Ponencia presentada en las Vº Jornadas Nacionales
Abolicionistas sobre Prostitución y Trata de
Mujeres y Niñas/os; Santa Fe, 26 y 27 de junio de
2015
La
mujer unidimensional: una crítica a la ideología prostituyente del patriarcado
capitalista contemporáneo
Luciana Guerra
Introducción
En este trabajo me propongo hacer un
análisis crítico de cómo opera en la actualidad la ideología prostituyente del
sistema capitalista patriarcal para perpetuar los lazos de dominación de las mujeres.
Desde la perspectiva lesboabolicionista en la cual me inscribo, intentaré
visibilizar los mecanismos de naturalización de la política sexual prostituyente,
en base a los cuales se pretende esencializar el lugar de servidora sexual de
lo que denominaré la Mujer unidimensional.
Esta noción, tiene como referencia teórica, los aportes de Herbert Marcuse
respecto de su tesis del Hombre
Unidimensional (1964), aunque lo retomo imprimiéndole un giro feminista a
sus formulaciones. Para este último objetivo, considero indispensable el
pensamiento abolicionista de Sonia Sánchez, Marta Fontenla, María Galindo,
Sheila Sheffreys, Carol Pateman y Beatriz Gimeno.
*El nacimiento
del feminismo abolicionista y la crítica a dos instituciones prostituyentes: el
matrimonio y el burdel.
Estoy en contra del matrimonio,
si lo que quieren es multiplicar
la especie para eso
no es necesario unirse a un
hombre durante toda la vida.
El matrimonio suele ser una
monotonía,
con frecuencia un aburrimiento
grave.
Libertad, Libertad, Libertad!! En la variedad
está el gusto.
Julieta
Lanteri (1932)
Que la prostitución sea tolerada
pero no reglamentada:
la mujer soltera y mayor de edad
es dueña de sí misma:
su cuerpo es lo que más
legítimamente le corresponde:
puede hacer de él lo que quiera,
como el hombre,
sin pagar impuestos ni sufrir
vejámenes policiales.
María
Abella de Ramírez (1908)
En
el S. XIX, junto a los esfuerzos críticos por desnaturalizar y deslegitimar la
prostitución de mujeres, nace el movimiento abolicionista, de la mano de las
sufragistas inglesas lideradas por Josephine Butler (1828-1906), quienes se
organizaron para luchar contra las denominadas “leyes de enfermedades
contagiosas” aprobadas por el Gobierno en los años 1864,1866 y 1869. Estas
reglamentaciones estatales higienistas de la prostitución habilitaban la
persecución policial y el control médico del cuerpo de las mujeres en las
ciudades y los puertos militares. Las mujeres podían ser arrestadas con penas
de hasta 9 meses si un policía consideraba, según su arbitrario punto de vista,
que estaban ejerciendo la prostitución. La preocupación del Estado por la salud
de los clientes-prostituyentes recaía en los violentos controles del poder
médico sobre las mujeres señaladas como únicas responsables de la transmisión
de enfermedades sexuales. Ya que a los varones no se les pedía ningún estudio
para dar cuenta de su estado de salud. En cambio, las opciones establecidas por
ley para las mujeres se reducían a dos caminos, los análisis médicos o la
prisión.
En
la lucha por la abolición de la prostitución inaugurada por Josephine Butler
ocupaba un lugar importante la visibilización y denuncia del tráfico de mujeres
para la prostitución denominada por aquel entonces “trata de blancas”.
En
nuestro territorio, la figura de Julieta Lanteri (1873-1932) es ineludible a la
hora de hacer un recorrido genealógico por la historia del feminismo
abolicionista Argentino. Conocida es su comunicación en el Primer Congreso
Femenino Internacional de la República Argentina de 1910 titulado “La
Prostitución” donde expresó con énfasis su lucha contra los Gobiernos que
sostienen y explotan la prostitución femenina. También resulta oportuno nombrar
a la primera directora del periódico feminista “Nuestra Causa”, Petrona Eyle
(1866-1945) fundadora de la “La liga contra la trata de blancas”
en el año 1924.
