miércoles, 12 de febrero de 2020

El subtexto de género de las noticias: androcentrismo y sexismo en la mira (2014)


Este texto fue publicado en en año 2014 en la Colección Cuadernos de Cátedra de La Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la Universidad Nacional de La Plata

El subtexto de género de las noticias: androcentrismo y sexismo en la mira
 Luciana Guerra


Introducción
Las pretensiones de las noticias de erigirse como descripciones neutrales y objetivas de la realidad nos informan más del ojo que mira que de la realidad descripta. Un ojo que, por cierto, no carece de sexo, ni de clase, ni de etnia, ni del poder que le da el lugar desde donde mira, enuncia y publica masivamente su punto de vista. Una mirada que se proyecta como lo real, lo verdadero, ocultándose a sí misma como mirada. Es decir, se oculta como visión de la realidad para presentarse como la realidad misma sin mediaciones de por medio.
Aceptando el hecho de que una mirada del mundo, no es el mundo, intentaremos analizar el denominado subtexto de género de la noticia. Nuestra intención es visibilizar el enfoque androcéntrico y muchas veces sexista a partir del cual se construyen las noticias en los medios masivos de comunicación. En esta oportunidad, centraremos nuestra atención, en la construcción estereotipada, monolítica y homogeneizante de la mujer.

