Ponencia colectiva presentada en el XIV Congreso Nacional de Filosofía, Universidad Nacional de Tucumán- AFRA, Septiembre del 10 al 13 de 2007
Violencia
contra las mujeres:
una
mirada desde la intersección de género, etnia y clase.
María Silvana Sciortino, Luciana Guerra
(UNLP)
En
el trabajo a desarrollar, haremos un abordaje en torno al concepto de violencia
de género, centrándonos en la violencia ejercida contra las mujeres.
Intentaremos mostrar que las múltiples formas de violencia que vivimos
cotidianamente las mujeres no son casos aislados e inconexos, ni problemas
personales que pueda tener alguna que otra mujer. Por el contrario,
consideramos que son expresión de un problema estructural y político que es
invisibilizado, al mismo tiempo que promovido y reproducido de manera sistemática.
Esta propuesta permite entender tales casos como producto de relaciones de
poder y desigualdad entre mujeres y varones, en el marco de un sistema de
opresión: el patriarcado. Si bien consideramos que se trata de un concepto
universal, intentaremos comprenderlo a partir de la forma heterogénea en que se
manifiesta según el contexto socio-histórico particular en que se sitúan los
actos de violencia. Consideramos al patriarcado, siguiendo a Heidi Hartmann,
como un conjunto de relaciones sociales que tiene una base material y en el
que hay unas relaciones jerárquicas y una solidaridad entre los hombres <
=varones> que les permiten dominar a
las mujeres. (Hartmann, 1980, p.97)
A su vez, incorporamos a dicha definición
los elementos teóricos que aporta la antropóloga Rita Laura Segato, la cual
distingue tres niveles en su análisis: el patriarcado simbólico, es decir la
estructura inconsciente que conduce los afectos y distribuye valores entre los
actores sociales; el nivel de las representaciones, la ideología de género
propia de una determinada sociedad; y el nivel de las prácticas.
La
violencia patriarcal es tanto física, psicológica y simbólica, como individual
y grupal. Esta violencia es justificada a partir de la inferiorización del
grupo o individuo sobre el cual se ejerce la violencia, en este caso la marca
sería el sexo. Consideramos de mucha importancia, que la diferencia sexual en
la que se fundamenta la desigualdad, sea entendida junto a otras
disponibilidades o condicionamientos que la atraviesan. Esta mirada
articuladora de la violencia contra las mujeres, hace posible una comprensión
compleja del problema, permitiendo entender el marco socio-cultural más amplio
en el que se es mujer y en el que se sufre la violencia. Es decir, las mujeres
asesinadas a las que nos referimos en este trabajo, además de mujeres, están
situadas desde la clase, la étnia, la
orientación sexual, la identidad nacional, entre otras. Coincidimos con
Hartmann en que: Es fundamental examinar la jerarquía entre los hombres <
= varones> y su diferente acceso a los beneficios del patriarcado. No hay
duda de que aquí entran en juego la clase, la raza, la nacionalidad e incluso
el estado civil y la orientación sexual, así como la edad. Y las mujeres de
diferentes clases, razas, nacionalidades, estados civiles y orientaciones
sexuales están sometidas a diferentes grados de poder patriarcal.
(Hartmann, 1980, 97)
Para
este análisis tomamos como ejemplo la violación seguida de muerte de Sandra
Ayala Gamboa, una mujer joven, peruana y desocupada. La comprensión de este
caso particular que se toma de referencia implica articular las distintas
variables antes nombradas. Lo que intentaremos es desentrañar estas categorías
para tratar de entender cómo inciden en un tipo específico de crimen que presenta
patrones similares con una gran multiplicidad de casos que trataremos de
englobar dentro del concepto de feminicidio. Esto es, el asesinato de mujeres
debido a razones asociadas a su género realizado por varones. Como escribe
Silvia Chejter: El femicidio debe ser comprendido en el contexto más amplio
de las relaciones de dominio y control masculino sobre las mujeres, relaciones
naturalizadas en la cultura patriarcal en sus múltiples mecanismos de
violentar, silenciar y permitir su impunidad. (Chejter, 2005, 4) Para