Cabe
señalar que la trata de blancas para la explotación sexual se profundiza a
principios del Siglo XX en nuestro país como bien documenta Dora Barrancos, en
el marco de una política estatal reglamentarista de la prostitución que duró
hasta el año 1936.
También
quisiera mencionar a María Abella de Ramírez, una feminista nacida en Uruguay
que vivió en la Ciudad de La Plata. En el año 1908 publicó un libro titulado En pos de la justicia donde encontramos
un apartado titulado “Programa mínimo de reivindicaciones femeninas” en el cual
reclama que la prostitución sea tolerada
pero no reglamentada.
Una clara postura abolicionista respecto del tema.
Ahora
bien, una cuestión a señalar, es que a pesar de la diversidad de corrientes y
tradiciones ideológicas del feminismo de la primera Ola, (librepensadoras,
anarquistas, socialistas, etc) y de las estrategias elegidas para combatir la
desigualdad entre varones y mujeres, no cabían dudas de que dos instituciones
paradigmáticas de la supremacía masculina eran el prostíbulo y el matrimonio.
En
este sentido, podemos afirmar que las relaciones de prostitución no eran
entendidas como un patrimonio exclusivo del mundo prostibulario sino que
también eran pensadas como relaciones constitutivas de la institución
matrimonial. Cabe señalar, que esta caracterización, como bien destacó Carol
Pateman, encuentra antecedentes en la voz de una pionera del feminismo
occidental como lo fue Mary Wollstonecraft, autora del libro Vindicación de los derechos de las mujeres
(1792) quien consideró al matrimonio como una forma de “prostitución legal”.
Ahora
bien, volviendo a la argentina de finales del S. XIX y principios del S.
XX, tenemos que en la esfera pública los
varones en tanto colectivo sexo-genérico tenían garantizado el acceso
irrestricto al cuerpo y la sexualidad de las mujeres en los prostíbulos o casas
de tolerancia que el Estado reglamentarista les ofrecía por el lado de la ley,
y las mafias de tratantes y rufianes como la Zwi Migdal les brindaba por el
lado de la clandestinidad. A su vez, en la esfera privada, el varón en tanto
individuo veía garantizado su territorio de dominio sexual sobre una mujer
gracias al código civil de 1869 heredero del Código Napoleónico de 1804 el cual
establecía la relativa incapacidad de la mujer casada normativizando en el
contrato matrimonial la sujeción política, jurídica, y económio-sexual de la
esposa a su marido.
De esta manera tenemos que la
prostitución privada y la prostitución pública establecen diferentes
modalidades en las cuales se instituyen las relaciones de propiedad patriarcal.
La mujer-privada que es propiedad de un solo varón en el marco del contrato
sexual
matrimonial y la mujer-pública que es propiedad de todos los varones en el marco
del contrato sexual prostibulario.
Las relaciones de prostitución
implican la convergencia de poderes que configuran la dominación económica,
política y sexual de las mujeres legitimadas desde la ideología prostituyente.
Esta ideología prescribe el estereotipo femenino en base a las figuras
aparentemente opuestas de madre y de puta. De esta forma tanto la prostitución
pública como la privada encuentran su causa en una supuesta “naturaleza”
indecente de la mujer-puta o una “naturaleza” decente de la mujer-madre. De la
ficción del instinto materno derivaría la situación de que sean las mujeres las
encargadas de los trabajos domésticos no remunerados (limpiar, cocinar, cuidar
a los hijos) como así también las violaciones maritales. Y como dije
anteriormente la prostitución pública es para la ideología prostituyente el
resultado de una naturaleza femenina viciosa. Desde este enfoque determinista,
la causa de la explotación sexual de las mujeres radicaría en las mujeres
mismas. Nuestros supuestos instintos naturales, sean puros o viciosos, aparecen
como la piedra fundacional del ordenamiento patriarcal.