Androcentrismo y estereotipos de género
El androcentrismo, se caracteriza por la falacia de convertir un punto de vista particular, parcial, –en este caso el punto de vista de los varones–, en una verdad universal. Se ubica al varón como centro y referencia de lo humano y a la mujer como margen y accesorio de lo humano.
Si Marx había denunciado a la ideología burguesa, que pretendía hacer pasar su punto de vista y sus intereses, como si fueran el punto de vista y los intereses de la humanidad en su conjunto, el feminismo lleva a cabo una crítica similar pero poniendo como eje de análisis la relación de dominación sexual. Ya Simone de Beauvoir observaba en 1949 que: “La representación del mundo, como el mundo mismo, es operación de los hombres (hombre = varón); ellos lo describen desde el punto de vista que les es propio y que confunden con la verdad absoluta” (de Beauvoir, 2005: p.142).
Esta mirada androcéntrica va a definir a la mujer no como un sujeto autónomo, para sí misma, sino, en relación y en función de los varones: “hermana de”, “madre de”, “hija de”, “amante de”, “esposa de”, son las descripciones que parecen dar sentido a la existencia femenina.[1] Es decir, la mujer es heterodesignada como “lo Otro” y además se la inferioriza.[2]
Esta definición patriarcal de la mujer, se configura en una larga lista de pares binarios jerarquizados y marcados sexualmente. Por un lado lo masculino / racional / universal / neutro / objetivo/ público / fuerte / superior. Por otro lado lo femenino / emocional/ irracional /particular / privado / débil / inferior.
De este modo, el pensamiento binario y androcéntrico construye y petrifica los estereotipos de género al mismo tiempo que los presenta como no construidos, como verdades que emergen de la naturaleza misma de los sexos.
Resulta oportuno señalar que el origen etimológico del término estereotipo remite a las palabras griegas stereos que significa sólido y typos que significa marca. El término se empieza a usar ampliamente en el siglo XVIII cuando, como señala Angie Simonis Sanpedro: (se lo aplica) “a la impresión de copias de papel maché a partir de un bloque sólido, un molde de plomo, utilizado en imprenta en lugar del tipo original, donde ya encontramos implícita la idea de un origen rígido para reproducir indefinidamente materiales” (Simonis Sanpedro, 2005: 233).
Los estereotipos de género, operan entonces, como ese molde rígido creado para reproducir entidades iguales cuyas características serían una copia del original. Si bien este original esta esencia femenina funciona como la ficción fundacional del Mito de la Mujer como lo Otro absoluto, no significa que no tenga efectos en la realidad.
Por el contrario, el disciplinamiento en clave genérica de los distintos procesos de socialización se encarga de producir y afianzar la cosificación del cuerpo y la sexualidad de las mujeres desde una noción unívoca y normativa de lo femenino.
De esta forma se preestablecen los lugares, deseos, funciones, aspiraciones, virtudes y capacidades que corresponden a cada sexo.
Entendemos que la construcción de lo femenino en tanto inferior de lo masculino, es producto de las relaciones de poder que subyacen y configuran a los sexos, un efecto de la mirada patriarcal proyectada sobre las mujeres.[3] Una mirada que, como señalamos anteriormente, se presenta como la realidad misma, como una verdad clara y distinta.
Pero es justamente esta mirada sesgada la que los Estudios de Género revisan críticamente en los distintos niveles y ámbitos de la cultura. La ciencia, la filosofía, el arte, la religión, la educación, la justicia, y también los medios masivos de comunicación están atravesados por los prejuicios sexistas que impactan con violencia en la subjetividad y la vida cotidiana de las mujeres.
Ahora bien, el estereotipo de mujer, se caracteriza por tener una doble cara. Cada una de ellas expresa los distintos modos en que el trabajo, el cuerpo y la sexualidad de las mujeres son expropiados y explotados estructuralmente por los varones. Esta doble cara refleja los dos únicos caminos en los que puede/debe incursionar una mujer. Por un lado, el camino del bien, transitado por la mujer decente: la madre heterosexual, ama de casa atenta a los cuidados de los otros; por otro lado, el camino del mal elegido por la puta mal viviente convertida en un objeto sexual quien, en palabras de María Galindo: “es la portadora de toda la carga posible de condena social, de humillación y desprecio” (Galindo y Sánchez, 2007: 30). Esta oposición que pareciera ser antitética es por el contrario la doble cara del disciplinamiento patriarcal, o como señala María Galindo, un chantaje del sistema sexo-género: “Un chantaje que coloca en principio como opuestas a la mujer puta de la mujer no puta, pero que al mismo tiempo coloca a la puta como una amenaza. Siempre puedes ser al fin y al cabo, considerada una puta. El apelativo de puta puede siempre recaer sobre cualquiera de nosotras. Sobre nuestro modo de vestir, de comportarnos, de pensar, de vivir nuestros cuerpos. Recae sobre las pequeñas desobediencias de la sexualidad y en el comportamiento hacia los hombres” (Galindo y Sánchez, 2007: 30).
Madre santificada o prostituta despreciada parecen ser los únicos rostros que la mirada sexista admite en una mujer. Esta heterodesignación construye una imagen estereotipada de lo femenino, negando por un lado, que es una construcción a través del viejo recurso de apelar a toda clase de determinismos (biológicos, metafísicos, teológicos, etc.); y por otro, invisibilizando las realidades singulares y diversas de los cuerpos sexuados que habitan creativamente la categoría mujer.
Por ello se ha sostenido que la existencia femenina es paradojal. En palabras de Teresa de Lauretis:

¿Quién es o qué es una mujer?; ¿Quién soy o qué soy yo? Haciéndose estas preguntas, el feminismo, que era un movimiento social de y para las mujeres, descubrió que la mujer no existe. Su existencia es paradojal, pues está al mismo tiempo atrapada y ausente en el discurso; se habla constantemente de ella, pero es inaudible e inexpresiva en sí misma; una existencia que se despliega como un espectáculo, pero que no es aún ni representada ni representable, que es invisible, pero que es, a su vez, el objeto y la garantía de la visión; un ser cuya existencia y especificidad es simultáneamente declarada y rechazada, negada y controlada (de Lauretis, 1993: 73).