lograr la comprensión de este tipo de violencia consideramos de suma utilidad
la localización de los aportes realizados por Segato sobre la violencia. La
autora propone entenderla a partir de la relación entre dos ejes que se
intersectan: uno horizontal, donde los vínculos se establecen a partir de las
relaciones de alianza o competición; y otro vertical, cuyos lazos son de
entrega o expropiación. El eje horizontal refiere a los vínculos entre el que
ejerce la violencia (violador en el análisis de Segato) y sus pares, socios en
el orden del estatus que es el género; el eje vertical implica la relación
entre el sujeto masculino y quien exhibe significantes femeninos, en
los crímenes que analizaremos estos significantes están asociados únicamente a
mujeres. Ambos forman un sistema único e inestable, donde la violencia contra
las mujeres actúa como una forma de interacción necesaria en la reproducción de
la economía simbólica de poder. La autora distingue por un lado, el orden del
contrato refiriendo a la esfera de la ley, que rige las relaciones entre
categorías sociales que se clasifican como pares y el orden del estatus
refiriendo a la esfera de las costumbres, que implica vínculos entre categorías
que exhiben marcas que las relaciona de manera jerárquica y desigual, como
sería el caso del género (Segato incluye además la raza y la clase, entre
otras). Esta última forma de establecer las relaciones entre categorías es
considerada propia de la premodernidad, en este contexto la mujer y el acceso
sexual a ella es un patrimonio por el cual los varones compiten entre sí
(considerado como derecho de pernada). En este marco la violencia ejercida
contra una mujer era una agresión dirigida hacia otro varón a través del cuerpo
de la mujer. Con el advenimiento de la modernidad, la ciudadanía se extiende a
la mujer transformándose en un sujeto de derecho, aquí dejaría de ser concebida
como apéndice del varón y la violencia ejercida contra ella pasaría a ser
considerada como delito contra su persona, ya no contra un tercero (un varón a
modo de agresión o competición a un par de su fraternidad). De este modo, en la
premodernidad los vínculos eran regidos por el orden del estátus, mientras la
modernidad abre el camino al orden del contrato. Esta dicotomía (premodernidad-estátus
/ modernidad-contrato) no debe ser tomada de manera tajante ya que como
sostiene Segato acordando con Carol Pateman, en la modernidad coexisten ambos
universos de sentido. Afirma Pateman,
la estructura de género nunca adquiere un carácter completamente contractual, y
su régimen permanece en el estatus, de este modo el orden del
estatus desigual de los géneros responde a un orden arcaico y precede la
regulación contractual (Citado en Segato, 2003, p.29) El mismo se hace visible
en la modernidad, en el sentido que afirma Segato al mantenerse la figura legal
de “delito contra las costumbres” o de “legitima defensa de la honra” apelada
en los tribunales en defensa del violador o asesino, reproduciendo la idea de
que los actos de las mujeres afectan la integridad del varón. En este sentido
la igualdad de relaciones que presupone el contrato moderno desmarcando a
los sujetos queda fisurada. Este análisis, que permite visualizar la
continuidad de un orden desigual en torno a la marca de género, se intentará
aplicar en la comprensión del crimen de interés en este trabajo (y de tantos
otros que se conectan con él).
Un
aspecto de la violencia contra las mujeres que nos interesa introducir para
completar su análisis, se refiere a entenderla como un enunciado que a través
del cuerpo de la mujer intenta expresar a determinados interlocutores un
mensaje concreto. Los asesinatos a los que haremos referencia y en particular
el de Sandra Ayala Gamboa deben entenderse en una trama mayor, en tanto sistema
de comunicación. En el sentido premoderno que hablábamos más arriba, el cuerpo
de la mujer sigue siendo el territorio en el cuál los varones tomarán y
afirmarán posiciones entre sus pares, el uso y abuso del cuerpo de ella, aniquila
su voluntad y le expropia a la mujer el control de su cuerpo, para dejar la
huella de su posición de varón, de clase y de etnia.