Es claro que las relaciones de
servidumbre sexual propias de la prostitución marital o prostibularia, nunca
fueron un derecho para las mujeres, sino que, por el contrario, fueron y siguen
siendo las instituciones que garantizan el derecho masculino de uso y abuso del
cuerpo, la sexualidad y la fuerza de trabajo de las mujeres.
En la actualidad, la ideología
prostituyente pretende presentar estos lugares de subordinación sexual definidos
históricamente por y para los varones, como lugares de libertad de elección,
derechos y beneficios para las mujeres en base a ciertas concesiones económicas
que en épocas anteriores el patriarcado no nos daba.
Ejemplos paradigmáticos de esta
situación son el alquiler de vientres eufemísticamente denominada maternidad
subrogada como así también la regulación de la prostitución prostibularia como
trabajo sexual autónomo.
Como bien podemos leer en el manifiesto
de la reciente campaña “No Somos Vasijas”:
si en las
sociedades tradicionales, los matrimonios concertados o la compra por dote, son
las típicas formas en las que se ejerce el control sexual de las mujeres, en
las sociedades modernas, la prohibición del aborto, la regulación de la
prostitución y la maternidad subrogada son sus más contundentes expresiones.
El capitalismo patriarcal
contemporáneo lleva al extremo la mercantilización del cuerpo femenino. Si
antes la maternidad, era el efecto de un supuesto “instinto femenino”, ahora es
una industria que la convierte en un trabajo asalariado para las mujeres con
capacidades gestantes. Se erige una industria sobre nuestros úteros con la
maternidad subrogada y una industria sobre nuestra vagina, como ha señalado
Sheila Sheffreys,
con el negocio del sexo pago.
Dicha autora hizo un análisis del
proceso a partir del cual la prostitución se industrializó y globalizó a fines
del siglo XX y principios del XXI y sostiene que el mercado del sexo debe ser
entendido como la comercialización de la subordinación femenina. Su concepto de
prostitución incluye no sólo las prácticas prostibularias a escala global, sino
también, las formas de práctica
matrimonial en las que las familias patriarcales intercambian muchachas y
mujeres por dinero o favores, el matrimonio de niñas y el matrimonio forzado,
así como también aquel en el que se le paga a una agencia, como el caso de la
industria de las esposas encargadas por correo.
En este marco Jeffreys considera que
la industrialización de la prostitución debe entenderse como el consumo y la
comercialización de la subordinación femenina al mismo tiempo que formula la
tesis de que, en el contexto actual, es el factor económico el principal medio
de poder masculino para perpetuar el acceso sexual a las muchachas y las
mujeres. Aunque las metodologías propias de la trata como el engaño, el rapto o
la fuerza bruta también existen, la feminización de la pobreza es un
condicionante fundamental, según la autora, para garantizar el derecho
prostituyente de la supremacía masculina.
Como es sabido, la explotación de la
prostitución es uno de los negocios más rentables para el crimen organizado. A
su vez, como bien ha señalado Marta Fontenla al analizar la economía política
de la prostitución, es notoria “la incorporación a los mercados legales, del
dinero aportado por las mafias de proxenetas y la forma en que se contabilizan
para sostener economías de países pobres y ricos y el pago de las deudas
externas de los primeros, a través de las remesas provenientes de las
migraciones de mujeres que terminan explotadas sexualmente.”
Sin embargo, la estrategia ideológica
del patriarcado capitalista actual pretende invisibilizar a todos los sectores
que viven de la explotación del cuerpo de las mujeres (proxenetas, policías,
jueces, funcionarios políticos, hoteleros, periódicos, etc) presentándola como
una forma de vida libre, e incluso como una práctica sexual transgresora. El
derecho al placer que el feminismo supo reivindicar desde sus comienzos, es
vaciado de su contenido emancipador para significar ahora el derecho sexual
masculino de uso y abuso de las mujeres. Este desplazamiento de sentido protege
a una figura clave del mundo prostibulario: el prostituyente. Esos consumidores
masivos de subordinación femenina cuya demanda alimenta y fomenta la trata de
mujeres con fines de explotación sexual. Pero que, como veremos, también se
suman orgullosos a la lucha reglamentarista atacando la estrategia
abolicionista ya que ésta pone en cuestión el derecho a prostituir.