Por un lado tenemos el silenciamiento y la invisibilización de las voces y vidas de las mujeres reales y diversas y, por otro lado, el estereotipo femenino que se exhibe como representante oficial de todas las mujeres. Los mandatos de género delimitan entonces las fronteras de lo femenino. Cualquier corrimiento, cualquier transgresión o desobediencia a estos mandamientos detona una gran cantidad de mecanismos de violencia de género con fines correctivos o disciplinarios. La naturalización de este tipo de violencia, hace que pocas veces se la vea como tal. La autolegitimación de sí misma en tanto intervención reparadora de una violación a la naturaleza  femenina, tiene el efecto de que la violencia sexista frecuentemente sea vista como merecida. La violencia simbólica juega un rol fundamental en tanto que habilita y legitima la violencia física.
Como señala María Luisa Femenías:

Cuando históricamente las apelaciones a las mujeres han sido del tipo Eh, tu, fregona / tonta / diosa / frívola / inconsciente / vulnerable / bruja / incapaz / quejosa / loca / puta, etc., es de suponer que (...) las mujeres se reconozcan y confirmen su identidad según esas descripciones. Además, esas designaciones, le dan un lugar en los discursos que es jerárquicamente inferior y descalificante. Como incluso no son los únicos machacados hasta el hartazgo en este sentido (la ciencia y la religión hacen también su parte), es oportuno concluir que aquí también se ha producido una operación normativizadora, reguladora y generadora de identidad. A esa forma de violencia simbólica la vamos a denominar poder heterodesignativo del lenguaje y constituye una forma violenta de construcción de identidad.
Esa violencia simbólica –si no directa sí al menos indirectamente– justifica o legitima la violencia física. Es decir, antes de que la violencia física se convierta en agresión violenta contra un cuerpo otro, muy probablemente haya habido episodios de violencia secundaria y de desconfirmación naturalizada. Muy probablemente también, no fueron reconocidos como violencia porque constituyen la norma según la que se construyen muchas relaciones normales, bien constituidas, donde la desigualdad y la asimetría marcan los vínculos (Femenías, 2006:4).

Desde este marco, la violencia contra las mujeres se entiende como un continuo que se compone de varios niveles interconectados: simbólico, psicológico, físico.
Teniendo en cuenta estas consideraciones, emprenderemos la tarea de analizar el subtexto de género de los medios masivos de comunicación. Es decir, intentaremos visibilizar tanto los mensajes apologéticos y naturalizadores de la violencia sexista, como los enfoques androcéntricos y estereotipados a través de los cuales se transmite y se refuerza compulsivamente el mito de la mujer como lo Otro Absoluto.

