Ponencia colectiva presentada en las IX
Jornadas Nacionales de Historia de las mujeres y
IV
Congreso Iberoamericano de Estudios de Género, Universidad
Nacional de Rosario.
30,
31 de julio y 1º de agosto, 2007.
Identidades políticas: el
lesbianismo en el movimiento feminista
Mariana Intagliata y Luciana Guerra.
El poder masculino y la heterosexualidad obligatoria
El
propósito de nuestro trabajo es realizar un análisis de la denominada heterosexualidad
obligatoria, propia del sistema patriarcal, y de la identidad lesbiana.
Lo abordaremos desde una perspectiva feminista con vistas a elaborar una
propuesta teórico-política de visibilización lésbica tanto dentro del
movimiento feminista como en la sociedad misma.
De manera preliminar, esbozaremos una
definición de patriarcado. Entendemos al mismo como un sistema de dominación
del colectivo de los varones sobre el de las mujeres, en el cual la supremacía
queda del lado de lo masculino y todas las marcas negativas son asociadas al
género femenino. A su vez, la heteronormatividad del patriarcado conduce a la
discriminación e inferiorización tanto de toda orientación sexual disidente,
como de cualquier identidad genérica que no respete la dicotomía varón-mujer
–léase: travestis, transexuales, intersexuales, transgéneros, lesbianas,
bisexuales, gays.
En este marco, consideramos, siguiendo a
Adrienne Rich, que la heterosexualidad obligatoria es una institución política
cuyo fin es perpetuar el poder masculino sobre las mujeres. Al tomarla como una
institución, Rich ataca dos prejuicios persistentes relacionados con la
sexualidad de las mujeres: en primer lugar, que éstas se hallan orientadas
sexualmente hacia los hombres de manera innata; y, en segundo lugar, que el
lesbianismo es una representación de recelo hacia los hombres. Postular el carácter
innato de la heterosexualidad elimina la posibilidad de pensar la orientación
sexual como una elección. El análisis de Rich visibiliza los mecanismos de
disciplinamiento y control que evidencian la existencia de fuerzas que escapan
a la heteronormatividad. Si la heterosexualidad fuera realmente innata, “¿por
qué,” se pregunta, “son necesarias restricciones tan violentas para asegurar la
lealtad y sumisión emocional y erótica de las mujeres respecto a los varones?”
(Rich, 1985: 11)
El segundo prejuicio, destinado a
patologizar o directamente a invisibilizar la existencia lesbiana, es otra
manera de negar la autonomía sexual de las mujeres, dado que sostiene que éstas
elegirían a otras mujeres luego de experiencias truncas con varones. La
sexualidad femenina es definida por y para los varones; es, en otras palabras,
negada. Se termina por identificar a las mujeres como meros seres sexuales cuyo
rol es servir sexualmente a los varones. Como escribe la feminista Kate Millet
en su libro Política sexual, “paradójica situación de la mujer en el
patriarcado: convertida en objeto sexual, no puede gozar de esa sexualidad que
parece constituir su único destino. Se la alienta a avergonzarse de su
sexualidad e incluso a padecer por ella, aún cuando no se le permite elevarse
por encima de una existencia casi meramente sexual.” (Millet, 1995: 223)
Volviendo a Rich, ¿cómo opera la
heterosexualidad obligatoria? Lo hace mediante dispositivos que van desde la
violencia física, pasando por la simbólica y la psicológica. Basándose en un
estudio de Kathleen Gough, Rich analiza ocho características del poder
masculino, que, en su opinión, hacen de la heterosexualidad una imposición.
La
primera de ellas es negar a las mujeres el desarrollo de su sexualidad, y se
refleja en prácticas tales como la ablación de clítoris o su negación
psicoanalítica; la negación de la existencia lesbiana a través de asesinatos,
persecuciones, expulsión de la historia; restricciones contra la masturbación;
ideología del idilio heterosexual, entre
otras.
La
segunda, al imponer la sexualidad de los varones, reflejado en prácticas tales
como las violaciones (incluida la marital) y maltratos a las esposas; en el
incesto padre-hija, la prostitución, el harén; en representaciones
pornográficas de mujeres respondiendo positivamente a la violencia sexual y a
la humillación, cuyo fundamento es la noción de que el impulso sexual masculino
equivale a un derecho inviolable que, una vez desatado, no admite un “no” por
respuesta.
La
tercera es la utilización de las mujeres como objetos de transacción entre
varones -por ejemplo, en los casamientos concertados, el uso de mujeres como
“regalos”, proxenetismo,
La
cuarta disponer y explotar su trabajo a través de las instituciones del
matrimonio, la maternidad como producción no remunerada y el control masculino
del aborto, entre otras.
