jueves, 2 de enero de 2020

Ponencia: Visibilizando la problemática de género en el marxismo (2006)


Ponencia presentada en las VI Jornadas de investigación del departamento de filosofía de la Facultad de Humanidades y Ciencias de La Educación, de la Universidad Nacional de La Plata; del 4 al 6 de diciembre de 2006

Visibilizando la problemática de género en el marxismo

Este trabajo se propone un análisis de las tesis marxistas fundamentales  respecto al sujeto encargado de emancipar a toda la sociedad.
   La tesis que defiendo es que el sujeto marxista, la clase obrera, se basa fundamentalmente en el obrero varón. El resultado de esta perspectiva, a mi entender,  es la invisibilización y subordinación de la problemática de género al ser considerada una contradicción secundaria.
   La categoría marxista fundamental a partir de la cual no sólo es desarrollada la crítica al sistema de explotación capitalista sino que también es la óptica a través de la cual el marxismo mira y analiza el desarrollo histórico, es la categoría de clase social. Bien es sabido que el marxismo divide a la sociedad en dos clases sociales enemigas: por un lado, la clase dominante, que en el modo de producción capitalista viene a ser la burguesía, y por otro, la clase dominada, el proletariado. Estas dos clases, consideradas la contradicción principal de la sociedad y la lucha entre ellas el motor de la historia, se diferencian por el lugar que ocupan en el modo económico de producción. La  primera, poseedora de los medios de producción; la segunda, sólo de su fuerza de trabajo. La explotación capitalista, basada en la apropiación burguesa de lo producido por la clase trabajadora, sólo llegaría a su fin con la abolición de la propiedad privada. El sujeto elegido para llevar adelante dicho objetivo histórico es la clase explotada, o sea el proletariado.
   Las diferencias y contradicciones en el seno mismo de la clase obrera carecen de importancia. En el famoso Manifiesto comunista de Marx y Engels leemos que: “Por lo que respecta a la clase obrera, las diferencias de edad y sexo pierden toda significación social. No hay más que instrumentos de trabajo, cuyo coste varía según la edad y el sexo.” [1] En esta cita, se ve con claridad que, para poder agrupar a la clase obrera en un todo homogéneo, Marx hace abstracción de las diferencias de edad y de sexo. Esta omisión, a mi entender, es más que significativa y constituye un límite teórico para analizar la compleja y solidaria relación entre el patriarcado y el capitalismo. Marx sabía muy bien que las mujeres y los niños recibían un salario menor al del obrero varón pero no explicó por qué sucedía esto, por qué el capital no explota a ambos sexos por igual. Heidi I. Hartmann, en su ensayo Un matrimonio mal avenido: hacia una unión más progresiva entre  marxismo y feminismo, sostiene que el análisis marxista ve

“la opresión de la mujer en nuestra conexión (o en nuestra falta de conexión) con la producción. Al definir a la mujer como parte de la clase obrera, estos análisis subsumen la relación de la mujer con el hombre en la relación del obrero con el capital.”

   Es inevitable que al reemplazar el análisis de la opresión de la mujer en tanto que mujer por el análisis de la explotación de la mujer en tanto que obrera, la problemática de género quede invisibilizada. La división sexual del trabajo; el hecho de que la mujer haciendo el mismo trabajo que un hombre obtenga un menor salario; la doble jornada laboral causante del trabajo en el hogar no remunerado; la enajenación del propio cuerpo y la propia sexualidad; en definitiva, la subordinación de las mujeres por los varones sólo puede ser explicada si no son invisibilizadas las diferencias jerárquicas entre los sexos producto de un orden social patriarcal que perpetúa la supremacía masculina.
   Para profundizar en el concepto de patriarcado, podemos apelar a la definición que ofrece Hartmann en el ensayo anteriormente citado:

“un conjunto de relaciones  sociales que tiene una base material y en el que hay unas relaciones  jerárquicas y una solidaridad entre los hombres que les permiten dominar a las mujeres. La base material del patriarcado es el control del hombre sobre la fuerza de trabajo de la mujer.  [...] (Por lo cual, considera que)  Es fundamental examinar la jerarquía entre los hombres y su diferente acceso a los beneficios del patriarcado. No hay duda de que aquí entran en juego la clase, la raza, la nacionalidad e incluso el estado civil y la orientación sexual, así como la edad. Y las mujeres de diferentes clases, razas, nacionalidades, estados civiles y orientaciones sexuales están sometidas a diferentes grados de poder patriarcal.”[2]

   Esto significa que no se puede comprender la totalidad de las relaciones patriarcales analizando la opresión de la mujer sólo en relación al capital. La dominación de los varones de la clase obrera sobre las trabajadoras no puede quedar fuera del análisis si se pretende desarrollar una perspectiva no sólo anticapitalista, sino también antipatriarcal.
A pesar de que obreros y burgueses son enemigos de clases en el sentido marxista, son también aliados de género en el sentido feminista. Si esta situación no es reconocida ni cuestionada por el marxismo, es difícil creer, como escribía Engels, que 

