jueves, 2 de enero de 2020

Violencia contra las mujeres: una mirada desde la intersección de género, etnia y clase (2007)


Ponencia colectiva presentada en el XIV Congreso Nacional de Filosofía, Universidad Nacional de Tucumán- AFRA, Septiembre del 10 al 13 de 2007


Violencia contra las mujeres:
una mirada desde la intersección de género, etnia y clase.

 María Silvana Sciortino, Luciana Guerra
(UNLP)

En el trabajo a desarrollar, haremos un abordaje en torno al concepto de violencia de género, centrándonos en la violencia ejercida contra las mujeres. Intentaremos mostrar que las múltiples formas de violencia que vivimos cotidianamente las mujeres no son casos aislados e inconexos, ni problemas personales que pueda tener alguna que otra mujer. Por el contrario, consideramos que son expresión de un problema estructural y político que es invisibilizado, al mismo tiempo que promovido y reproducido de manera sistemática. Esta propuesta permite entender tales casos como producto de relaciones de poder y desigualdad entre mujeres y varones, en el marco de un sistema de opresión: el patriarcado. Si bien consideramos que se trata de un concepto universal, intentaremos comprenderlo a partir de la forma heterogénea en que se manifiesta según el contexto socio-histórico particular en que se sitúan los actos de violencia. Consideramos al patriarcado, siguiendo a Heidi Hartmann, como un conjunto de relaciones sociales que tiene una base material y en el que hay unas relaciones jerárquicas y una solidaridad entre los hombres < =varones>  que les permiten dominar a las mujeres. (Hartmann, 1980, p.97)
A su vez, incorporamos a dicha definición los elementos teóricos que aporta la antropóloga Rita Laura Segato, la cual distingue tres niveles en su análisis: el patriarcado simbólico, es decir la estructura inconsciente que conduce los afectos y distribuye valores entre los actores sociales; el nivel de las representaciones, la ideología de género propia de una determinada sociedad; y el nivel de las prácticas.
La violencia patriarcal es tanto física, psicológica y simbólica, como individual y grupal. Esta violencia es justificada a partir de la inferiorización del grupo o individuo sobre el cual se ejerce la violencia, en este caso la marca sería el sexo. Consideramos de mucha importancia, que la diferencia sexual en la que se fundamenta la desigualdad, sea entendida junto a otras disponibilidades o condicionamientos que la atraviesan. Esta mirada articuladora de la violencia contra las mujeres, hace posible una comprensión compleja del problema, permitiendo entender el marco socio-cultural más amplio en el que se es mujer y en el que se sufre la violencia. Es decir, las mujeres asesinadas a las que nos referimos en este trabajo, además de mujeres, están situadas desde  la clase, la étnia, la orientación sexual, la identidad nacional, entre otras. Coincidimos con Hartmann en que: Es fundamental examinar la jerarquía entre los hombres < = varones> y su diferente acceso a los beneficios del patriarcado. No hay duda de que aquí entran en juego la clase, la raza, la nacionalidad e incluso el estado civil y la orientación sexual, así como la edad. Y las mujeres de diferentes clases, razas, nacionalidades, estados civiles y orientaciones sexuales están sometidas a diferentes grados de poder patriarcal. (Hartmann, 1980, 97)
Para este análisis tomamos como ejemplo la violación seguida de muerte de Sandra Ayala Gamboa, una mujer joven, peruana y desocupada. La comprensión de este caso particular que se toma de referencia implica articular las distintas variables antes nombradas. Lo que intentaremos es desentrañar estas categorías para tratar de entender cómo inciden en un tipo específico de crimen que presenta patrones similares con una gran multiplicidad de casos que trataremos de englobar dentro del concepto de feminicidio. Esto es, el asesinato de mujeres debido a razones asociadas a su género realizado por varones. Como escribe Silvia Chejter: El femicidio debe ser comprendido en el contexto más amplio de las relaciones de dominio y control masculino sobre las mujeres, relaciones naturalizadas en la cultura patriarcal en sus múltiples mecanismos de violentar, silenciar