La
quinta vía para perpetuar la heterosexualidad obligatoria se refleja al
confinarlas físicamente y prohibirles el movimiento: acoso sexual en las
calles, la obligación de ser madres en tiempo completo en casa, etc.
La
sexta, quitarles amplias áreas de conocimiento social y de los logros
culturales: impedir la educación de las mujeres, imposición de roles sexuales
que alejen a las mujeres de la ciencia, etc.
Y
las últimas dos son, obstaculizar su creatividad y controlar y apoderarse de
sus hijos.
Volviendo a la existencia lesbiana, el
ejercicio del poder masculino ha tenido como efecto la visión del lesbianismo
como una anormalidad, su invisibilización como posibilidad erótica para las
mujeres, o su uso en la pornografía exclusivamente para satisfacción sexual del
varón. Como afirma la cineasta Albertina Carri en una entrevista: “hay algo con
el sexo lésbico que, en general, como se ve, como se filma, es algo que se
vende para heterosexuales, para hombres. [...] Es una construcción cultural del
macho: cuantas más tengas mejor. Las dos mujeres teniendo sexo son de él: así
se lee.” (Carri, 2008: 8)
El heterosexismo se presenta como un
obstáculo teórico-político contra el que, según Rich, incluso muchas feministas
tropiezan. Por lo cual considera primordial visibilizar la existencia lesbiana
en la historia no como un hecho marginal y minoritario, sino como una realidad
y una fuente de conocimiento y poder a disposición de las mujeres.
El problema de la identidad lesbiana
La
reivindicación de la existencia lesbiana propuesta por Rich nos parece de suma
importancia y nos conduce al análisis del concepto de identidad lesbiana en
tanto sujeto colectivo político. No entendemos la identidad como un concepto
cerrado, monolítico u homogéneo -en una vertiente esencialista- sino en un
sentido político y estratégico[1].
Como afirma Mayra Leciñana,
“el sujeto estratégico se
construye (no tiene una identidad ontológica previa), y se construye como
identidad colectiva desde un horizonte emancipatorio por una necesidad política
de lucha. Se trata de una identidad coyuntural construida para un fin
determinado que puede ser asumida subjetivamente en forma de conciencia
política por las mujeres que quieran, de la forma que ellas puedan y desde sus
posiciones variables.” (Leciñana, 2006: 139)
No coincidimos con las propuestas
de las corrientes post-identitarias, cuya crítica radical al concepto de
identidad las conduce a rechazar dicha noción puesto que toda identidad tendría
connotaciones esencialistas -lo que
reforzaría, en nuestro caso, los estereotipos de género. Sin embargo, a nuestro
modo de ver, las/os teóricas/os post-identitarias/os, al disolver las identidades,
obstruyen la posibilidad de un sujeto político colectivo y, al mismo tiempo,
contribuyen a invisibilizar la existencia lesbiana, dado que no nos permiten
nombrarnos a nosotras mismas como tales. En Notas lesbianas, Valeria
Flores, posicionada desde el esencialismo estratégico, muestra los peligros de
estas posturas, al escribir:
“siempre por una cosa u otra aparece la necesidad de borrarse a sí
mismas, ya sea por los debates actuales acerca de la contingencia y
provisoriedad de la identidad llevados al extremo de la disolución, porque en
cierto ambiente no es necesario, no es conveniente, no es importante, y así una
continuidad progresiva de desapariciones. Frente a estos embates de la propia
mordaza y la censura externa creo que es más conveniente un poco de
esencialismo estratégico que impulsa a nombrarse antes que la supresión de la
identidad bajo el manto de la diferencia homogeneizadora de lo otro.” (Flores,
2005: 4)
Rescatar
la existencia lesbiana como identidad política nos permite la construcción de
un sujeto colectivo efectivo y la visibilización necesaria para la ruptura con
la heteronormatividad.
