miércoles, 12 de febrero de 2020

El subtexto de género de las noticias: androcentrismo y sexismo en la mira (2014)


Este texto fue publicado en en año 2014 en la Colección Cuadernos de Cátedra de La Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la Universidad Nacional de La Plata

El subtexto de género de las noticias: androcentrismo y sexismo en la mira
 Luciana Guerra


Introducción
Las pretensiones de las noticias de erigirse como descripciones neutrales y objetivas de la realidad nos informan más del ojo que mira que de la realidad descripta. Un ojo que, por cierto, no carece de sexo, ni de clase, ni de etnia, ni del poder que le da el lugar desde donde mira, enuncia y publica masivamente su punto de vista. Una mirada que se proyecta como lo real, lo verdadero, ocultándose a sí misma como mirada. Es decir, se oculta como visión de la realidad para presentarse como la realidad misma sin mediaciones de por medio.
Aceptando el hecho de que una mirada del mundo, no es el mundo, intentaremos analizar el denominado subtexto de género de la noticia. Nuestra intención es visibilizar el enfoque androcéntrico y muchas veces sexista a partir del cual se construyen las noticias en los medios masivos de comunicación. En esta oportunidad, centraremos nuestra atención, en la construcción estereotipada, monolítica y homogeneizante de la mujer.

Androcentrismo y estereotipos de género
El androcentrismo, se caracteriza por la falacia de convertir un punto de vista particular, parcial, –en este caso el punto de vista de los varones–, en una verdad universal. Se ubica al varón como centro y referencia de lo humano y a la mujer como margen y accesorio de lo humano.
Si Marx había denunciado a la ideología burguesa, que pretendía hacer pasar su punto de vista y sus intereses, como si fueran el punto de vista y los intereses de la humanidad en su conjunto, el feminismo lleva a cabo una crítica similar pero poniendo como eje de análisis la relación de dominación sexual. Ya Simone de Beauvoir observaba en 1949 que: “La representación del mundo, como el mundo mismo, es operación de los hombres (hombre = varón); ellos lo describen desde el punto de vista que les es propio y que confunden con la verdad absoluta” (de Beauvoir, 2005: p.142).
Esta mirada androcéntrica va a definir a la mujer no como un sujeto autónomo, para sí misma, sino, en relación y en función de los varones: “hermana de”, “madre de”, “hija de”, “amante de”, “esposa de”, son las descripciones que parecen dar sentido a la existencia femenina.[1] Es decir, la mujer es heterodesignada como “lo Otro” y además se la inferioriza.[2]
Esta definición patriarcal de la mujer, se configura en una larga lista de pares binarios jerarquizados y marcados sexualmente. Por un lado lo masculino / racional / universal / neutro / objetivo/ público / fuerte / superior. Por otro lado lo femenino / emocional/ irracional /particular / privado / débil / inferior.
De este modo, el pensamiento binario y androcéntrico construye y petrifica los estereotipos de género al mismo tiempo que los presenta como no construidos, como verdades que emergen de la naturaleza misma de los sexos.
Resulta oportuno señalar que el origen etimológico del término estereotipo remite a las palabras griegas stereos que significa sólido y typos que significa marca. El término se empieza a usar ampliamente en el siglo XVIII cuando, como señala Angie Simonis Sanpedro: (se lo aplica) “a la impresión de copias de papel maché a partir de un bloque sólido, un molde de plomo, utilizado en imprenta en lugar del tipo original, donde ya encontramos implícita la idea de un origen rígido para reproducir indefinidamente materiales” (Simonis Sanpedro, 2005: 233).
Los estereotipos de género, operan entonces, como ese molde rígido creado para reproducir entidades iguales cuyas características serían una copia del original. Si bien este original esta esencia femenina funciona como la ficción fundacional del Mito de la Mujer como lo Otro absoluto, no significa que no tenga efectos en la realidad.
Por el contrario, el disciplinamiento en clave genérica de los distintos procesos de socialización se encarga de producir y afianzar la cosificación del cuerpo y la sexualidad de las mujeres desde una noción unívoca y normativa de lo femenino.
De esta forma se preestablecen los lugares, deseos, funciones, aspiraciones, virtudes y capacidades que corresponden a cada sexo.
Entendemos que la construcción de lo femenino en tanto inferior de lo masculino, es producto de las relaciones de poder que subyacen y configuran a los sexos, un efecto de la mirada patriarcal proyectada sobre las mujeres.[3] Una mirada que, como señalamos anteriormente, se presenta como la realidad misma, como una verdad clara y distinta.
Pero es justamente esta mirada sesgada la que los Estudios de Género revisan críticamente en los distintos niveles y ámbitos de la cultura. La ciencia, la filosofía, el arte, la religión, la educación, la justicia, y también los medios masivos de comunicación están atravesados por los prejuicios sexistas que impactan con violencia en la subjetividad y la vida cotidiana de las mujeres.
Ahora bien, el estereotipo de mujer, se caracteriza por tener una doble cara. Cada una de ellas expresa los distintos modos en que el trabajo, el cuerpo y la sexualidad de las mujeres son expropiados y explotados estructuralmente por los varones. Esta doble cara refleja los dos únicos caminos en los que puede/debe incursionar una mujer. Por un lado, el camino del bien, transitado por la mujer decente: la madre heterosexual, ama de casa atenta a los cuidados de los otros; por otro lado, el camino del mal elegido por la puta mal viviente convertida en un objeto sexual quien, en palabras de María Galindo: “es la portadora de toda la carga posible de condena social, de humillación y desprecio” (Galindo y Sánchez, 2007: 30). Esta oposición que pareciera ser antitética es por el contrario la doble cara del disciplinamiento patriarcal, o como señala María Galindo, un chantaje del sistema sexo-género: “Un chantaje que coloca en principio como opuestas a la mujer puta de la mujer no puta, pero que al mismo tiempo coloca a la puta como una amenaza. Siempre puedes ser al fin y al cabo, considerada una puta. El apelativo de puta puede siempre recaer sobre cualquiera de nosotras. Sobre nuestro modo de vestir, de comportarnos, de pensar, de vivir nuestros cuerpos. Recae sobre las pequeñas desobediencias de la sexualidad y en el comportamiento hacia los hombres” (Galindo y Sánchez, 2007: 30).
Madre santificada o prostituta despreciada parecen ser los únicos rostros que la mirada sexista admite en una mujer. Esta heterodesignación construye una imagen estereotipada de lo femenino, negando por un lado, que es una construcción a través del viejo recurso de apelar a toda clase de determinismos (biológicos, metafísicos, teológicos, etc.); y por otro, invisibilizando las realidades singulares y diversas de los cuerpos sexuados que habitan creativamente la categoría mujer.
Por ello se ha sostenido que la existencia femenina es paradojal. En palabras de Teresa de Lauretis:

