento tienen un lugar protagónico los temas que se
desprenden del estereotipo de mujer: moda, belleza, familia y cocina parecen
agotar el mundo de lo femenino.
Si tomamos como ejemplo los últimos
números del suplemento Mujer platense
del diario El Día (del 19 de octubre
al 1de diciembre de 2010), y relevamos los títulos centrales, nos encontramos
con lo siguiente: “Relaciones que marcan tu vida”; “Depilación: qué método
seguir”; “La dieta elegida por las famosas”; “Cómo entender a los hombres”; “Soltería:
ventajas y contras”; “El estrés aliado de la infertilidad”. [4]
Con este breve recorrido podemos
dar cuenta de cómo el estereotipo femenino de doble cara, madre y objeto
sexual, atraviesa las notas del suplemento.
Lo mismo sucede con el suplemento
en-línea entremujeres.com del Grupo Clarín, en este caso, aparte de los
temas recurrentes como belleza, moda, hogar, familia, etc., aparece el tema
trabajo. El titular de la primera noticia que se encuentra en esta sección es: “Las
profesiones que llevan al divorcio”[5].
Es decir, cuando se aborda el tema
del trabajo de las mujeres en la esfera pública, aparece como problema central
el impacto que esa situación genera en la vida familiar de la mujer. El mensaje
que transmiten estas noticias es que si bien las mujeres en los últimos tiempos
han avanzado sobre espacios y lugares que antes eran exclusivamente para los
varones, no deben olvidar sus responsabilidades en la esfera privada. De esta
manera, la división sexual del trabajo se refuerza y
la doble jornada laboral es naturalizada.
Un ejemplo de ello lo encontramos
en el suplemento entremujeres.com, en
la sección de trabajo en una nota que a primera vista puede parecer disruptiva
del estereotipo patriarcal de mujer ya que se titula: “Una mujer entre los
mejores camioneros”, pero si seguimos leyendo encontramos lo siguiente: “Cristina se destaca en un terreno masculino. Fue finalista del premio Mejor conductor de camiones de Argentina y dirige una flota de transportes. Todo,
mientras ama a su familia, disfruta de sus hobbies y mantiene su
belleza”.[6]
Es decir,
se le da permiso a la mujer para usurpar algunos lugares masculinos,
pero siempre y cuando no olvide su lugar de madre y objeto sexual: amar=cuidar
a la familia y preocuparse por su belleza. Por otro lado, no es un dato menor que el premio mencionado sea para el mejor
conductor, a pesar de que la ganadora pueda ser una mujer. La
cristalización de determinados lugares y roles como masculinos y femeninos
sigue apareciendo en el lenguaje a pesar de que en la realidad haya rupturas y
cambios.
Por
su parte,
nuevamente el suplemento Mujer platense, también está en
sintonía con este tipo de mensajes. En la edición del 10 de octubre de 2010
encontramos el título “La nueva generación de mujeres” y a continuación leemos:
“Conciliar amor, familia, trabajo y permanecer eternamente bellas”.[7] La nota, está acompañada de una
foto de una mujer trabajando en un escritorio. Con una mano manipula un mouse y
con la otra sostiene un bebe. Entre medio de los objetos de oficina que están
sobre su escritorio sobresale una mamadera ubicada en el centro de la foto y en
un primer plano. El mandato de maternidad aparece entonces simbolizado por un
biberón protagonista y central en la imagen. Por delante de la mujer misma y de
su trabajo remunerado.
Resulta
importante señalar que el supuesto de heterosexualidad es condición de posibilidad necesaria y recurrente de la configuración del
lugar de madre y de objeto sexual en el estereotipo femenino. Es por ello, que
consideramos abordar la cuestión de la heterosexualidad obligatoria,
como un régimen sexual en consonancia con las aportaciones teóricas de Adrienne Rich.
En efecto, entre las denominadas instituciones sociales, Rich denunció como una
institución política la heterosexualidad que
tiene un lugar estratégico en la producción y reproducción del poder patriarcal.