Las identidades políticas, en tanto nociones universales, son una
herramienta para la construcción de un movimiento reivindicativo, pero carecen
de un referente ontológico homogéneo. Los individuos que conforman el colectivo
englobado por el universal son diversos, múltiples, heterogéneos, cambiantes y
situados. Lo que les da unidad es la experiencia común de opresión que se vive
a partir de una marca de subalternidad –en este caso, la orientación sexual. Un
mismo cuerpo puede estar atravesado por varias marcas que lo posicionan en el
lugar de la otredad: género, etnia, clase, nacionalidad, religión, edad. Es
preciso analizar las distintas variables que cruzan la realidad concreta y los
cuerpos de las mujeres, teniendo en cuenta que estas marcas no se dan aisladas
las unas de las otras sino que coexisten de manera problemática y
contradictoria. Si pretendemos construir un movimiento feminista que contemple
las diversidades, aunque manteniendo reivindicaciones comunes, deberemos
enfrentar, por un lado, el conflicto de lealtades múltiples y, por otro,
resignificar las diferencias no desde la dialéctica uno/otro que conduce a la
inferiorización y jerarquización sino, como diría Audre Lorde, desde “un modelo
de relaciones igualitario que nos permita utilizar las diferencias humanas como
trampolín que nos empuje hacia el cambio creativo de nuestra vida.” (Lorde,
2004: 123)
Al rescate de las diferencias
Cuando el movimiento feminista habla en
nombre de todas las mujeres no puede dejar de lado las múltiples intersecciones
que atraviesan el género. Si bien el patriarcado es un sistema de dominación
universal, o sea, que su poder recae sobre el cuerpo de todas las mujeres, esa
dominación no se ejerce uniformemente sobre todo el colectivo. Mujeres de los
pueblos originarios, cholas, lesbianas, obreras, mujeres transexuales,
latinoamericanas, negras, blancas, mestizas, jóvenes, ancianas, judias,
musulmanas, experimentan la opresión patriarcal bajo formas diferentes y según
diferentes grados. Las distintas marcas de subalternidad determinan los
distintos grados de opresión. Es necesario visibilizar las particularidades que
se desprenden de las situaciones específicas para que el feminismo no caiga en
la ya muy denunciada falacia pars pro toto, donde una parte se hace
pasar por el todo.
A su vez, las mujeres pertenecientes a otros
movimientos (como por ejemplo el movimiento obrero, de los pueblos originarios,
antirracistas, etc.), se encuentran en la encrucijada del conflicto de
lealtades. Cada movimiento identitario pone en un primer plano la lucha contra
la marca que da unidad al grupo, dejando en segundo plano otras problemáticas
como si al interior de cada colectivo no hubiera jerarquías o un reparto
desigual de los lugares de poder y decisión. Estas concepciones homogeneizantes
de la identidad grupal no permite analizar las contradicciones internas a todo
grupo. Para dar un ejemplo paradigmático: históricamente, la clase obrera fue
identificada con el obrero varón y la distinción entre contradicción primaria y
secundaria postergó siempre las demandas de las mujeres. El feminismo fue
considerado por el marxismo un desvío pequeño burgués que dividía a la clase
obrera.
Las fidelidades de las mujeres a estos
grupos dificulta la alianza con otras mujeres, alianza indispensable, según
nuestro modo de ver, para enfrentar el poder patriarcal que atraviesa las
clases, las etnias y todo ámbito en el que varones y mujeres se relacionen.
Creemos que la lucha contra toda forma de
opresión debe ser simultánea y sin jerarquías. En ese sentido, nos parecen
ejemplares las siguientes palabras de Audre Lorde:
“Siendo como soy una feminista
lesbiana y negra que se siente cómoda con los diversos y numerosos ingredientes
de su identidad, así como una mujer
comprometida con la liberación racial y sexual, me encuentro una y otra vez en
la situación de que se me pida que extraiga de mí misma uno de los aspectos de
mi ser y lo presente como si fuera un todo, eclipsando y negando las demás
partes que me componen. Pero vivir así es destructivo y fragmentario. Para
concentrar mis energías necesito integrar todas las partes de lo que soy sin
ocultar nada, permitiendo que el poder que emana de las distintas fuentes de mi
existencia fluya libremente entre mis distintos seres, sin el impedimento de
una definición impuesta desde fuera. Sólo así puedo ponerme a mí misma, con
todas mis energías, al servicio de las luchas a las que me entrego y que forman
parte de mi vida.” (Lorde, 2004:131)
Lesbianas en todas partes
La presencia de la existencia lesbiana
sigue siendo una deuda pendiente en todos los ámbitos. El feminismo no está
exento de las presiones del heterosexismo. La lesbofobia internalizada es el primer
obstáculo con el cual nos tenemos que enfrentar. Atravesar el silencio con esa
palabra inesperada e inaudible para oídos acostumbrados a escuchar que
sexualidad es sinónimo de reproducción. Al nombrarnos como lesbianas aparecemos
en un lugar en el que nadie espera que estemos. El único espacio permitido para
las lesbianas es el armario, aisladas las unas de las otras en la inexistencia
de los cuerpos sin voz. Como escribe Valeria Flores
“es
importante el paso del yo al nosotras, mediante el rito del paso propio, el
coming out que expresa la decisión de hacerse pública, rito que marca el
ingreso personal en ese colectivo específico nosotras, el situarse en esa
genealogía de mujeres lesbianas que nombran su cuerpo de esta manera, de
identificarse con un universo simbólico construido por mujeres.” Flores, 2005:
35)
La decisión de salir del closet, de
avanzar sobre la esfera pública y politizar la orientación sexual es disruptiva
de la heteronormatividad en varios sentidos. En primer lugar, rompemos con el
mandato histórico, en tanto que mujeres, de permanecer en el espacio privado. A
ello, se le suma una segunda transgresión: el deseo se dirige hacia otra mujer.