¿Quién es o qué es una mujer?; ¿Quién soy o qué soy yo? Haciéndose estas preguntas, el feminismo, que era un movimiento social de y para las mujeres, descubrió que la mujer no existe. Su existencia es paradojal, pues está al mismo tiempo atrapada y ausente en el discurso; se habla constantemente de ella, pero es inaudible e inexpresiva en sí misma; una existencia que se despliega como un espectáculo, pero que no es aún ni representada ni representable, que es invisible, pero que es, a su vez, el objeto y la garantía de la visión; un ser cuya existencia y especificidad es simultáneamente declarada y rechazada, negada y controlada (de Lauretis, 1993: 73).

Por un lado tenemos el silenciamiento y la invisibilización de las voces y vidas de las mujeres reales y diversas y, por otro lado, el estereotipo femenino que se exhibe como representante oficial de todas las mujeres. Los mandatos de género delimitan entonces las fronteras de lo femenino. Cualquier corrimiento, cualquier transgresión o desobediencia a estos mandamientos detona una gran cantidad de mecanismos de violencia de género con fines correctivos o disciplinarios. La naturalización de este tipo de violencia, hace que pocas veces se la vea como tal. La autolegitimación de sí misma en tanto intervención reparadora de una violación a la naturaleza  femenina, tiene el efecto de que la violencia sexista frecuentemente sea vista como merecida. La violencia simbólica juega un rol fundamental en tanto que habilita y legitima la violencia física.
Como señala María Luisa Femenías:

Cuando históricamente las apelaciones a las mujeres han sido del tipo Eh, tu, fregona / tonta / diosa / frívola / inconsciente / vulnerable / bruja / incapaz / quejosa / loca / puta, etc., es de suponer que (...) las mujeres se reconozcan y confirmen su identidad según esas descripciones. Además, esas designaciones, le dan un lugar en los discursos que es jerárquicamente inferior y descalificante. Como incluso no son los únicos machacados hasta el hartazgo en este sentido (la ciencia y la religión hacen también su parte), es oportuno concluir que aquí también se ha producido una operación normativizadora, reguladora y generadora de identidad. A esa forma de violencia simbólica la vamos a denominar poder heterodesignativo del lenguaje y constituye una forma violenta de construcción de identidad.
Esa violencia simbólica –si no directa sí al menos indirectamente– justifica o legitima la violencia física. Es decir, antes de que la violencia física se convierta en agresión violenta contra un cuerpo otro, muy probablemente haya habido episodios de violencia secundaria y de desconfirmación naturalizada. Muy probablemente también, no fueron reconocidos como violencia porque constituyen la norma según la que se construyen muchas relaciones normales, bien constituidas, donde la desigualdad y la asimetría marcan los vínculos (Femenías, 2006:4).

Desde este marco, la violencia contra las mujeres se entiende como un continuo que se compone de varios niveles interconectados: simbólico, psicológico, físico.
Teniendo en cuenta estas consideraciones, emprenderemos la tarea de analizar el subtexto de género de los medios masivos de comunicación. Es decir, intentaremos visibilizar tanto los mensajes apologéticos y naturalizadores de la violencia sexista, como los enfoques androcéntricos y estereotipados a través de los cuales se transmite y se refuerza compulsivamente el mito de la mujer como lo Otro Absoluto.