“la clase explotada y oprimida (el proletariado) no puede ya emanciparse de la clase que la explota y la oprime (la burguesía) sin emancipar, al mismo tiempo y para siempre, a la sociedad entera de la explotación, la opresión y las luchas de clases.”[3]

   La tesis esquemática de que después de la revolución llegaría mecánicamente la emancipación de las mujeres y de todos los sectores oprimidos es tanto ingenua como insostenible. A mi entender, las mujeres sólo podemos emanciparnos y terminar con las relaciones patriarcales por medio de nuestra propia lucha. A la sugerencia marxista de que posterguemos indefinidamente o ubiquemos en segundo plano la lucha por nuestros derechos, en pos de la solidaridad de clase, contrapongo, también en pos de la solidaridad de clase, la sugerencia de que todos y cada uno de los obreros que luchan por la transformación social renuncien a los privilegios que le brinda el patriarcado. Porque estoy convencida de que, como dice Hartmann, “no es el feminismo, sino el sexismo lo que divide y debilita a la clase trabajadora.”[4]
   Considero conveniente, luego de lo expuesto, profundizar la mirada sobre la categoría de clase obrera formulada por Marx  y los problemas en torno al sujeto que se deducen, a mi entender, de dicha formulación. Para esto, tengo en cuenta el estudio de Batya Weinbaum titulado El curioso noviazgo entre feminismo y socialismo.
   En dicha obra la pensadora extrae la siguiente cita de El Capital:

“El valor de la fuerza de trabajo está determinado por el valor de los medios de subsistencia que habitualmente necesita el obrero medio. [...] Otros dos factores entran en la determinación del valor alcanzado por la fuerza de trabajo. Por una parte sus costos de desarrollo, que varían con el modo de producción; por otra parte, su diferencia de naturaleza, según se trate de fuerza de trabajo masculina o femenina, madura o inmadura. El empleo de esas fuerzas de trabajo diferentes, condicionado a su vez por el modo de producción, ocasiona una gran diferencia en los costos de reproducción de la familia obrera y en el valor del obrero varón adulto. Ambos factores no obstante quedan excluidos de la presente investigación.”[5]

Para Weinbaum, la categoría abstracta de “obrero medio”, utilizada para analizar el valor de la fuerza de trabajo, esconde un componente patriarcal debido a que, como dice:
“Cuando se pagan distintos salarios a los trabajadores, según el sexo y la edad, no puede haber un obrero medio. Un capitalista que emplea a tres trabajadores paga 5 dólares por hora al varón adulto, 3 a la mujer y 1 a un muchacho de 16 años. La media se calcularía sumando 5 más 3 más 1 y, a continuación, dividiendo el total por tres, lo que hace 9/3, o sea 3 dólares la hora.[...] Esta media ya no incluye al muchacho y mantiene la desigualdad de la mujer respecto al hombre. La realidad concreta no admite la abstracción de un trabajador medio.”[6]

De lo expuesto podemos señalar que la categoría “obrero medio” utilizada por Marx invisibiliza la problemática de género, problemática que la consigna “igual trabajo, igual salario”, tan vigente en nuestros días, no pasa por alto. Esto puede entenderse mejor si tenemos en cuenta que tanto Marx como Engels sostenían por aquel entonces la hipótesis de que el capitalismo iría destruyendo la división sexual del trabajo y las relaciones patriarcales al incorporar a las mujeres al trabajo asalariado, y que la familia del obrero no tenía nada en común con la familia burguesa. En el Manifiesto leemos lo siguiente:
 “Donde quiera que la burguesía ha conquistado el poder, ha destruido las relaciones feudales, patriarcales.”[7]  [Y también:] “Las condiciones de existencia de la vieja sociedad están ya abolidas en las condiciones de existencia del proletariado. El proletariado no tiene propiedad; sus relaciones con la mujer y con los hijos no tienen nada de común con las relaciones familiares burguesas.”[8] [...] “La gran industria destruye todo vínculo de familia para el proletariado.”[9]