El vínculo mujer-mujer es, de por sí, subversivo para el patriarcado, como bien
lo señalan María Galindo y Sonia Sánchez en su libro Ninguna mujer nace para
puta. La raíz subversiva del vínculo se debe a la prohibición, eliminación
y persecución a la que se ha visto sometido en toda sociedad patriarcal y al
interior de cualquier cultura (como pudimos ver al analizar los distintos
métodos a través de los cuales se perpetúa la heterosexualidad obligatoria
según Rich). El intermediario del sentido de la relación mujer-mujer siempre ha
sido el varón, lo cual explica también la casi total inexistencia de
organizaciones de mujeres autónomas.
La desobediencia a la heterosexualidad obligatoria, la osadía de
traspasar los límites al decidir sobre el propio cuerpo y la propia
sexualidad, detonan lo que denominamos
violencia de género y todos los dispositivos de disciplinamiento para poner a
las mujeres en “su lugar”. Un lugar delimitado por el patriarcado, un lugar de
sometimiento y otredad.
La posibilidad de perder el trabajo, de sufrir discriminación, es una
manera, entre tantas otras, de mantener a las lesbianas en el armario. Esto
podría explicar por qué en la academia la visibilidad lesbiana es prácticamente
nula. Si confiamos en la importancia de producir conocimiento al servicio de la
estrategia política, aparece como necesario que las lesbianas feministas
podamos salir del closet incluso en la academia. Nombrarnos como tales aquí,
visibilizar la temática a través de todas las instancias posibles, transformar
la manera de producir conocimientos, es un comienzo para revertir y acortar las
distancias entre “las académicas” y “las militantes” y para pensar una academia
entendida como parte del movimiento feminista.
Creemos que la reflexión crítica y el análisis de las acciones políticas
impulsadas deben ser parte de un mismo proceso. La solidaridad entre teoría y
práctica, entre activismo y pensamiento, nos parece de suma importancia no sólo
para enriquecer las políticas impulsadas por el movimiento, sino también para
que en el mismo no se genere una división intelectual y manual de la política.
Con la
intención de lograr el reconocimiento de las diferencias sin perder el objetivo
de la lucha común para las mujeres, al posicionarnos como lesbianas,
contribuimos a romper con lo que María Galindo denomina la omisión de la
lesbiana, correlato de la omisión de la puta. En sus palabras:
“Yo como
lesbiana te puedo hablar de una omisión bien profunda también, una omisión que
nos borra completamente del imaginario de las mujeres en una sociedad concreta.
Y desde esa omisión como lesbiana entiendo nuestra alianza como indigesta,
insoportable, innombrable e incomprensible. Quizá la omisión de la puta y la
omisión de la lesbiana del universo de las mujeres sean dos omisiones que se
corresponden como dos puntas de una misma tensión, la tensión de la otra que
hay que anular para quedar ya completamente a salvo del mal. Ocupamos siempre
el lugar de la otra innombrable, impresentable y que no puede y no debe ocupar
sitio ninguno, ni palabra en primera persona, somos ‘la otra’.”
(Galindo-Sánchez, 2007: 29)
Conclusiones
Como
hemos podido apreciar a lo largo de nuestro trabajo, la heterosexualidad
obligatoria es una institución medular en la opresión de todas las mujeres. El
giro que da Rich al enfoque del problema, poniendo dicha institución como
centro del poder masculino, tiene implicancias teórico-políticas que, como
feministas, no podemos eludir. Este cambio de perspectiva nos permite
deshacernos del prejuicio de que el lesbianismo es parte del colectivo de las
minorías sexuales. Esa definición contiene implícitamente el supuesto de que la
heterosexualidad es una preferencia sexual innata de la mayoría de las mujeres.
Es decir, que pasa por alto que es una institución patriarcal y no se cuestiona
si en un contexto diferente las mujeres elegirían la heterosexualidad.
Justamente lo que hay que reconocer, dice Rich, es que en esta sociedad no es
una elección sino una imposición.
Por otro lado, ¿cómo medir lo que no se ve?