La dimensión simbólica de la violencia de género: el ejemplo de los suplementos femeninos 
La visión del mundo androcéntrica es extensiva a todos los ámbitos y dimensiones de la vida social y política. Es un modo de ver y analizar el mundo que se caracteriza, como vimos, por una representación del mundo hecha desde un punto de vista masculino. La luz del androcentrismo expulsa del campo de visión la realidad concreta y diversa de las mujeres para poner en su lugar un estereotipo normativo. Consideramos que este enfoque sesgado desde un punto de vista de género, sigue siendo hegemónico en los medios masivos de comunicación.
Cada decisión en la producción mediática implica una toma de posición respecto de cómo leer la realidad. El criterio a partir del cual se dividen los diarios y revistas en secciones y suplementos es un tema que puede ser analizado en clave genérica. La publicación de suplementos femeninos en los cuales supuestamente aparecen todos los temas que preocupan e interesan a las mujeres es un hecho recurrente.
En este sentido podemos interpretar que en el abordaje de los temas de y para mujeres como algo aparte y publicados en los denominados suplementos femeninos subyace la dicotomía que identifica el espacio público con lo masculino y el privado con lo femenino. Ya que resulta significativo el hecho de que por un lado aparezca la economía, la política, la cultura, la educación, etc., y por otro las mujeres con temáticas vinculadas fundamentalmente a la espera privada y al estereotipo de belleza femenina. (cocina, familia, decoración, moda, etc.)
Coincidimos con Martha Vasallo en la apreciación de que “Es precisamente el carácter político de la cuestión femenina, la articulación de las coyunturas políticas con la situación de las mujeres, lo que suele pasar desapercibido a fuerza de concebir como algo aparte los temas de las mujeres (…) Cualquiera de los rubros en que se divide tradicionalmente una publicación periodística (Política, Economía, Sociedad, Espectáculos, Cultura, Educación, etc.) es pasible de ser enfocado desde una perspectiva de género.” (Vasallo, 2003:16).
Pero dado que es hegemónico el enfoque androcéntrico en los medios masivos de comunicación, el lugar asignado para las mujeres es el de suplemento femenino.
En el marco de la consideración de lo femenino como suplemento tienen un lugar protagónico los temas que se desprenden del estereotipo de mujer: moda, belleza, familia y cocina parecen agotar el mundo de lo femenino.
Si tomamos como ejemplo los últimos números del suplemento Mujer platense del diario El Día (del 19 de octubre al 1de diciembre de 2010), y relevamos los títulos centrales, nos encontramos con lo siguiente: “Relaciones que marcan tu vida”; “Depilación: qué método seguir”; “La dieta elegida por las famosas”; “Cómo entender a los hombres”; “Soltería: ventajas y contras”; “El estrés aliado de la infertilidad”. [4]
Con este breve recorrido podemos dar cuenta de cómo el estereotipo femenino de doble cara, madre y objeto sexual, atraviesa las notas del suplemento.
Lo mismo sucede con el suplemento en-línea entremujeres.com del Grupo Clarín, en este caso, aparte de los temas recurrentes como belleza, moda, hogar, familia, etc., aparece el tema trabajo. El titular de la primera noticia que se encuentra en esta sección es: “Las profesiones que llevan al divorcio”[5].
Es decir, cuando se aborda el tema del trabajo de las mujeres en la esfera pública, aparece como problema central el impacto que esa situación genera en la vida familiar de la mujer. El mensaje que transmiten estas noticias es que si bien las mujeres en los últimos tiempos han avanzado sobre espacios y lugares que antes eran exclusivamente para los varones, no deben olvidar sus responsabilidades en la esfera privada. De esta manera, la división sexual del trabajo se refuerza y la doble jornada laboral es naturalizada.
Un ejemplo de ello lo encontramos en el suplemento entremujeres.com, en la sección de trabajo en una nota que a primera vista puede parecer disruptiva del estereotipo patriarcal de mujer ya que se titula: “Una mujer entre los mejores camioneros”, pero si seguimos leyendo encontramos lo siguiente: Cristina se destaca en un terreno masculino. Fue finalista del premio Mejor conductor de camiones de Argentina y dirige una flota de transportes. Todo, mientras ama a su familia, disfruta de sus hobbies y mantiene su belleza”.[6] 
Es decir, se le da permiso a la mujer para usurpar algunos lugares masculinos, pero siempre y cuando no olvide su lugar de madre y objeto sexual: amar=cuidar a la familia y preocuparse por su belleza. Por otro lado, no es un dato menor que el premio mencionado sea para el mejor conductor, a pesar de que la ganadora pueda ser una mujer. La cristalización de determinados lugares y roles como masculinos y femeninos sigue apareciendo en el lenguaje a pesar de que en la realidad haya rupturas y cambios.
Por su parte, nuevamente el suplemento Mujer platense, también está en sintonía con este tipo de mensajes. En la edición del 10 de octubre de 2010 encontramos el título “La nueva generación de mujeres” y a continuación leemos: “Conciliar amor, familia, trabajo y permanecer eternamente bellas”.[7] La nota, está acompañada de una foto de una mujer trabajando en un escritorio. Con una mano manipula un mouse y con la otra sostiene un bebe. Entre medio de los objetos de oficina que están sobre su escritorio sobresale una mamadera ubicada en el centro de la foto y en un primer plano. El mandato de maternidad aparece entonces simbolizado por un biberón protagonista y central en la imagen. Por delante de la mujer misma y de su trabajo remunerado.
Resulta importante señalar que el supuesto de heterosexualidad es condición de posibilidad necesaria y recurrente de la configuración del lugar de madre y de objeto sexual en el estereotipo femenino. Es por ello, que consideramos abordar la cuestión de la heterosexualidad obligatoria, como un régimen sexual en consonancia con las aportaciones teóricas de Adrienne Rich. En efecto, entre las denominadas instituciones sociales, Rich denunció como una institución política la heterosexualidad que tiene un lugar estratégico en la producción y reproducción del poder patriarcal.
Si bien en nuestro país se han dado grandes pasos en este sentido, debido a la reciente sanción de la ley de matrimonio igualitario, la heterosexualidad sigue operando –como en la mayoría de los países del mundo– en las distintas instancias de socialización, como la única forma normal de disciplinamiento del deseo. Podríamos afirmar, junto con Monique Wittig, que: “Por mucho que se haya admitido en estos últimos años que no hay naturaleza, que todo es cultura, sigue habiendo en el seno de esta cultura un núcleo de naturaleza que resiste al examen, una relación excluida de lo social en el análisis y que reviste un carácter de ineluctabilidad en la cultura como en la naturaleza: es la relación heterosexual. Yo la llamaría la relación obligatoria social entre el hombre y la mujer.”(Wittig, 2006: 51).
 En este sentido, podemos afirmar que uno de los mecanismos de los medios de comunicación, en sintonía con el disciplinamiento heterosexista, consiste en la repetición compulsiva de imágenes heterosexuales con efectos heteronormativos.