Por un lado, dirigiendo la mirada a lo que sería el espacio público, el concepto de obrero medio deja de lado las diferencias entre mujeres y varones dentro del mercado laboral del sistema capitalista; por otro lado, al negar todo vínculo de familia en la vida del obrero y sostener que el patriarcado agonizaba por obra del capital, la doble jornada, el trabajo no remunerado de la obrera es también dejado fuera del análisis económico, o sea, invisibilizado. A su vez, sostener que nada hay en común entre la familia de los burgueses y la de los obreros, es hacer ojo ciego a muchas coincidencias. Por ejemplo, tanto la una como la otra se caracterizan por ser una institución monogámica, heterosexual, reproductora de la ideología heterosexista ya que la homofobia, la lesbofobia y la transfobia atraviesan las fronteras de las clase sociales. Por otro lado, no es común ver a un burgués cocinando, planchando o cambiando pañales, ni tampoco a un obrero. Por lo cual podemos afirmar que el machismo y el sexismo existen en las familias de ambas clases. Los mandatos patriarcales, la subordinación de las mujeres por los varones, recae sobre todas las mujeres. Desde ya que los beneficios patriarcales varían en grado según la jerarquía entre los varones. Como es cierto también que el grado de opresión ejercido sobre mujeres pobres varía notablemente en relación a las mujeres de las clases altas, como fue señalado con anterioridad. El ejemplo del aborto clandestino es bien ilustrativo de esta situación. En la Argentina el aborto es ilegal, por lo cual formalmente las leyes prohíben a toda mujer, tanto de clases altas como bajas, a  decidir sobre su propio cuerpo. Debido a esto, la mujer que decide abortar debe hacerlo clandestinamente. La diferencia entre una mujer de las clases bajas y una mujer con los recursos necesarios para realizar un aborto reside en que la primera pone en riesgo su vida ya que no tiene el dinero suficiente para llevarlo a cabo en un lugar seguro como sí podría hacerlo una mujer de clase media o alta. Las dos mujeres que mueren por día en la Argentina por abortos clandestinos mal hechos son mujeres pobres. Esta realidad muestra cómo las mujeres de las clases bajas son las más castigadas por el patriarcado capitalista. A lo dicho podemos agregarle que, como escribe Hartmann,  las mujeres de las clases altas “pueden ejercer un poder clasista, racial, nacional o incluso patriarcal (a través de sus relaciones familiares).”[10] Esto tanto sobre mujeres como sobre hombres inferiores a su clase social.
   En conclusión, al analizar Marx a los individuos de la clase obrera como seres sin sexo y sin edad, no hace más que reducir los problemas concretos de toda la clase, mujeres, varones, niños y niñas,  al problema del obrero varón adulto. El sujeto expresado en la categoría abstracta y universal de clase obrera  se identifica con el obrero varón. Las consecuencias estratégicas de este problema teórico conducen a que la abolición de la propiedad privada, y la consiguiente destrucción del capitalismo, sea la tarea prioritaria, la contradicción principal a superar. Luego de esto serían liberados los diversos sectores de oprimidos, como ser las mujeres, homosexuales, lesbianas, transexuales, indígenas, etc.
   Creo que un socialismo patriarcal es tan factible como lo es el capitalismo o lo fue el feudalismo patriarcal. Dejar de lado el análisis de por qué las mujeres somos oprimidas en tanto que mujeres, invisibiliza los lazos de dominación patriarcales y evita que la lucha contra todo sistema de opresión sea una lucha simultánea. El marxismo analiza la opresión de la mujer sólo en relación al capital y no en relación a los varones en general. Esto no tiene felices consecuencias para las mujeres, ya que, como dice Hartmann, “ el análisis del patriarcado es esencial para una definición del tipo de socialismo capaz de destruir al patriarcado, el único tipo de socialismo útil para la mujer.”[11]  No es pecado decir que el obrero varón, cuya tarea histórica, según Marx y Engels, sería liberar a la humanidad toda, tiene la pequeña o secundaria contradicción de ser a la vez explotado y opresor. O, como decía Flora Tristán, que la mujer es sierva del varón en el hogar como el varón es siervo del capital en su lugar de trabajo. En este sentido podemos preguntarnos, ¿renunciaría el obrero voluntariamente a los privilegios que le brinda el patriarcado después de la revolución? Me atrevo a anticiparme a los hechos y contestar que no. Creo que la emancipación de las mujeres no es tarea de una clase abstracta y asexuada sino de las mujeres concretas que desde milenios cargamos con la violenta abolición de la propiedad privada de nuestro propio cuerpo.

Bibliografía



Hartmann Heidi, Un matrimonio mal avenid: hacia una unión más progresiva entre marxismo y feminismo.

Marx Karl y Engels Friedrich, Manifiesto del partido comunista, Ediciones Clásicas, Buenos Aires, 2003.

Weinbaum Batya, El curioso noviazgo entre feminismo y socialismo, Siglo XXI de España, 1984.






[1] Marx K., Engels F., Manifiesto del partido comunista, Ediciones Clásicas, Bs. As., 2003. p.27
[2] Hartmann H., Un matrimonio mal avenido: hacia una unión más progresiva entre marxismo y feminismo, p. 97.
[3] Marx K., Engels F.. Op. cit., Prefacio a la edición alemana de 1883, p.11.
[4] Hartmann H., op. cit., p. 105.
[5] Citado por Weinbaum B., en El curioso noviazgo entre feminismo y socialismo, Siglo XXI de España, 1984. p.24, extraído de: Marx K., El capital, Madrid, Siglo XXI de España, 1975, libro I, vol. 2, p. 428
[6] Weinbaum B., op. cit. p. 24.
[7] Marx K., Engels F., Manifiesto comunista, op. cit., p.21
[8] Marx K., Engels F., op. cit., p.30
[9] Marx K., Engels F., op. cit., p. 38
[10] Hartmann H., op. cit., p.97
[11] Hartmann H., op. cit., p. 107.

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