y permitir su impunidad. (Chejter, 2005, 4) Para lograr la comprensión de este tipo de violencia consideramos de suma utilidad la localización de los aportes realizados por Segato sobre la violencia. La autora propone entenderla a partir de la relación entre dos ejes que se intersectan: uno horizontal, donde los vínculos se establecen a partir de las relaciones de alianza o competición; y otro vertical, cuyos lazos son de entrega o expropiación. El eje horizontal refiere a los vínculos entre el que ejerce la violencia (violador en el análisis de Segato) y sus pares, socios en el orden del estatus que es el género; el eje vertical implica la relación entre el sujeto masculino y quien exhibe significantes femeninos, en los crímenes que analizaremos estos significantes están asociados únicamente a mujeres. Ambos forman un sistema único e inestable, donde la violencia contra las mujeres actúa como una forma de interacción necesaria en la reproducción de la economía simbólica de poder. La autora distingue por un lado, el orden del contrato refiriendo a la esfera de la ley, que rige las relaciones entre categorías sociales que se clasifican como pares y el orden del estatus refiriendo a la esfera de las costumbres, que implica vínculos entre categorías que exhiben marcas que las relaciona de manera jerárquica y desigual, como sería el caso del género (Segato incluye además la raza y la clase, entre otras). Esta última forma de establecer las relaciones entre categorías es considerada propia de la premodernidad, en este contexto la mujer y el acceso sexual a ella es un patrimonio por el cual los varones compiten entre sí (considerado como derecho de pernada). En este marco la violencia ejercida contra una mujer era una agresión dirigida hacia otro varón a través del cuerpo de la mujer. Con el advenimiento de la modernidad, la ciudadanía se extiende a la mujer transformándose en un sujeto de derecho, aquí dejaría de ser concebida como apéndice del varón y la violencia ejercida contra ella pasaría a ser considerada como delito contra su persona, ya no contra un tercero (un varón a modo de agresión o competición a un par de su fraternidad). De este modo, en la premodernidad los vínculos eran regidos por el orden del estátus, mientras la modernidad abre el camino al orden del contrato. Esta dicotomía (premodernidad-estátus / modernidad-contrato) no debe ser tomada de manera tajante ya que como sostiene Segato acordando con Carol Pateman, en la modernidad coexisten ambos universos de sentido. Afirma Pateman, la estructura de género nunca adquiere un carácter completamente contractual, y su régimen permanece en el estatus, de este modo el orden del estatus desigual de los géneros responde a un orden arcaico y precede la regulación contractual (Citado en Segato, 2003, p.29) El mismo se hace visible en la modernidad, en el sentido que afirma Segato al mantenerse la figura legal de “delito contra las costumbres” o de “legitima defensa de la honra” apelada en los tribunales en defensa del violador o asesino, reproduciendo la idea de que los actos de las mujeres afectan la integridad del varón. En este sentido la igualdad de relaciones que presupone el contrato moderno desmarcando a los sujetos queda fisurada. Este análisis, que permite visualizar la continuidad de un orden desigual en torno a la marca de género, se intentará aplicar en la comprensión del crimen de interés en este trabajo (y de tantos otros que se conectan con él).
Un aspecto de la violencia contra las mujeres que nos interesa introducir para completar su análisis, se refiere a entenderla como un enunciado que a través del cuerpo de la mujer intenta expresar a determinados interlocutores un mensaje concreto. Los asesinatos a los que haremos referencia y en particular el de Sandra Ayala Gamboa deben entenderse en una trama mayor, en tanto sistema de comunicación. En el sentido premoderno que hablábamos más arriba, el cuerpo de la mujer sigue siendo el territorio en el cuál los varones tomarán y afirmarán posiciones entre sus pares, el uso y abuso del cuerpo de ella, aniquila su voluntad y le expropia a la mujer el control de su cuerpo, para dejar la huella de su posición de varón, de clase y de etnia.