La dimensión simbólica de la violencia de género: el ejemplo de los suplementos femeninos 
La visión del mundo androcéntrica es extensiva a todos los ámbitos y dimensiones de la vida social y política. Es un modo de ver y analizar el mundo que se caracteriza, como vimos, por una representación del mundo hecha desde un punto de vista masculino. La luz del androcentrismo expulsa del campo de visión la realidad concreta y diversa de las mujeres para poner en su lugar un estereotipo normativo. Consideramos que este enfoque sesgado desde un punto de vista de género, sigue siendo hegemónico en los medios masivos de comunicación.
Cada decisión en la producción mediática implica una toma de posición respecto de cómo leer la realidad. El criterio a partir del cual se dividen los diarios y revistas en secciones y suplementos es un tema que puede ser analizado en clave genérica. La publicación de suplementos femeninos en los cuales supuestamente aparecen todos los temas que preocupan e interesan a las mujeres es un hecho recurrente.
En este sentido podemos interpretar que en el abordaje de los temas de y para mujeres como algo aparte y publicados en los denominados suplementos femeninos subyace la dicotomía que identifica el espacio público con lo masculino y el privado con lo femenino. Ya que resulta significativo el hecho de que por un lado aparezca la economía, la política, la cultura, la educación, etc., y por otro las mujeres con temáticas vinculadas fundamentalmente a la espera privada y al estereotipo de belleza femenina. (cocina, familia, decoración, moda, etc.)
Coincidimos con Martha Vasallo en la apreciación de que “Es precisamente el carácter político de la cuestión femenina, la articulación de las coyunturas políticas con la situación de las mujeres, lo que suele pasar desapercibido a fuerza de concebir como algo aparte los temas de las mujeres (…) Cualquiera de los rubros en que se divide tradicionalmente una publicación periodística (Política, Economía, Sociedad, Espectáculos, Cultura, Educación, etc.) es pasible de ser enfocado desde una perspectiva de género.” (Vasallo, 2003:16).
Pero dado que es hegemónico el enfoque androcéntrico en los medios masivos de comunicación, el lugar asignado para las mujeres es el de suplemento femenino.
En el marco de la consideración de lo femenino como suplemento tienen un lugar protagónico los temas que se desprenden del estereotipo de mujer: moda, belleza, familia y cocina parecen agotar el mundo de lo femenino.
Si tomamos como ejemplo los últimos números del suplemento Mujer platense del diario El Día (del 19 de octubre al 1de diciembre de 2010), y relevamos los títulos centrales, nos encontramos con lo siguiente: “Relaciones que marcan tu vida”; “Depilación: qué método seguir”; “La dieta elegida por las famosas”; “Cómo entender a los hombres”; “Soltería: ventajas y contras”; “El estrés aliado de la infertilidad”. [4]
Con este breve recorrido podemos dar cuenta de cómo el estereotipo femenino de doble cara, madre y objeto sexual, atraviesa las notas del suplemento.
Lo mismo sucede con el suplemento en-línea entremujeres.com del Grupo Clarín, en este caso, aparte de los temas recurrentes como belleza, moda, hogar, familia, etc., aparece el tema trabajo. El titular de la primera noticia que se encuentra en esta sección es: “Las profesiones que llevan al divorcio”[5].
Es decir, cuando se aborda el tema del trabajo de las mujeres en la esfera pública, aparece como problema central el impacto que esa situación genera en la vida familiar de la mujer. El mensaje que transmiten estas noticias es que si bien las mujeres en los últimos tiempos han avanzado sobre espacios y lugares que antes eran exclusivamente para los varones, no deben olvidar sus responsabilidades en la esfera privada. De esta manera, la división sexual del trabajo se refuerza y la doble jornada laboral es naturalizada.
Un ejemplo de ello lo encontramos en el suplemento entremujeres.com, en la sección de trabajo en una nota que a primera vista puede parecer disruptiva del estereotipo patriarcal de mujer ya que se titula: “Una mujer entre los mejores camioneros”, pero si seguimos leyendo encontramos lo siguiente: Cristina se destaca en un terreno masculino. Fue finalista del premio Mejor conductor de camiones de Argentina y dirige una flota de transportes. Todo, mientras ama a su familia, disfruta de sus hobbies y mantiene su belleza”.[6] 
Es decir, se le da permiso a la mujer para usurpar algunos lugares masculinos, pero siempre y cuando no olvide su lugar de madre y objeto sexual: amar=cuidar a la familia y preocuparse por su belleza. Por otro lado, no es un dato menor que el premio mencionado sea para el mejor conductor, a pesar de que la ganadora pueda ser una mujer. La cristalización de determinados lugares y roles como masculinos y femeninos sigue apareciendo en el lenguaje a pesar de que en la realidad haya rupturas y cambios.
Por su parte, nuevamente el suplemento Mujer platense, también está en sintonía con este tipo de mensajes. En la edición del 10 de octubre de 2010 encontramos el título “La nueva generación de mujeres” y a continuación leemos: “Conciliar amor, familia, trabajo y permanecer eternamente bellas”.[7] La nota, está acompañada de una foto de una mujer trabajando en un escritorio. Con una mano manipula un mouse y con la otra sostiene un bebe. Entre medio de los objetos de oficina que están sobre su escritorio sobresale una mamadera ubicada en el centro de la foto y en un primer plano. El mandato de maternidad aparece entonces simbolizado por un biberón protagonista y central en la imagen. Por delante de la mujer misma y de su trabajo remunerado.
Resulta importante señalar que el supuesto de heterosexualidad es condición de posibilidad necesaria y recurrente de la configuración del lugar de madre y de objeto sexual en el estereotipo femenino. Es por ello, que consideramos abordar la cuestión de la heterosexualidad obligatoria, como un régimen sexual en consonancia con las aportaciones teóricas de Adrienne Rich. En efecto, entre las denominadas instituciones sociales, Rich denunció como una institución política la heterosexualidad que tiene un lugar estratégico en la producción y reproducción del poder patriarcal.
Si bien en nuestro país se han dado grandes pasos en este sentido, debido a la reciente sanción de la ley de matrimonio igualitario, la heterosexualidad sigue operando –como en la mayoría de los países del mundo– en las distintas instancias de socialización, como la única forma normal de disciplinamiento del deseo. Podríamos afirmar, junto con Monique Wittig, que: “Por mucho que se haya admitido en estos últimos años que no hay naturaleza, que todo es cultura, sigue habiendo en el seno de esta cultura un núcleo de naturaleza que resiste al examen, una relación excluida de lo social en el análisis y que reviste un carácter de ineluctabilidad en la cultura como en la naturaleza: es la relación heterosexual. Yo la llamaría la relación obligatoria social entre el hombre y la mujer.”(Wittig, 2006: 51).
 En este sentido, podemos afirmar que uno de los mecanismos de los medios de comunicación, en sintonía con el disciplinamiento heterosexista, consiste en la repetición compulsiva de imágenes heterosexuales con efectos heteronormativos.