Un ejemplo significativo que podemos
dar es el manifiesto “No toques a mi puta” escrito por varones intelectuales y
de profesiones liberales como el abogado Richard Malka que, cabe aclarar, es
uno de los representantes legales del ex director del FMI, Dominic Strauss-Kahn
acusado de proxenetismo y violación.
En dicho manifiesto, los
prostituyentes se autodenominan “343 bastardos” parodiando el manifiesto que en
el año 1971 Simone de Beauvoir redacto bajo el título “Yo aborté” donde 343
mujeres declaraban haber abortado cuando todavía el aborto era ilegal en
Francia.
En el manifiesto de los “343
bastardos”, que por cierto sólo eran 19, leemos:
…consideramos
que cualquiera tiene derecho a vender libremente sus encantos, y que incluso le
guste. Y rechazamos que los diputados dicten normas sobre nuestros deseos y
nuestros placeres. No nos gustan ni la
violencia, ni la explotación ni el tráfico de seres humanos. Y esperamos que
los poderes públicos hagan todo lo posible para luchar contra las redes y
sancionar a los proxenetas. Amamos la libertad, la literatura y la
intimidad. Y cuando el Estado se mete en nuestros pantalones, las tres están en
peligro. Hoy la prostitución, mañana la pornografía ¿qué se prohibirá pasado
mañana?
Por empezar, podemos destacar los antagónicos
sentidos del concepto de libertad que tienen lugar en el manifiesto feminista “yo
aborté” y el manifiesto prostituyente “no toques a mi puta”. En el primero, las
mujeres exigían la libertad sobre el propio cuerpo. En el segundo, lo que se
exige es la libertad de disponer del cuerpo de otras.
Como bien ha señalado Anne Zelensky,
una de las firmantes del manifiesto de 1971 “¿Qué filiación puede haber entre nosotras, que
reclamábamos la libertad prohibida de disponer de nuestro cuerpo y esos
‘bastardos’ que reclaman hoy la libertad de disponer contra remuneración y sin
penalidad del cuerpo de algunas mujeres? (…) En el primer caso, se trata de levantar una opresión, en el segundo, de
prorrogarla. Y eso en nombre del mismo concepto: la libertad.”
Aquí es donde tiene lugar el mecanismo
de la ideología prostituyente que se propone identificar la libertad del varón
a usar y acceder sexualmente al cuerpo de las mujeres con la libertad de la
mujer a vender sus “encantos”. Una primera falacia a visibilizar de este
opresivo concepto de libertad es que la persona que tiene plata, y la persona
que necesita plata, son consideradas como idénticamente libres, como poseedoras
de la misma libertad.
La desigualdad económica entre el prostituyente
y la mujer es una desigualdad de poder. Como bien señala la presidenta de
AMADH, Margarita Peralta, la mujer no puede decidir libremente sobre el propio
cuerpo en la relación con el prostituyente, porque, en sus palabras: “es la
billetera del varón la que manda. En
una habitación de hotel o en un departamento privado no sabés qué loco te toca.
Muchas de nuestras compañeras terminaron muertas.”
Aquí aparece la segunda falacia
grotesca del concepto de libertad-patriarcal. La posición de servidumbre sexual
propia de la situación de “cuerpo alquilado para la satisfacción de un placer
sexual ajeno” es considerada una experiencia de libertad sexual tanto para la
sirvienta sexual (mujer) como para quien es servido sexualmente
(prostituyente). Nuevamente vemos cómo, el concepto de libertad-patriarcal, es habitado por una
estructura jerárquica con dos posiciones cristalizadas en base a la diferencia
sexual: la del dominador y la de la dominada, en otras palabras, la de quien
debe estar siempre al servicio del placer ajeno y la de quien tiene el poder de
disponer de cuerpos ajenos. Pero esta estructura jerárquica, es pincelada por
la ideología prostituyente, como la consagración universal de la igualdad y la
libertad sexual.