De crímen pasional a femicidio
Otro tema que quisiéramos analizar, es el modo en que los medios tratan la violencia contra las mujeres. Como la problemática es muy amplia, nos enfocaremos en la forma en que son representados los asesinatos de mujeres.
Para ello, haremos previamente algunos señalamientos sobre los aportes teóricos de la teoría feminista respecto del abordaje de los asesinatos de mujeres o femicidios.
El concepto de femicidio surge hace apenas unos 20 años en un artículo escrito por las autoras Jane Caputo y Diana E.H. Russell publicado en la revista Miss de septiembre-octubre de 1990 titulado “Femicid: Speaking the unspeakable”. Dos años después el artículo vuelve a publicarse cobrando mayor difusión en el libro de Jill Radford y Diana Russell, Femicid: The Politics of Woman Killing. En dicha obra, las autoras definen al femicidio de la siguiente manera:

El asesinato de mujeres es la forma más extrema del terrorismo sexista. Una nueva palabra es necesaria para comprender su significado político. Pensamos que feminicidio es la palabra que mejor describe los asesinatos de mujeres por parte de los hombres=varones, motivados por el desprecio, el odio, el placer o el sentido de propiedad sobre ellas. El femicidio es el resultado final de un continuum de terror que incluye la violación, tortura, mutilación genital, esclavitud sexual, especialmente la prostitución, el incesto y el abuso sexual familiar, la violencia física y emocional, los asaltos sexuales, mutilaciones genitales (clitoridectomías e infibulaciones), operaciones ginecológicas innecesarias (histerectomías) heterosexualidad obligatoria, esterilizaciones y maternidades forzadas (penalizando la anticoncepción y el aborto), psicocirugías, experimentos médicos abusivos (por ej. la creación de nuevas tecnologías reproductivas), negar proteínas a las mujeres en algunas culturas, las cirugías estéticas y otras mutilaciones en nombre del embellecimiento. Siempre que de estas formas de terrorismo resulta la muerte, se transforman en femicidio… Cuando la supremacía masculina es desafiada, el terrorismo es intensificado…las mujeres vivimos bajo este terror, luchemos contra él o no. (Rudford y Russell, 1992).[8]  