¿Cómo
podemos aplicar este análisis al caso de Sandra? Sandra se hizo presente en el Archivo del
Ministerio de Economía de la ciudad de La Plata con el fin de reunirse
en una entrevista de trabajo. Concentraba varias marcas que la posicionaban
desventajosamente. Por un lado en el marco xenofóbico reinante en la Argentina,
producto de diversas crisis a nivel nacional y global, la llegada de
inmigrantes de países limítrofes se tradujo en una tensión expresada en los
vínculos sociales con la conformación de dos bandos los inmigrantes y el
ciudadano nacional, que perdura en la
actualidad y tienen fuertes consecuencias en el plano laboral. Sandra era una
inmigrante más que disputaba un puesto de trabajo, una actitud que continúa
desafiando el rencor del ciudadano argentino y al contexto xenofóbico que lo
interpreta como expropiación de sus espacios nacionales. De esta forma se hace
visible la manera en que se articulan desventajosamente para Sandra la
nacionalidad y la clase y se representa la realidad que los grupos inmigrantes
deben enfrentar ante una población nacional que no los reconoce como ciudadanos
ni como legítimos merecedores de oportunidades y condiciones laborales. Pero
Sandra no era una inmigrante europea y blanca. Por el contrario, era una joven
mestiza proveniente de Perú. Consideramos que la xenofobia que se respira en
nuestro país, tiene de trasfondo un racismo muy fuerte que se remonta a los tiempos
de la colonización de América. El genocidio que sufrieron los pueblos
originarios por parte de los europeos perdura hasta nuestros días en la
ideología racista existente en amplios sectores de la sociedad. La
discriminación es atravesada, en este marco, por la pertenencia étnica. Si en
el análisis intentamos dar un paso más, Sandra era una mujer y el cuerpo que en
este caso lleva las marcas negativas de ser inmigrante, mestiza y desocupada es
un cuerpo femenino, por lo que estos estigmas se potencian, implicando un
desafío que va más allá de la xenofobia racista y la desocupación presentes en
el país. Las marcas de etnia, clase y nacionalidad (ya negativamente valoradas,
por pobre, mestiza y peruana), son juzgadas desde la óptica patriarcal y usará
el cuerpo de Sandra como el territorio en el que impondrá el castigo
ejemplificador para cualquier otra mujer que ose cruzar los límites. Con la
muerte de Sandra no sólo se intentó disciplinar a una mujer, sino a una mujer
genérica, pero a su vez esta agresión se dirige contra otro hombre también
genérico, con el fin de demostrar fuerza y virilidad ante una comunidad, que si
bien es de pares, mantiene un orden jerárquico. La muerte de Sandra está
dirigida como agresión y como enunciado hacia el grupo de varones de su
comunidad en términos étnicos, su muerte fue un acto expresivo de significado, un
acto para otros, un acto para marcar y remarcar espacios de poder entre
pares.
La
condición de posibilidad para que este tipo de asesinatos tengan lugar, es un
ambiente de extrema impunidad, ausencia de líneas de investigación
consistentes, repetición de crímenes,
privilegios y protección (directa o indirecta) a acusados, construcción de
chivos expiatorios y, fundamentalmente, encubrimiento y complicidad del Estado
y sus instituciones. En el caso de
Sandra, ella desaparece el día 16 de febrero del 2007. Cuando los familiares
fueron a hacer la denuncia ese mismo día a la comisaría Primera, los policías
se negaron tanto a tomar la denuncia, como a entrar en el archivo del
Ministerio para ver si Sandra estaba ahí, porque los familiares sabían que ese
era el lugar de la supuesta “entrevista de trabajo”. Tuvieron que pasar 6 días
para que la policía entrara al edificio para buscar a Sandra. Así fue como el
22 de febrero encontraron su cuerpo.
El caso de Sandra muestra un pacto entre varones que
trasciende a los autores directos como son el que la violó y mató y un
compañero de pensión de ella que la entregó. La complicidad y el silencio se
extienden a la policía encubridora, al ministerio de economía que prestó el
lugar para el crimen, a la justicia y sus leyes patriarcales que mantienen
impune al crimen y al gobierno que
garantiza la impunidad, permitiendo, de hecho, que los feminicidios sucedan de
manera sistemática, hasta en los edificios públicos de sus propias
instituciones. La impunidad, como bien dice Segato, no es
producto de los asesinatos sino la condición de posibilidad de los mismos.
Una
pregunta nos surge al momento de comparar y analizar los múltiples feminicidios:
¿La
condición de mujeres nos pone a todas en un mismo plano de indistinción al
momento de elegir el cuerpo a sacrificar?, ¿Los asesinatos son igualmente visibilizados en tanto que
todas son muertes de mujeres?
Consideramos
que un espacio en el cual podemos encontrar respuesta es en los medios de
comunicación y la forma en que tratan los asesinatos, por lo que indagamos en
el subtexto de género de la noticia. La presentación de los crímenes
desde los medios de comunicación exhibe ciertas características que
retomamos de los análisis de los feminicidios analizados por Segato en Ciudad
Juarez y las localizamos en el contexto de los asesinatos en nuestro país:
1. Voluntad
de indistinción: En un primer momento, estas muertes son presentadas desde los
medios como casos inconexos respondiendo a crímenes pasionales, agresiones
seriales, venganzas, entre otros. De esta manera se oculta la trama que conecta
las muertes entre sí y se hace imposible entenderlas en el marco del
feminicidio.
2. Se
instala la idea de que el móvil de los asesinatos es meramente sexual producto
de patologías individuales. De esta manera se continúa alejando el análisis de
una comprensión estructural de los crímenes.