Estas ficciones del poder patriarcal
necesarias para naturalizar los privilegios de la supremacía masculina, van de
la mano con el mito del buen prostituyente que los 343 bastardos construyen de
sí mismos al presentarse como rechazadores del proxenetismo y la trata. Con
esta operación ideológica se configura el relato ampliamente difundido por el
patriarcado capitalista neoliberal de un supuesto mundo prostituyente adulto,
próspero, libre y feliz para todas y todos. Esta libertad de mercado sexual es
la libertad que los prostituyentes ofrecen a lo que podríamos denominar,
parafraseando a Marcuse, la Mujer Unidimensional.
En el año 1964, Herbert Marcuse,
referente de la Escuela de Frankfurt, publicó el libro El Hombre Unidimensional. En dicha obra sostiene que las
democracias capitalistas de la sociedad industrial avanzada no escapan a la
calificación de totalitarias ya que consolidan la dominación más firmemente que
el absolutismo. La eficacia de la dominación, dice, se debe al hecho de que el
proceso de integración y asimilación de las fuerzas o intereses antagónicos al
orden establecido, es decir de las clases explotadas y los grupos oprimidos, se
lleva a cabo, en la sociedad de masas, sin un terror abierto. El autor dice:
Una ausencia de libertad cómoda,
suave, razonable y democrática, señal del progreso técnico, prevalece en la
sociedad industrial avanzada.”
El eje de su crítica gira en torno a
la visibilización de los mecanismos de control que la sociedad de masas utiliza
para reconciliar toda oposición al sistema. Una dominación con rostro
democrático que silencia y absorbe toda disidencia en nombre de la libertad y
la opulencia, satisfaciendo ciertas necesidades para que la servidumbre sea
agradable. Si bien señala, que no dejan de existir aquellos cuya vida es el infierno en la sociedad opulenta, mantenidos a
raya con una brutalidad que revive las prácticas medievales.,
no duda en afirmar que cuando el proceso de integración se realiza sin terror,
la dominación se consolida con mayor firmeza.
Ahora bien, esta diversidad de
mecanismos de control, los unos más sutiles que hacen agradable la servidumbre
a través del incremento en la capacidad de consumo, o bien, los otros más
explícitamente violentos que utilizan formas de tortura y brutalidad para
evitar una oposición al todo, generan lo que Marcuse denomina, el Hombre Unidimensional, cuyo modelo de
conducta y de pensamiento no escapa a las formas de vida impuestas por el
sistema. La libertad del Hombre
Unidimensional, dice Marcuse, se convierte bajo el gobierno de una totalidad
represiva, en un poderoso instrumento de dominación. En sus palabras:
La
libre elección de amos no suprime ni a los amos ni a los esclavos. Escoger
libremente entre una amplia variedad de bienes y servicios no significa
libertad si estos bienes y servicios sostienen controles sociales sobre una
vida de esfuerzo y temor, esto es, si sostienen la alienación. Y la
reproducción espontánea, por los individuos, de necesidades superimpuestas no
establece la autonomía, sólo muestra la eficacia de los controles.
La libertad de consumo, de empresa, de
mercado, la libertad-mercancía que confirma y perpetúa el sistema de dominación,
es la única libertad bienvenida en el contexto represivo del capitalismo tardío.
El objetivo de anular la imaginación subversiva de las personas es clave para
la creación del Hombre Unidimensional.