Esta óptica feminista a partir de la cual se construye la categoría de femicidio, nos permite hacer un abordaje teórico de los asesinatos en cuestión enmarcándolos dentro de la denominada violencia de género contra las mujeres la cual es entendida como producto de las relaciones de poder y sujeción entre los sexos/géneros ancladas en la supremacía masculina.
Esta perspectiva implica un giro epistemológico y político respecto al modo en que los medios de comunicación han tratado históricamente los asesinatos de mujeres. Es decir, desde el paradigma patriarcal del crimen pasional. Esta explicación policial da lugar a un desplazamiento del análisis político de los mismos para presentarlos, por un lado, como novelas de amor con final trágico, y por otro como casos aislados y personales, sin relación alguna entre sí.
En ese sentido, cabe señalar que el mecanismo de naturalización de los medios respecto de la violencia sexista se configura a través de la lógica patriarcal que codifica la interpretación de la violencia contra las mujeres como disciplinamientos merecidos. De esta manera, la mujer violentada es señalada como la responsable de la violencia sufrida dando lugar a la denominada doble victimización. Los medios instalan como tema de debate público la moralidad de las víctimas y se introduce la duda respecto del merecimiento de lo acontecido debido a que se lo vincula a situaciones de prostitución, drogas, infidelidad, etc. De esta forma cualquier conducta que pueda señalarse como inmoral desde la óptica patriarcal es utilizada por los medios para invertir la explicación de lo ocurrido. La violencia no se debe entonces a las relaciones de poder que subyacen entre los sexos, sino, por el contrario, a conductas inmorales que hacen de la violencia machista un correctivo ejemplificador ya no para la mujer asesinada, sino para la mujer genérica. Es decir, como mensaje disciplinador para toda mujer que transgreda las fronteras sexuales de su género.
Dos ejemplos que podríamos traer a cuenta son los femicidios de María Marta García Belsunce y Nora Dalmasso. Los medios instalaron por mucho tiempo aspectos relacionados a sus respectivas vidas sexuales con la intensión (inconfesa) de echar cierto manto de duda sobre su moral e, indirectamente, culpabilizarlas de lo que les había ocurrido.
Otro elemento a tener en cuenta para el análisis de los asesinatos de mujeres, es el hecho de que tal asesinato cobra gran impacto mediático cuando se trata de mujeres blancas, heterosexuales y pertenecientes a círculos de poder político y económico como es el caso de Belsunce y Dalmasso. Pero cuando otros ejes de poder –como la etnia, la opción sexual o la pobreza– atraviesan el género de la mujer violentada la repercusión mediática es prácticamente nula. De esta forma los femicidios de mujeres mestizas, desocupadas, lesbianas, migrantes son invisibilizados. (Guerra y Sciortino, 2009).
Un ejemplo, entre varios, es el femicidio de Sandra Ayala Gamboa, una joven desocupada peruana que fue violada y asesinada en febrero de 2007 en el ex archivo del Ministerio de Economía de la ciudad de La Plata, hoy ARBA. O el fusilamiento de Natalia Gaitán, una joven lesbiana y pobre, que fue fusilada en marzo de 2010 por el padrastro de su novia, Daniel Torres, que se oponía a la relación que mantenían. Tanto el femicidio lesbofóbico de Natalia como el femicidio de Sandra, fueron prácticamente invisibilizados por los medios de comunicación.
Es decir, los femicidios son o bien presentados como crímenes pasionales o cometidos bajo emoción violenta, con las connotaciones sexistas anteriormente señaladas, o simplemente invisibilizados.

Hacia un periodismo no sexista
La crítica al paradigma androcéntrico tanto en los medios de comunicación como en la producción de conocimiento en las distintas disciplinas aparece como un desafío intelectual y político para quienes están comprometidas/os con un enfoque feminista o de género. La deconstrucción de representaciones estereotipadas de las mujeres, el cuestionamiento al lenguaje sexista, la heterosexualidad obligatoria, la denuncia a la oferta explícita de cuerpos de mujeres en clasificados para la explotación sexual, la naturalización de la violencia de género y de la división sexual del trabajo son algunos de los temas que esta perspectiva propone visibilizar.
La posibilidad de acceder a espacios desde donde proyectar miradas y voces en disidencia con el androcentrismo hegemónico se ha promovido con diversas estrategias. Tanto en los intentos, poco felices, de alcanzar algún grado de visibilidad en los medios masivos de comunicación, como en la creación de medios alternativos y la utilización de las nuevas tecnologías de información.
Pero para abrirle camino a una perspectiva crítica que se propone cuestionar las desigualdades sociales, políticas, económicas y culturales que se establecen debido a la pertenencia de género es fundamental hacer una reflexión respecto de la formación de las carreras de Periodismo y Comunicación. Consideramos que la posibilidad de un periodismo no sexista depende del grado de desarrollo y acompañamiento político que tenga la promoción en la academia de instancias de formación que trabajen con perspectiva de género o feminista.
Es sabido el enorme poder de los medios debido al lugar materialmente privilegiado que tienen para transmitir masiva o más bien compulsivamente, una visión de la realidad por sobre tantas otras que quedan invisibilizadas. El poder de esta visión radica en la incidencia que tiene tanto en la subjetividad de las personas, como en la formación de sentido común y en la producción de las imágenes de las cuales nos valemos para figurarnos la realidad diaria. A través de imágenes y discursos sesgados los medios masivos pretenden enjaular la realidad en un punto de vista que reproduce las jerarquías y violencia constitutivas del sistema sexo/género.
De esta forma, la violencia simbólica del paradigma androcéntrico se esconde en una fachada de objetividad y neutralidad que nos muestra las ambiciones de una mirada que se proyecta como dueña de la verdad del objeto observado/devorado.
Si bien en este trabajo nos centramos en el análisis de la naturalización de la sujeción y cosificación de las mujeres, merecen igual atención y reflexión la violencia simbólica de los medios respecto a todas las identidades de género y orientaciones sexuales que no se ajustan al binarismo sexual heterosexista, es decir, travestis, transexuales, transgéneros, intersex, lesbianas, bisexuales, gays. Cabe señalar que en un contexto donde no sólo se aprobó la ley de matrimonio igualitario, sino que también se discute y se lucha por una ley de identidad de género, los medios siguen haciendo abordajes estigmatizantes respecto de la comunidad Lésbica, Gay, Travesti, Transgénero Transexual Bisexual Intersexual “LGTTTBI”
Para terminar, quisiéramos exponer las palabras de Liliana Daunes, una trabajadora de la comunicación feminista, que expresa una mirada crítica en consonancia con lo que se ha intentado transmitir a lo largo de este trabajo:

El derecho a la comunicación es un derecho humano y no un negocio. La mercantilización de la cultura, agrava y profundiza la realización de una programación de los medios de comunicación que desbordan de lenguaje sexista, de humor misógino, de estereotipos machistas, de vulgaridad en el tratamiento de problemas constituyentes de la identidad de las personas como por ejemplo la sexualidad, de naturalización de los roles subalternos de las mujeres, de bastardeo a la libre opción sexual de lesbianas, gays y travestis (…)
Lo que estoy planteando es el derecho a la pluralidad ideológica, en medios de comunicación que hegemónicamente reproducen la cultura androcéntrica. Es la posibilidad de que se exprese una mirada del mundo, no la propia, no la de una u otra periodista, sino la de una corriente histórica y la de un movimiento, que se va creando a sí mismo desde la identificación de la opresión de las mujeres que realiza el patriarcado, y desde las batallas por nuestra emancipación. Es la palabra de un feminismo que no pretende lograr un cupo para integrarse en la dominación, sino que aspira a deconstruir todas las dominaciones de una cultura opresora en la que se refuerzan mutuamente, el capitalismo, el patriarcado, el racismo, la violencia. (Daunes, 2008) [9]








Bibliografía

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Wittig, Monique, El pensamiento heterosexual y otros ensayos, Madrid, EGALES, 2006




[1] Cabe señalar que algunos de estos esquemas como “hija de”, “hermana” o “madre” se repiten en los insultos.
[2] Uno de los tantos ejemplo paradigmático, en filosofía, sobre la heterodesignación de las mujeres, es la construcción que hace Rousseau de Sofía, en el libro V de su obra El Emilio, donde afirma que el destino de la mujer es agradar al hombre y ser sometida debido a que es débil y pasiva por naturaleza. 
[3] Tomo la definición de patriarcado de la feminista Heidi Hartmann que lo entiende como “un conjunto de relaciones sociales entre los hombres que tienen una base material y aunque son jerárquicas crean o establecen interdependencias y solidaridad entre ellos que los capacita para dominar a las mujeres. Es fundamental examinar la jerarquía entre los hombres y su diferente acceso a los beneficios del patriarcado No hay duda de que aquí entran en juego la clase, la raza, la nacionalidad e incluso el estado civil y la orientación sexual, así como la edad. Y las mujeres de diferentes clases, razas, nacionalidades, estados civiles y orientaciones sexuales están sometidas a diferentes grados de poder patriarcal”. (Hartmann, 1980: 97).
[5] http://www.entremujeres.com/trabajo, 6 de diciembre de 2010.
[8] Caputo, J.; Russell, D., citado y traducido por Fontenla, Marta, “Femicidios en Mar del Plata”, en Chejter, S. (ed.). Femicidios e Impunidad, CECYM, 2005, p. 35.