3. Se
invisibiliza el lugar en que las mujeres son asesinadas, que en nuestra opinión
es una parte importante del mensaje que se quiere trasmitir.
4. Se
culpabiliza a las víctimas: Se instala como un tema de debate público la
moralidad de la víctima, ubicándola en un lugar que la hace responsable por lo que le ha
sucedido. Se introduce la duda respecto al merecimiento de lo acontecido ya que
se las suele relacionar a situaciones de prostitución, drogas, infidelidad,
entre otras. Así las víctimas son asociadas a comportamientos negativamente
considerados por la sociedad. Como por ejemplo los feminicidios de María Marta
García Belsunce y Nora Dalmasso En ambos
casos, los medios instalaron por mucho tiempo ciertos aspectos de sus vidas
privadas con la intención de culpabilizarlas produciendo una doble
victimización de las mujeres.
Al
comparar con casos de gran impacto mediático como han sido el de María Marta y
el de Nora, el feminicidio de Sandra tiene la particularidad de tener poca y
ninguna cobertura en los medios. Mientras que en los otros dos casos se
interpretan las muertes como crímenes pasionales el de Sandra directamente fue
invisibilizado. Interpretamos el pasaje de la indistinción a la
invisibilización acentuando la importancia de la clase y de la etnia en nuestro
análisis, ya que mujeres como Sandra Ayala Gamboa, desocupadas, migrantes,
mestizas, no merecen la atención mediática y pública como sí las tienen mujeres
blancas, pertenecientes a círculos de poder político y económico.
El
lugar en donde se les dio muerte o donde sus cuerpos fueron abandonados es un
signo de gran importancia en el conjunto de la violencia como enunciado. Sandra
fue violada y asesinada en una institución pública, lo que implicó una doble
constatación del dominio patriarcal. María Marta y Nora fueron muertas en sus
propias residencias, en el espacio doméstico, donde el varón es amo y señor en
un sentido premoderno, allí la mujer es parte de su territorio, por lo cual, no
estaría más que disponiendo de lo que le pertenece.
Que
Sandra haya sido encontrada en un espacio público, no sólo ratifica el dominio
patriarcal sino que a su vez lo exhibe. Se da muestra del poder que se detenta,
el que le permite abusar de una mujer que no está en su pais (es migrante), a
su vez no está en el espacio doméstico (se trata de un edificio público), y es
considerada como parte del territorio
del feminicida en cuestión. Quienes detentan el poder deben repetir con
regularidad estas demostraciones ostensivas de poder sobre los cuerpos de las
mujeres para advertirles sobre las consecuencias que implica cruzar fronteras.
Segato los denomina ciclos regulares de
restauración del poder.
Un estudio estadístico realizado por Susana Cisneros, Silvia Chejter y Jimena
Kohanetc muestra que en la provincia de Buenos Aires
entre los años 1997 y 2003 se produjeron 1.072 homicidios que pueden ser
claramente caratulados de feminicidios. Dando una frecuencia de un
feminicidio cada dos días y medio solamente en la provincia de Buenos Aires.
En Mar del Plata,
se iniciaron en el año 1996, con el asesinato de Adriana Jacqueline Fernández
una serie de crímenes y desapariciones de mujeres en situación de prostitución
que hasta la fecha siguen impunes. Al 2001 entre 27 y 42 mujeres fueron
asesinadas o desaparecidas en esa región.
El carácter
disciplinante del castigo impuesto a estas mujeres se refleja consciente e
inconscientemente en la forma que desde los medios se instala el debate moral
en la esfera pública sobre la víctima, es decir, qué límites han traspasado que
las vuelven moralmente cuestionables. El poder patriarcal escribe sus
mandamientos en el mismo cuerpo de las mujeres elegidas para el sacrificio,
violación, tortura y muerte para toda mujer que se atreva a posicionarse como
sujeto y decidir sobre su propio cuerpo y su propia sexualidad.
Creemos
que la muerte de una mujer peruana desocupada y mestiza, encontrada en un
organismo estatal tiene un significado político. El cuerpo de
Sandra es el lugar de sometimiento de la otredad, donde no sólo se refuerza una
posición con respecto a las fronteras de lo femenino, sino que se intenta
transmitir, a su vez, un mensaje subordinante ante los varones culturalmente
diversos y política y económicamente en desventaja. El concepto de feminicidio nos
permitió descartar cualquier forma de explicación superficial y simplista, que
aísle los asesinatos unos de otros al presentarlos como crímenes pasionales o
conflictos privados. Por el contrario, visibiliza la relación de los mismos
como el
emergente de una violencia estructural en cuya base se encuentra la dominación
masculina.
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