Como sostiene Valeria Flores, las lesbianas somos como los microbios: estamos
en todas partes aunque no nos vean. Cualquier definición cuantitativa empobrece
la profundidad de análisis y los múltiples significados que la existencia
lesbiana aporta para que la dominación contra todas las mujeres se termine.
Como estrategia de visibilidad reivindicamos la identidad lesbiana en tanto
identidad política que nos permite irrumpir en la esfera pública resignificando
nuestra sexualidad de manera positiva.
La noción de diferencia, desde el abordaje
que hace Audre Lorde, nos permite mostrar la compleja realidad de los cuerpos
de las mujeres situados en diversos contextos donde la experiencia concreta
emerge con particularidades que debemos necesariamente tener en cuenta para
construir un feminismo que no caiga en esencialismos ni en omisiones. En palabras
de Lorde: “debemos reconocer las diferencias que nos distinguen de otras
mujeres que son nuestras iguales, ni inferiores ni superiores, y diseñar los
medios que nos permitan utilizar las diferencias para enriquecer nuestra visión
y nuestras luchas comunes.” (Lorde, 2004: 134)
Las distintas variables que atraviesan el
género, si bien pueden ser separadas analíticamente, coexisten de manera
contradictoria y simultánea en la vida de las mujeres. El principio lógico de
identidad, el cual dice que toda cosa es igual a sí misma, no tiene ningún
referente ontológico sobre la tierra. Las diferencias deberían enriquecer y
fortalecer al movimiento en lugar de generar jerarquías y fragmentación. El
esencialismo estratégico es una herramienta política que nos permite, a nuestro
modo de ver, evitar tanto la segmentación cuanto la omisión. Como sostienen
María Isabel Santa Cruz y Margarita Roulet,
“Es indudable que no hay mujer, sino mujeres.
Son más las diferencias entre ellas que sus puntos de identidad. Si no hay algo
en común, si cada mujer acaba siendo un entrecruzamiento irrepetible de
múltiples diferencias, ¿qué sentido tiene hablar de feminismo? ¿Cómo hablar de
todas las mujeres? La fragmentación lleva a la inoperancia. Es preciso,
entonces, hacer pie en alguna identidad.” (Santa Cruz-Roulet, 2007: 16)
La
lucha contra la heterosexualidad obligatoria es una lucha que unifica a todas
las mujeres. Cuando las lesbianas luchamos por el derecho al aborto, se nos
pregunta por qué lo hacemos. En tanto la prohibición del aborto es una
estrategia para perpetuar la heterosexualidad obligatoria, las lesbianas
feministas hacemos propia esa consigna porque también es un avasallamiento
sobre nuestros cuerpos. Del mismo modo, consideramos que las reivindicaciones
de las lesbianas tienen que formar parte de la agenda feminista en su conjunto,
ya que la negación de una sexualidad autónoma es un mandato patriarcal contra
todas las mujeres. Que hoy nosotras, lesbianas feministas que estamos iniciando
un recorrido por la academia, podamos nombrarnos en lugar de omitirnos es
gracias a las puertas que fueron abriendo las feministas que nos precedieron,
tanto en este espacio como en otros. Nos consideramos parte de esa genealogía,
herederas de un saber que rescatamos y que esperamos poder continuar.
Bibliografía:
-Carri, Albertina. “Deseo desatado”, en
Suplemento Soy, Página/12, viernes 23 de mayo de 2008.
-Flores, Valeria. Notas lesbianas.
Reflexiones desde la disidencia sexual, Hipólita Ediciones, Rosario, 2005.
-Galindo, María; Sánchez, Sonia. Ninguna
mujer nace para puta, La vaca, Buenos Aires, 2007.
-Leciñana Blanchard, Mayra. “Crisis del sujeto
desde el feminismo filosófico y sus perspectivas en América Latina”, en Feminismos
de París a La Plata (María Luisa Femenías compiladora), Catálogos, Buenos
Aires, 2006.
-Lorde, Audre. “Edad, raza, clase y género:
las mujeres redefinen la diferencia”, en La hermana, la extranjera.
Artículos y conferencias, Horas y Horas, Madrid, 2004.
-Millet, Kate. Política sexual, Ediciones
Cátedra, Madrid, 1995.
-Rich,
Adrienne. Heterosexualidad obligatoria y existencia lesbiana, publicado
por la revista “Nosotras que nos queremos tanto”, editada por el Colectivo de
Lesbianas Feministas de Madrid, Nº 3, noviembre de 1985.
-Santa
Cruz, M. I., Roulet, M.. “Usos y abusos del concepto de género”, en Ñ.
Revista de cultura, sábado 23 de junio de 2007.
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