Si
bien en nuestro país se han dado grandes pasos en este sentido, debido a la
reciente sanción de la ley de matrimonio igualitario, la heterosexualidad sigue
operando –como en la mayoría
de los países del mundo– en las distintas instancias
de socialización, como la única forma normal de disciplinamiento del deseo. Podríamos afirmar, junto con Monique Wittig, que: “Por mucho que se haya admitido en estos últimos
años que no hay naturaleza, que todo es cultura, sigue habiendo en el seno de
esta cultura un núcleo de naturaleza que resiste al examen, una relación
excluida de lo social en el análisis y que reviste un carácter de
ineluctabilidad en la cultura como en la naturaleza: es la relación
heterosexual. Yo la llamaría la relación obligatoria social entre el hombre y
la mujer.”(Wittig, 2006: 51).
En este sentido, podemos afirmar que uno de
los mecanismos de los medios de comunicación, en sintonía con el
disciplinamiento heterosexista, consiste en la repetición compulsiva de
imágenes heterosexuales con efectos heteronormativos.
De crímen pasional a
femicidio
Otro
tema que quisiéramos analizar, es el modo en que los medios tratan la violencia
contra las mujeres. Como la problemática es muy amplia, nos enfocaremos en la
forma en que son representados los asesinatos de mujeres.
Para
ello, haremos previamente algunos señalamientos sobre los aportes teóricos de
la teoría feminista respecto del abordaje de los asesinatos de mujeres o
femicidios.
El concepto de femicidio surge hace
apenas unos 20 años en un artículo escrito por las autoras Jane Caputo y Diana
E.H. Russell publicado en la revista Miss de septiembre-octubre de 1990
titulado “Femicid: Speaking the unspeakable”. Dos años después el artículo
vuelve a publicarse cobrando mayor difusión en el libro de Jill Radford y Diana
Russell, Femicid: The Politics of Woman Killing. En dicha obra, las
autoras definen al femicidio de la siguiente manera:
El
asesinato de mujeres es la forma más extrema del terrorismo sexista. Una nueva
palabra es necesaria para comprender su significado político. Pensamos que
feminicidio es la palabra que mejor describe los asesinatos de mujeres por
parte de los hombres=varones, motivados por el desprecio, el odio, el placer o
el sentido de propiedad sobre ellas. El femicidio es el resultado final de un
continuum de terror que incluye la violación, tortura, mutilación genital,
esclavitud sexual, especialmente la prostitución, el incesto y el abuso sexual
familiar, la violencia física y emocional, los asaltos sexuales, mutilaciones
genitales (clitoridectomías e infibulaciones), operaciones ginecológicas
innecesarias (histerectomías) heterosexualidad obligatoria, esterilizaciones y
maternidades forzadas (penalizando la anticoncepción y el aborto),
psicocirugías, experimentos médicos abusivos (por ej. la creación de nuevas
tecnologías reproductivas), negar proteínas a las mujeres en algunas culturas,
las cirugías estéticas y otras mutilaciones en nombre del embellecimiento.
Siempre que de estas formas de terrorismo resulta la muerte, se transforman en femicidio… Cuando
la supremacía
masculina es desafiada, el terrorismo es intensificado…las mujeres vivimos bajo
este terror, luchemos contra él o no. (Rudford y Russell, 1992).[8]
Esta óptica feminista a partir de
la cual se construye la categoría de femicidio, nos permite hacer un abordaje
teórico de los asesinatos en cuestión enmarcándolos dentro de la denominada
violencia de género contra las mujeres la cual es entendida como producto de
las relaciones de poder y sujeción entre los sexos/géneros ancladas en la
supremacía masculina.
Esta
perspectiva implica un giro epistemológico y político respecto al modo en que
los medios de comunicación han tratado históricamente los asesinatos de
mujeres. Es decir, desde el paradigma patriarcal del crimen pasional. Esta
explicación policial da lugar a un desplazamiento del análisis político de los
mismos para presentarlos, por un lado, como novelas de amor con final trágico,
y por otro como casos aislados y personales, sin relación alguna entre sí.
En ese sentido, cabe señalar que el
mecanismo de naturalización de los medios respecto de la violencia sexista se
configura a través de la lógica patriarcal que codifica la interpretación de la
violencia contra las mujeres como disciplinamientos merecidos. De esta manera,
la mujer violentada es señalada como la responsable de la violencia sufrida
dando lugar a la denominada doble victimización. Los medios instalan como tema
de debate público la moralidad de las víctimas y se introduce la duda respecto
del merecimiento de lo acontecido debido a que se lo vincula a situaciones de
prostitución, drogas, infidelidad, etc. De esta forma cualquier conducta que
pueda señalarse como inmoral desde la
óptica patriarcal es utilizada por los medios para invertir la explicación de
lo ocurrido. La violencia no se debe entonces a las relaciones de poder que
subyacen entre los sexos, sino, por el contrario, a conductas inmorales que
hacen de la violencia machista un correctivo ejemplificador ya no para la mujer
asesinada, sino para la mujer genérica. Es decir, como mensaje disciplinador
para toda mujer que transgreda las fronteras sexuales de su género.