De crímen pasional a femicidio
Otro tema que quisiéramos analizar, es el modo en que los medios tratan la violencia contra las mujeres. Como la problemática es muy amplia, nos enfocaremos en la forma en que son representados los asesinatos de mujeres.
Para ello, haremos previamente algunos señalamientos sobre los aportes teóricos de la teoría feminista respecto del abordaje de los asesinatos de mujeres o femicidios.
El concepto de femicidio surge hace apenas unos 20 años en un artículo escrito por las autoras Jane Caputo y Diana E.H. Russell publicado en la revista Miss de septiembre-octubre de 1990 titulado “Femicid: Speaking the unspeakable”. Dos años después el artículo vuelve a publicarse cobrando mayor difusión en el libro de Jill Radford y Diana Russell, Femicid: The Politics of Woman Killing. En dicha obra, las autoras definen al femicidio de la siguiente manera:

El asesinato de mujeres es la forma más extrema del terrorismo sexista. Una nueva palabra es necesaria para comprender su significado político. Pensamos que feminicidio es la palabra que mejor describe los asesinatos de mujeres por parte de los hombres=varones, motivados por el desprecio, el odio, el placer o el sentido de propiedad sobre ellas. El femicidio es el resultado final de un continuum de terror que incluye la violación, tortura, mutilación genital, esclavitud sexual, especialmente la prostitución, el incesto y el abuso sexual familiar, la violencia física y emocional, los asaltos sexuales, mutilaciones genitales (clitoridectomías e infibulaciones), operaciones ginecológicas innecesarias (histerectomías) heterosexualidad obligatoria, esterilizaciones y maternidades forzadas (penalizando la anticoncepción y el aborto), psicocirugías, experimentos médicos abusivos (por ej. la creación de nuevas tecnologías reproductivas), negar proteínas a las mujeres en algunas culturas, las cirugías estéticas y otras mutilaciones en nombre del embellecimiento. Siempre que de estas formas de terrorismo resulta la muerte, se transforman en femicidio… Cuando la supremacía masculina es desafiada, el terrorismo es intensificado…las mujeres vivimos bajo este terror, luchemos contra él o no. (Rudford y Russell, 1992).[8]  