No poder imaginar otro mundo, otras relaciones de existencia humana mejores, es
parte integral, dice Marcuse, del plan totalitario de la sociedad dada. No ser
devorado, asimilado, reconciliado, por el sistema como parte de su saludable
dieta es posible si los individuos experimentan la necesidad de cambiar su
forma de vida rechazando al sistema en su totalidad. El Gran Rechazo, como lo
llama Marcuse, empieza con la subversión del pensamiento y la conducta
unidimensionales, es decir, ese pensamiento disciplinado que acepta la
dominación como sinónimo de libertad, opulencia y consumismo, y esa conducta
organizada en función de los valores e intereses del mercado, en la libre
elección de bienes y servicios. Un modelo de conducta que deja de ser
publicidad para convertirse en la forma de vida por excelencia del Hombre
Unidimensional, fabricada a la medida de la industria cultural y promocionada compulsivamente
por los medios masivos de comunicación.
Estas reflexiones, podrían aplicarse
para analizar los mecanismos ideológicos del sistema prostituyente actual
imprimiendo un giro feminista al análisis. Es decir, entendiendo que el sistema
de dominación de la sociedad industrial avanzada es capitalista y patriarcal.
*La industria
cultural prostituyente y la Mujer Unidimensional
El proceso de industrialización de la
prostitución y el alcance masivo del consumo de cuerpos de mujeres, va de la mano
con la versión neoliberal de la ideología prostituyente que la presenta como un
trabajo sexual el cual debería ser reglamentado por los Estados, no sólo por
los beneficios que esta reglamentación tendría en términos de derechos laborales
para las mujeres, y derecho al placer de los prostituyentes, sino también
porque reglamentar la prostitución sería la mejor estrategia para luchar contra
la trata de personas con fines de explotación sexual separando tajantemente la
una de la otra.
En este punto es que podemos volver a
los argumentos del anteriormente mencionado manifiesto “no toques a mi puta”
donde aparece pincelada a gusto del prostituyente la perspectiva patriarcal de
la Mujer Unidimensional. En un
contexto de feminización de la pobreza, donde entre el 70 y 80 por ciento de
los pobres del mundo son mujeres, donde el consumo de la prostitución se
masifico y el proxenetismo se convirtió en uno de los negocios más rentables
para el crimen organizado, cobra visibilidad mediática la invitación a luchar
por la defensa de una forma “democrática” “civilizada”, “regulada”, “libre” y
económicamente próspera de prostitución: el trabajo sexual. Promovida como un
“oasis erótico” en un mar de campos de concentración sexual, teorizada como una
sexualidad disidente y transgresora por la corriente pro-sexo, apoyada con financiamientos
internacionales millonarios y aplaudida por los prostituyentes orgullosos de su
derecho disponer de los cuerpos de las mujeres como los 343 bastardos.
Esta propaganda prostituyente que
pinta de colores libertarios viejas cadenas patriarcales, no hace más que
naturalizar el lugar de servidoras sexuales de las mujeres y disfrazar la
explotación sexual como una experiencia de libertad.
Es indudable que la reglamentación de
la prostitución lleva consigo la legitimación de la demanda del prostituyente,
responsable directo de la trata y el proxenetismo.
Pero si reglamentar la prostitución
ayuda a combatir la trata como dicen ¿cómo se explica la existencia de la Swi Migdal
en los tiempos del reglamentarismo argentino? ¿Cómo se explica que países reglamentaristas
como Holanda y Alemania estén entre los 10 primeros países de destino?
¿Cómo se explica el involucramiento de Claudia Brizuela, sindicalista de AMMAR-capital,
en una red de trata donde a las mujeres traficadas se las obligaba a decir que
eran trabajadoras sexuales afiliadas al gremio?
Se explica asumiendo que la ideología prostituyente
del patriarcado capitalista naturaliza la prostitución con los discursos del
trabajo sexual siendo funcional a mantener el gran negocio de la trata, una
metodología de abastecimiento necesaria, hoy en día, para la satisfacción de la
masiva demanda de los prostituyentes. Una demanda que alientan y promueven al
considerar el sexo pago como una sexualidad transgresora cuando, a todas luces,
la sexualidad prostituyente es la sexualidad del patriarcado heterosexista.
Como dice Sonia Sánchez, “la cara del
prostituyente es la cara más grotesca del poder sobre los cuerpos de las
mujeres”.