Dos ejemplos que podríamos traer a
cuenta son los femicidios de María Marta García Belsunce y Nora Dalmasso. Los
medios instalaron por mucho tiempo aspectos relacionados a sus respectivas
vidas sexuales con la intensión (inconfesa) de echar cierto manto de duda sobre
su moral e, indirectamente, culpabilizarlas de lo que les había ocurrido.
Otro elemento a tener en cuenta
para el análisis de los asesinatos de mujeres, es
el hecho de que tal asesinato cobra gran impacto mediático cuando se trata de
mujeres blancas, heterosexuales y pertenecientes a círculos de poder político y
económico como es el caso de Belsunce y Dalmasso. Pero cuando otros ejes de
poder –como la etnia, la opción sexual o la pobreza– atraviesan el género de la
mujer violentada la repercusión mediática es prácticamente nula. De esta forma
los femicidios de mujeres mestizas, desocupadas, lesbianas, migrantes son
invisibilizados. (Guerra y Sciortino, 2009).
Un ejemplo, entre varios, es el
femicidio de Sandra Ayala Gamboa, una joven desocupada peruana que fue violada
y asesinada en febrero de 2007 en el ex archivo del Ministerio de Economía de
la ciudad de La Plata, hoy ARBA. O el fusilamiento de Natalia Gaitán, una joven
lesbiana y pobre, que fue fusilada en marzo de
2010 por el padrastro de su novia, Daniel Torres, que se oponía a la relación
que mantenían. Tanto el femicidio lesbofóbico de Natalia como el femicidio de
Sandra, fueron prácticamente invisibilizados por los medios de comunicación.
Es decir, los femicidios son o bien
presentados como crímenes pasionales
o cometidos bajo emoción violenta,
con las connotaciones sexistas anteriormente señaladas, o simplemente
invisibilizados.
Hacia un periodismo no
sexista
La crítica al paradigma
androcéntrico tanto en los medios de comunicación como en la producción de
conocimiento en las distintas disciplinas aparece como un desafío intelectual y
político para quienes están comprometidas/os con un enfoque feminista o de
género. La deconstrucción de representaciones estereotipadas de las mujeres, el
cuestionamiento al lenguaje sexista, la heterosexualidad obligatoria, la
denuncia a la oferta explícita de cuerpos de mujeres en clasificados para la
explotación sexual, la naturalización de la violencia de género y de la
división sexual del trabajo son algunos de los temas que esta perspectiva
propone visibilizar.
La posibilidad de acceder a
espacios desde donde proyectar miradas y voces en disidencia con el androcentrismo
hegemónico se ha promovido con diversas estrategias. Tanto en los intentos, poco felices, de alcanzar algún grado de
visibilidad en los medios masivos de comunicación, como en la creación de
medios alternativos y la utilización de las nuevas tecnologías de información.
Pero para abrirle camino a una
perspectiva crítica que se propone cuestionar las desigualdades sociales,
políticas, económicas y culturales que se establecen debido a la pertenencia de
género es fundamental hacer una reflexión respecto de la formación de las
carreras de Periodismo y Comunicación. Consideramos que la posibilidad de un
periodismo no sexista depende del grado de desarrollo y acompañamiento político
que tenga la promoción en la academia de instancias de formación que trabajen
con perspectiva de género o feminista.
Es sabido el enorme poder de los
medios debido al lugar materialmente privilegiado que tienen para transmitir
masiva o más bien compulsivamente, una visión de la realidad por sobre tantas
otras que quedan invisibilizadas. El poder de esta visión radica en la
incidencia que tiene tanto en la subjetividad de las personas, como en la
formación de sentido común y en la producción de las imágenes de las cuales nos
valemos para figurarnos la realidad diaria. A través de imágenes y discursos
sesgados los medios masivos pretenden enjaular la realidad en un punto de vista
que reproduce las jerarquías y violencia constitutivas del sistema sexo/género.