Esta óptica feminista a partir de la cual se construye la categoría de femicidio, nos permite hacer un abordaje teórico de los asesinatos en cuestión enmarcándolos dentro de la denominada violencia de género contra las mujeres la cual es entendida como producto de las relaciones de poder y sujeción entre los sexos/géneros ancladas en la supremacía masculina.
Esta perspectiva implica un giro epistemológico y político respecto al modo en que los medios de comunicación han tratado históricamente los asesinatos de mujeres. Es decir, desde el paradigma patriarcal del crimen pasional. Esta explicación policial da lugar a un desplazamiento del análisis político de los mismos para presentarlos, por un lado, como novelas de amor con final trágico, y por otro como casos aislados y personales, sin relación alguna entre sí.
En ese sentido, cabe señalar que el mecanismo de naturalización de los medios respecto de la violencia sexista se configura a través de la lógica patriarcal que codifica la interpretación de la violencia contra las mujeres como disciplinamientos merecidos. De esta manera, la mujer violentada es señalada como la responsable de la violencia sufrida dando lugar a la denominada doble victimización. Los medios instalan como tema de debate público la moralidad de las víctimas y se introduce la duda respecto del merecimiento de lo acontecido debido a que se lo vincula a situaciones de prostitución, drogas, infidelidad, etc. De esta forma cualquier conducta que pueda señalarse como inmoral desde la óptica patriarcal es utilizada por los medios para invertir la explicación de lo ocurrido. La violencia no se debe entonces a las relaciones de poder que subyacen entre los sexos, sino, por el contrario, a conductas inmorales que hacen de la violencia machista un correctivo ejemplificador ya no para la mujer asesinada, sino para la mujer genérica. Es decir, como mensaje disciplinador para toda mujer que transgreda las fronteras sexuales de su género.
Dos ejemplos que podríamos traer a cuenta son los femicidios de María Marta García Belsunce y Nora Dalmasso. Los medios instalaron por mucho tiempo aspectos relacionados a sus respectivas vidas sexuales con la intensión (inconfesa) de echar cierto manto de duda sobre su moral e, indirectamente, culpabilizarlas de lo que les había ocurrido.
Otro elemento a tener en cuenta para el análisis de los asesinatos de mujeres, es el hecho de que tal asesinato cobra gran impacto mediático cuando se trata de mujeres blancas, heterosexuales y pertenecientes a círculos de poder político y económico como es el caso de Belsunce y Dalmasso. Pero cuando otros ejes de poder –como la etnia, la opción sexual o la pobreza– atraviesan el género de la mujer violentada la repercusión mediática es prácticamente nula. De esta forma los femicidios de mujeres mestizas, desocupadas, lesbianas, migrantes son invisibilizados. (Guerra y Sciortino, 2009).
Un ejemplo, entre varios, es el femicidio de Sandra Ayala Gamboa, una joven desocupada peruana que fue violada y asesinada en febrero de 2007 en el ex archivo del Ministerio de Economía de la ciudad de La Plata, hoy ARBA. O el fusilamiento de Natalia Gaitán, una joven lesbiana y pobre, que fue fusilada en marzo de 2010 por el padrastro de su novia, Daniel Torres, que se oponía a la relación que mantenían. Tanto el femicidio lesbofóbico de Natalia como el femicidio de Sandra, fueron prácticamente invisibilizados por los medios de comunicación.
Es decir, los femicidios son o bien presentados como crímenes pasionales o cometidos bajo emoción violenta, con las connotaciones sexistas anteriormente señaladas, o simplemente invisibilizados.