¿Cómo podemos aplicar este análisis al caso de Sandra?  Sandra se hizo presente en el Archivo del Ministerio de  Economía de  la ciudad de La Plata con el fin de reunirse en una entrevista de trabajo. Concentraba varias marcas que la posicionaban desventajosamente. Por un lado en el marco xenofóbico reinante en la Argentina, producto de diversas crisis a nivel nacional y global, la llegada de inmigrantes de países limítrofes se tradujo en una tensión expresada en los vínculos sociales con la conformación de dos bandos los inmigrantes y el ciudadano nacional,  que perdura en la actualidad y tienen fuertes consecuencias en el plano laboral. Sandra era una inmigrante más que disputaba un puesto de trabajo, una actitud que continúa desafiando el rencor del ciudadano argentino y al contexto xenofóbico que lo interpreta como expropiación de sus espacios nacionales. De esta forma se hace visible la manera en que se articulan desventajosamente para Sandra la nacionalidad y la clase y se representa la realidad que los grupos inmigrantes deben enfrentar ante una población nacional que no los reconoce como ciudadanos ni como legítimos merecedores de oportunidades y condiciones laborales. Pero Sandra no era una inmigrante europea y blanca. Por el contrario, era una joven mestiza proveniente de Perú. Consideramos que la xenofobia que se respira en nuestro país, tiene de trasfondo un racismo muy fuerte que se remonta a los tiempos de la colonización de América. El genocidio que sufrieron los pueblos originarios por parte de los europeos perdura hasta nuestros días en la ideología racista existente en amplios sectores de la sociedad. La discriminación es atravesada, en este marco, por la pertenencia étnica. Si en el análisis intentamos dar un paso más, Sandra era una mujer y el cuerpo que en este caso lleva las marcas negativas de ser inmigrante, mestiza y desocupada es un cuerpo femenino, por lo que estos estigmas se potencian, implicando un desafío que va más allá de la xenofobia racista y la desocupación presentes en el país. Las marcas de etnia, clase y nacionalidad (ya negativamente valoradas, por pobre, mestiza y peruana), son juzgadas desde la óptica patriarcal y usará el cuerpo de Sandra como el territorio en el que impondrá el castigo ejemplificador para cualquier otra mujer que ose cruzar los límites. Con la muerte de Sandra no sólo se intentó disciplinar a una mujer, sino a una mujer genérica, pero a su vez esta agresión se dirige contra otro hombre también genérico, con el fin de demostrar fuerza y virilidad ante una comunidad, que si bien es de pares, mantiene un orden jerárquico. La muerte de Sandra está dirigida como agresión y como enunciado hacia el grupo de varones de su comunidad en términos étnicos, su muerte fue un acto expresivo de significado, un acto para otros, un acto para marcar y remarcar espacios de poder entre pares.
La condición de posibilidad para que este tipo de asesinatos tengan lugar, es un ambiente de extrema impunidad, ausencia de líneas de investigación consistentes, repetición de  crímenes, privilegios y protección (directa o indirecta) a acusados, construcción de chivos expiatorios y, fundamentalmente, encubrimiento y complicidad del Estado y sus instituciones. En el caso de Sandra, ella desaparece el día 16 de febrero del 2007. Cuando los familiares fueron a hacer la denuncia ese mismo día a la comisaría Primera, los policías se negaron tanto a tomar la denuncia, como a entrar en el archivo del Ministerio para ver si Sandra estaba ahí, porque los familiares sabían que ese era el lugar de la supuesta “entrevista de trabajo”. Tuvieron que pasar 6 días para que la policía entrara al edificio para buscar a Sandra. Así fue como el 22 de febrero encontraron su cuerpo.
El caso de Sandra muestra un pacto entre varones que trasciende a los autores directos como son el que la violó y mató y un compañero de pensión de ella que la entregó. La complicidad y el silencio se extienden a la policía encubridora, al ministerio de economía que prestó el lugar para el crimen, a la justicia y sus leyes patriarcales que mantienen impune al crimen  y al gobierno que garantiza la impunidad, permitiendo, de hecho, que los feminicidios sucedan de manera sistemática, hasta en los edificios públicos de sus propias instituciones. La impunidad, como bien dice Segato, no es producto de los asesinatos sino la condición de posibilidad de los mismos.
Una pregunta nos surge al momento de comparar y analizar los múltiples feminicidios:
¿La condición de mujeres nos pone a todas en un mismo plano de indistinción al momento de elegir el cuerpo a sacrificar?, ¿Los asesinatos  son igualmente visibilizados en tanto que todas son muertes de mujeres?
Consideramos que un espacio en el cual podemos encontrar respuesta es en los medios de comunicación y la forma en que tratan los asesinatos, por lo que indagamos en el subtexto de género de la noticia. La presentación de los crímenes desde los medios de comunicación exhibe ciertas características que retomamos de los análisis de los feminicidios analizados por Segato en Ciudad Juarez y las localizamos en el contexto de los asesinatos en nuestro país:
1.    Voluntad de indistinción: En un primer momento, estas muertes son presentadas desde los medios como casos inconexos respondiendo a crímenes pasionales, agresiones seriales, venganzas, entre otros. De esta manera se oculta la trama que conecta las muertes entre sí y se hace imposible entenderlas en el marco del feminicidio.
2.    Se instala la idea de que el móvil de los asesinatos es meramente sexual producto de patologías individuales. De esta manera se continúa alejando el análisis de una comprensión estructural de los crímenes.