De esta forma, la violencia
simbólica del paradigma androcéntrico se esconde en una fachada de objetividad
y neutralidad que nos muestra las ambiciones de una mirada que se proyecta como
dueña de la verdad del objeto observado/devorado.
Si bien en este trabajo nos
centramos en el análisis de la naturalización de la sujeción y cosificación de
las mujeres, merecen igual atención y reflexión la violencia simbólica de los
medios respecto a todas las identidades de género y orientaciones sexuales que
no se ajustan al binarismo sexual heterosexista, es decir, travestis,
transexuales, transgéneros, intersex, lesbianas, bisexuales, gays. Cabe señalar
que en un contexto donde no sólo se aprobó la ley de matrimonio igualitario,
sino que también se discute y se lucha por una ley de identidad de género, los
medios siguen haciendo abordajes estigmatizantes respecto de la comunidad
Lésbica, Gay, Travesti, Transgénero Transexual Bisexual Intersexual “LGTTTBI”
Para terminar, quisiéramos exponer
las palabras de Liliana Daunes, una trabajadora de la comunicación feminista,
que expresa una mirada crítica en consonancia con lo que se ha intentado
transmitir a lo largo de este trabajo:
El derecho a la comunicación es un derecho
humano y no un negocio. La mercantilización de la cultura, agrava y profundiza
la realización de una programación de los medios de comunicación que desbordan
de lenguaje sexista, de humor misógino, de estereotipos machistas, de
vulgaridad en el tratamiento de problemas constituyentes de la identidad de las
personas como por ejemplo la sexualidad, de naturalización de los roles subalternos
de las mujeres, de bastardeo a la libre opción sexual de lesbianas, gays y
travestis (…)
Lo que estoy planteando es el derecho a la
pluralidad ideológica, en medios de comunicación que hegemónicamente reproducen
la cultura androcéntrica. Es la posibilidad de que se exprese una mirada del
mundo, no la propia, no la de una u otra periodista, sino la de una corriente
histórica y la de un movimiento, que se va creando a sí mismo desde la
identificación de la opresión de las mujeres que realiza el patriarcado, y
desde las batallas por nuestra emancipación. Es la palabra de un feminismo que
no pretende lograr un cupo para integrarse en la dominación, sino que aspira a
deconstruir todas las dominaciones de una cultura opresora en la que se
refuerzan mutuamente, el capitalismo, el patriarcado, el racismo, la violencia.
(Daunes, 2008) [9]
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[1] Cabe señalar que algunos de estos esquemas como “hija de”,
“hermana” o “madre” se repiten en los insultos.
[2] Uno de los tantos ejemplo paradigmático, en filosofía, sobre la
heterodesignación de las mujeres, es la construcción que hace Rousseau de
Sofía, en el libro V de su obra El Emilio,
donde afirma que el destino de la mujer es agradar al hombre y ser sometida
debido a que es débil y pasiva por naturaleza.
[3] Tomo la definición de patriarcado de la feminista Heidi Hartmann
que lo entiende como “un conjunto de relaciones
sociales entre los hombres que tienen una base material y aunque son
jerárquicas crean o establecen interdependencias y solidaridad entre ellos que
los capacita para dominar a las mujeres. Es fundamental examinar la jerarquía
entre los hombres y su diferente acceso a los beneficios del patriarcado No hay
duda de que aquí entran en juego la clase, la raza, la nacionalidad e incluso
el estado civil y la orientación sexual, así como la edad. Y las mujeres de
diferentes clases, razas, nacionalidades, estados civiles y orientaciones
sexuales están sometidas a diferentes grados de poder patriarcal”. (Hartmann,
1980: 97).
[4] http://www.eldia.com.ar/mujer/Default.aspx, 6 de diciembre de 2010.
[5] http://www.entremujeres.com/trabajo, 6 de diciembre de 2010.
[7] http://www.eldia.com.ar/mujer/Default.aspx, 6 de diciembre de 2010.
[8] Caputo, J.; Russell, D., citado y traducido por Fontenla, Marta, “Femicidios
en Mar del Plata”, en Chejter, S. (ed.). Femicidios
e Impunidad, CECYM, 2005, p. 35.
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