Hacia un periodismo no sexista
La crítica al paradigma androcéntrico tanto en los medios de comunicación como en la producción de conocimiento en las distintas disciplinas aparece como un desafío intelectual y político para quienes están comprometidas/os con un enfoque feminista o de género. La deconstrucción de representaciones estereotipadas de las mujeres, el cuestionamiento al lenguaje sexista, la heterosexualidad obligatoria, la denuncia a la oferta explícita de cuerpos de mujeres en clasificados para la explotación sexual, la naturalización de la violencia de género y de la división sexual del trabajo son algunos de los temas que esta perspectiva propone visibilizar.
La posibilidad de acceder a espacios desde donde proyectar miradas y voces en disidencia con el androcentrismo hegemónico se ha promovido con diversas estrategias. Tanto en los intentos, poco felices, de alcanzar algún grado de visibilidad en los medios masivos de comunicación, como en la creación de medios alternativos y la utilización de las nuevas tecnologías de información.
Pero para abrirle camino a una perspectiva crítica que se propone cuestionar las desigualdades sociales, políticas, económicas y culturales que se establecen debido a la pertenencia de género es fundamental hacer una reflexión respecto de la formación de las carreras de Periodismo y Comunicación. Consideramos que la posibilidad de un periodismo no sexista depende del grado de desarrollo y acompañamiento político que tenga la promoción en la academia de instancias de formación que trabajen con perspectiva de género o feminista.
Es sabido el enorme poder de los medios debido al lugar materialmente privilegiado que tienen para transmitir masiva o más bien compulsivamente, una visión de la realidad por sobre tantas otras que quedan invisibilizadas. El poder de esta visión radica en la incidencia que tiene tanto en la subjetividad de las personas, como en la formación de sentido común y en la producción de las imágenes de las cuales nos valemos para figurarnos la realidad diaria. A través de imágenes y discursos sesgados los medios masivos pretenden enjaular la realidad en un punto de vista que reproduce las jerarquías y violencia constitutivas del sistema sexo/género.
De esta forma, la violencia simbólica del paradigma androcéntrico se esconde en una fachada de objetividad y neutralidad que nos muestra las ambiciones de una mirada que se proyecta como dueña de la verdad del objeto observado/devorado.
Si bien en este trabajo nos centramos en el análisis de la naturalización de la sujeción y cosificación de las mujeres, merecen igual atención y reflexión la violencia simbólica de los medios respecto a todas las identidades de género y orientaciones sexuales que no se ajustan al binarismo sexual heterosexista, es decir, travestis, transexuales, transgéneros, intersex, lesbianas, bisexuales, gays. Cabe señalar que en un contexto donde no sólo se aprobó la ley de matrimonio igualitario, sino que también se discute y se lucha por una ley de identidad de género, los medios siguen haciendo abordajes estigmatizantes respecto de la comunidad Lésbica, Gay, Travesti, Transgénero Transexual Bisexual Intersexual “LGTTTBI”
Para terminar, quisiéramos exponer las palabras de Liliana Daunes, una trabajadora de la comunicación feminista, que expresa una mirada crítica en consonancia con lo que se ha intentado transmitir a lo largo de este trabajo:

El derecho a la comunicación es un derecho humano y no un negocio. La mercantilización de la cultura, agrava y profundiza la realización de una programación de los medios de comunicación que desbordan de lenguaje sexista, de humor misógino, de estereotipos machistas, de vulgaridad en el tratamiento de problemas constituyentes de la identidad de las personas como por ejemplo la sexualidad, de naturalización de los roles subalternos de las mujeres, de bastardeo a la libre opción sexual de lesbianas, gays y travestis (…)
Lo que estoy planteando es el derecho a la pluralidad ideológica, en medios de comunicación que hegemónicamente reproducen la cultura androcéntrica. Es la posibilidad de que se exprese una mirada del mundo, no la propia, no la de una u otra periodista, sino la de una corriente histórica y la de un movimiento, que se va creando a sí mismo desde la identificación de la opresión de las mujeres que realiza el patriarcado, y desde las batallas por nuestra emancipación. Es la palabra de un feminismo que no pretende lograr un cupo para integrarse en la dominación, sino que aspira a deconstruir todas las dominaciones de una cultura opresora en la que se refuerzan mutuamente, el capitalismo, el patriarcado, el racismo, la violencia. (Daunes, 2008) [9]