3.    Se invisibiliza el lugar en que las mujeres son asesinadas, que en nuestra opinión es una parte importante del mensaje que se quiere trasmitir.
4.    Se culpabiliza a las víctimas: Se instala como un tema de debate público la moralidad de la víctima, ubicándola en un lugar que la hace                 responsable por lo que le ha sucedido. Se introduce la duda respecto al merecimiento de lo acontecido ya que se las suele relacionar a situaciones de prostitución, drogas, infidelidad, entre otras. Así las víctimas son asociadas a comportamientos negativamente considerados por la sociedad. Como por ejemplo los feminicidios de María Marta García Belsunce  y Nora Dalmasso En ambos casos, los medios instalaron por mucho tiempo ciertos aspectos de sus vidas privadas con la intención de culpabilizarlas produciendo una doble victimización de las mujeres.
Al comparar con casos de gran impacto mediático como han sido el de María Marta y el de Nora, el feminicidio de Sandra tiene la particularidad de tener poca y ninguna cobertura en los medios. Mientras que en los otros dos casos se interpretan las muertes como crímenes pasionales el de Sandra directamente fue invisibilizado. Interpretamos el pasaje de la indistinción a la invisibilización acentuando la importancia de la clase y de la etnia en nuestro análisis, ya que mujeres como Sandra Ayala Gamboa, desocupadas, migrantes, mestizas, no merecen la atención mediática y pública como sí las tienen mujeres blancas, pertenecientes a círculos de poder político y económico.
El lugar en donde se les dio muerte o donde sus cuerpos fueron abandonados es un signo de gran importancia en el conjunto de la violencia como enunciado. Sandra fue violada y asesinada en una institución pública, lo que implicó una doble constatación del dominio patriarcal. María Marta y Nora fueron muertas en sus propias residencias, en el espacio doméstico, donde el varón es amo y señor en un sentido premoderno, allí la mujer es parte de su territorio, por lo cual, no estaría más que disponiendo de lo que le pertenece.
Que Sandra haya sido encontrada en un espacio público, no sólo ratifica el dominio patriarcal sino que a su vez lo exhibe. Se da muestra del poder que se detenta, el que le permite abusar de una mujer que no está en su pais (es migrante), a su vez no está en el espacio doméstico (se trata de un edificio público), y es considerada como parte del  territorio del feminicida en cuestión. Quienes detentan el poder deben repetir con regularidad estas demostraciones ostensivas de poder sobre los cuerpos de las mujeres para advertirles sobre las consecuencias que implica cruzar fronteras. Segato los denomina  ciclos regulares de restauración del poder. 
Un estudio estadístico realizado por Susana Cisneros, Silvia Chejter y Jimena Kohanetc  muestra que en la provincia de Buenos Aires entre los años 1997 y 2003 se produjeron 1.072 homicidios que pueden ser claramente caratulados de feminicidios. Dando una frecuencia de un feminicidio cada dos días y medio solamente en la provincia de Buenos Aires.
En Mar del Plata, se iniciaron en el año 1996, con el asesinato de Adriana Jacqueline Fernández una serie de crímenes y desapariciones de mujeres en situación de prostitución que hasta la fecha siguen impunes. Al 2001 entre 27 y 42 mujeres fueron asesinadas o desaparecidas en esa región.
El carácter disciplinante del castigo impuesto a estas mujeres se refleja consciente e inconscientemente en la forma que desde los medios se instala el debate moral en la esfera pública sobre la víctima, es decir, qué límites han traspasado que las vuelven moralmente cuestionables. El poder patriarcal escribe sus mandamientos en el mismo cuerpo de las mujeres elegidas para el sacrificio, violación, tortura y muerte para toda mujer que se atreva a posicionarse como sujeto y decidir sobre su propio cuerpo y su propia sexualidad. 
Creemos que la muerte de una mujer peruana desocupada y mestiza, encontrada en un organismo estatal tiene un significado político. El cuerpo de Sandra es el lugar de sometimiento de la otredad, donde no sólo se refuerza una posición con respecto a las fronteras de lo femenino, sino que se intenta transmitir, a su vez, un mensaje subordinante ante los varones culturalmente diversos y política y económicamente en desventaja. El concepto de feminicidio nos permitió descartar cualquier forma de explicación superficial y simplista, que aísle los asesinatos unos de otros al presentarlos como crímenes pasionales o conflictos privados. Por el contrario, visibiliza la relación de los mismos como el emergente de una violencia estructural en cuya base se encuentra la dominación masculina.


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