Y ese poder es el que la estrategia
abolicionista pone en cuestión. Imaginar un mundo sin prostitución, es resistir
a los mecanismos de control que pretenden sofocar nuestra imaginación
subversiva. Es hacer estallar la jaula de la Mujer Unidimensional rechazando los controles heterosexuales sobre
nuestros cuerpos. La prostitución y el mandato de maternidad devenidos en
industrias de vaginas y úteros no son experiencias de liberación sexual para
nosotras. La libertad que imaginamos, que proyectamos, por la cual luchamos y
deseamos construir colectivamente no se compra ni se vende, no es una producto
del mercado, ni es reconciliable con un sistema patriarcal progresista que
pretende reglamentar nuestras opresiones.
Como dicen las compañeras de AMADH, no
nos organizamos para prostituirnos mejor, nos organizamos para abolir el
sistema prostituyente.
El matrimonio prostituyente entre el Hombre Unidimensional y la Mujer Unidimensional es una perspectiva
antagónica a la rebelión abolicionista.
No hay patriarcados buenos o malos, ni
capitalismos buenos o malos, ni racismos buenos o malos porque las estructuras
de dominación no se reducen a cuestiones éticas, de “agencias individuales”,
son problemas de orden político, son sistemas de dominación. En este mismo
sentido, es falso hablar de una prostitución buena y otra mala, de
prostituyentes buenos y malos. Porque una institución fundada en la desigualdad
de poder entre varones y mujeres, entre varones y travestis no puede ser
juzgada en términos éticos, sino en términos ético-políticos. La
despolitización y moralización que promueve la ideología prostituyente del
trabajo sexual para pensar las relaciones de prostitución conduce a la
afirmación contradictoria del “buen opresor”. Defender la figura contradictoria
de “dominadores buenos” es un viejo mecanismo de legitimación que no tiene
lugar en nuestra mirada crítica. Porque como bien dice la leyenda feminista “el
príncipe azul no existe el padrote prostituyente sí”. Este “patronato del buen
prostituyente” promovido por el lobby reglamentarista tiene el claro interés
económico de no desalentar la demanda de un negocio millonario que se realiza a
costa de nuestros cuerpos.
Para terminar quisiera leerles un
fragmento de la carta que circuló recientemente en las redes sociales de Huscke
Mau,
una sobreviviente de prostitución alemana, dirigida a quienes se consideran
representantes de las “trabajadoras sexuales”:
Por favor lee el lenguaje de los foros de puteros, lee como
les pone, como disfrutan sabiendo que eso no le gusta a la mujer, sino que lo
hace por dinero, que está obligada a hacerlo, porque necesita la maldita pasta,
o porque en la habitación contigua hay sentado un proxeneta. Cómo ellos
deliberadamente tratan de transgredir los límites, manifestando su lado sádico,
si no lanzándose a fondo a ello, si de forma muy consciente. No se trata de
sexo en la prostitución, se trata de poder. Y sólo de poder. No hagas como si
las mujeres pudieran vivir ahí su sexualidad, el único que la vive es el
putero, cuyos deseos tu satisfaces. O sea, a tu costa. (…) La prostitución es violencia. Una máquina de satisfacción machista.
Bibliografía
-Centenario
Primer Congreso Femenino Internacional de La República Argentina mayo de 1910, Edición Conmemorativa,
Buenos Aires, 2010
-De Ramírez, María Abella, En pos de la Justicia, D. Milano, La
Plata, 1908
-Gimeno, Beatriz, La prostitución, España, Bellaterra,
2012.
-Huske
Mau “Estoy Harta de las narices de vosotras” traducción de Concha Urtado.
-Jeffreys, Sheila, La industria de la vagina, Buenos Aires,
Paidós, 2011.
-Marcuse, Herbert, El Hombre Unidimensional, Barcelona, Ariel, 2010.
-Pateman, Carol, The
Sexual Contract, Cambridge, Polity Press, 1988.
-Sánchez,
Sonia y Galindo, María, Ninguna mujer nace para puta, la vaca, Buenos Aires,
2007.