Bibliografía

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-Cuadrado Surinaga, Mayka, El género femenino a través de la publicidad. Madrid, Federación Mujeres Jóvenes, 2001.
-De Beauvoir, Simone, El segundo sexo. Buenos Aires, Sudamericana, 2005.
-De Miguel Álvarez, Ana, “El proceso de redefinición de la violencia contra las mujeres: de drama personal a problema político” en Revista Daimon 42, p. 71-82, 2007.
-Gamba, Susana Beatriz, Diccionario de estudios de género y feminismos. Buenos Aires, Biblios, 2007.
-Galindo, María y Sánchez Sonia, Ninguna mujer nace para puta. Buenos Aires, La Vaca, 2007.
-De Lauretis, Teresa, “Sejetos excéntricos: la teoría feminista y la conciencia histórica” en Camgiano María Cecilia y DuBois, Lindsay, De mujer a género.Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, p. 73-115, 1993.
-Femenías, María Luisa, “Construcción y deconstrucción de identidades: algunas observaciones entorno a la violencia” en revista virtual Labrys, études féministes, juin / décembre 2006.Brasilia, Montreal, París.
-Femenías, María Luisa y Aponte Sánchez, Articulaciones sobre la violencia contra las mujeres, La Plata, Edulp, 2008.
-Gerber, Elisabet (comp.), (2003) Género y Comunicación. Las mujeres en los medios masivos y en la agenda política.Buenos Aires, Fundación Friedrich Ebert en la Argentina.
-Guerra, Luciana, “Familia y Heteronormatividad” en Revista Argentina de Estudios de Juventud, formato virtual Nº1.
-Guerra, Luciana y Sciortino, Silvana, “Un abordaje del femicidio desde la convergencia entre teoría y activismo” en Revista Venezolana de Estudios de la Mujer vol. 14, Nº 32, Caracas, jun. 2009, pp. 99-124.
Disponible en: <http://www.scielo.org.ve/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1316- 37012009000100009&lng=es&nrm=iso>. ISSN 1316-3701
-Hartmann, Heidi, “Un matrimonio mal avenido: hacia una unión más progresiva entre feminismo y marxismo”, en Zona Abierta, Nº 24, 1980, pp. 85-115.
-Lopez Díez, Pilar, “La mujer, las mujeres y el sujeto del feminismo en los medios de comunicación” en López Díez, Pilar, Manual de información en género. Madrid, IORTV (RTVE) e Instituto de la Mujer, 2004.
-Norma Valle, Berta Hiriart y Ana María Amado. El ABC del periodismo no sexista, online, http://www.mujeresenred.net/news/article.php3?id_article=103.
Segato, Rita,  Las Estructuras Elementales de la Violencia. Ensayos sobre género entre la Antropología, el Psicoanálisis y los Derechos Humanos. Buenos Aires, Universidad Nacional de Quilmes, Prometeo, 2003.
-Segato, Rita “¿Qué es un feminicidio? Notas para un debate emergente”, Mora, Revista del IIEG, de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, N° 12.
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Vassallo, Marta. “La agenda de los medios y el género” en Gerber, Elisabet (comp.). Género y Comunicación. Las mujeres en los medios masivos y en la agenda política. Buenos Aires, Fundación Friedrich Ebert en la Argentina, 2003.
Wittig, Monique, El pensamiento heterosexual y otros ensayos, Madrid, EGALES, 2006




[1] Cabe señalar que algunos de estos esquemas como “hija de”, “hermana” o “madre” se repiten en los insultos.
[2] Uno de los tantos ejemplo paradigmático, en filosofía, sobre la heterodesignación de las mujeres, es la construcción que hace Rousseau de Sofía, en el libro V de su obra El Emilio, donde afirma que el destino de la mujer es agradar al hombre y ser sometida debido a que es débil y pasiva por naturaleza. 
[3] Tomo la definición de patriarcado de la feminista Heidi Hartmann que lo entiende como “un conjunto de relaciones sociales entre los hombres que tienen una base material y aunque son jerárquicas crean o establecen interdependencias y solidaridad entre ellos que los capacita para dominar a las mujeres. Es fundamental examinar la jerarquía entre los hombres y su diferente acceso a los beneficios del patriarcado No hay duda de que aquí entran en juego la clase, la raza, la nacionalidad e incluso el estado civil y la orientación sexual, así como la edad. Y las mujeres de diferentes clases, razas, nacionalidades, estados civiles y orientaciones sexuales están sometidas a diferentes grados de poder patriarcal”. (Hartmann, 1980: 97).
[5] http://www.entremujeres.com/trabajo, 6 de diciembre de 2010.
[8] Caputo, J.; Russell, D., citado y traducido por Fontenla, Marta, “Femicidios en Mar del Plata”, en Chejter, S. (ed.). Femicidios e Impunidad, CECYM, 2005, p. 35.

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