Familia y Heteronormatividad (2009)

Artículo publicado Revista Argentina de Estudios de Juventud N°1 de la Facultad de PEriodismo y Comunicación Social de la Universidad NAcional de La Plata en el año 2009

Disponible en

https://perio.unlp.edu.ar/ojs/index.php/revistadejuventud/article/view/1477

https://perio.unlp.edu.ar/ojs/index.php/revistadejuventud/article/view/1477/1251


Familia y heteronormatividad

Luciana Guerra


Desde diferentes disciplinas y perspectivas es estudiada una institución tan compleja y dinámica como la familia. Abordajes estadísticos, antropológicos, sociológicos, históricos, intentan comprender y analizar la diversidad de estructuras familiares. Incluso, estos estudios, cambiaron la noción de “familia” por el de “organizaciones familiares” para evitar caer en definiciones ahistóricas y monolíticas que pretenden instalar como “natural” una única manera de agrupamiento familiar.
Sin embargo, la feminista marxista Heidi Hartmann, considera que estas investigaciones históricas, sociológicas y antropológicas, abordan las organizaciones familiares como unidades cuyos miembros comparten intereses, minimizando la conflictividad que pueda darse entre los mismos. Este punto de partida teórico no es favorable para visibilizar y comprender la situación concreta de las mujeres en el seno familiar.

A partir de los aportes de los Estudios de Género y de la teoría feminista, la familia va a ser cuestionada y denunciada como ámbito de dominación masculina por excelencia dónde el mandato patriarcal de ser madre opera como eje organizador de la vida de las mujeres. Las relaciones de poder, las jerarquías por edad y sexo, la Heterosexualidad Obligatoria, la división sexual del trabajo, el trabajo doméstico no remunerado, la transmisión de valores patriarcales, la producción del binarismo sexual y la reproducción de los estereotipos de género en el proceso de socialización, son algunas de las categorías producidas por la teoría feminista para visibilizar los mecanismos de subordinación de las mujeres. Lejos de considerar a la familia como una unidad armónica con intereses comunes, esta perspectiva pone de manifiesto los conflictos y las tensiones existentes en la misma. Teniendo en cuenta los cambios económicos y políticos de los últimos tiempos y el impacto que los mismos han tenido en la estructuración de las familias, intentaré analizar, en qué medida, la familia continúa siendo o no una institución medular del sistema patriarcal, reproductora del orden heteronormativo. 
Con esto, nos referimos a un orden construido a partir de un sistema sexual binario y jerárquico: mujeres / femeninas / inferiores y varones / masculinos / superiores, reforzado, a su vez, por la esencialización de la sexualidad a través de la imposición de la Heterosexualidad Obligatoria. En definitiva, este sistema sexo-género como lo denominó Gayle Rubin, no sólo limita la definición de lo humano a dos categorías genéricas, varones y mujeres, sino que también disciplina el deseo sexual para que los sexos opuestos se atraigan mutuamente. Resulta de suma importancia para nuestro análisis, señalar que la heteronormatividad del patriarcado conduce a la discriminación e inferiorización tanto de toda orientación sexual disidente, como de cualquier identidad genérica que no respete la dicotomía varón-mujer –léase: travestis, transexuales, intersexuales, transgéneros, lesbianas, bisexuales, gays. Un recorrido por la realidad cotidiana de éstos colectivos humanos, nos permitirá analizar en qué sentido la “crisis de la familia” de la que tanto se habla tiene que ver con una apertura ideológica respetuosa de las múltiples maneras de vivir, construir y habitar las comunidades denominadas familias, o responde al alarmismo nostálgico de mentes conservadoras que perderían muchos privilegios si la “familia tradicional” deja de ser modelo y ejemplo de vida para las futuras generaciones.

El contrato sexual y la Heterosexualidad Obligatoria

Carol Pateman en su obra El contrato sexual desarrolla un lúcido análisis respecto al medio a través del cual se constituye y legitima el patriarcado moderno. La historia política más influyente de la modernidad es la del contrato social. Pateman revisa críticamente las tesis de los teóricos clásicos del contrato social moderno -Hobbes Locke y Rousseau- para visibilizar un sesgo genérico en el llamado “contrato original” que da nacimiento a la sociedad civil legitimando la autoridad de los Estados modernos. En sus palabras: “El contrato original es un pacto sexual-social, pero la historia del contrato sexual ha sido reprimida.” (Pateman, 1995, p.9) Según la autora, la historia del contrato social es la historia de la génesis de la esfera pública propia de los fráteres ciudadanos e iguales, ámbito de la libertad y el poder masculino. Por su parte, la historia del pacto o contrato sexual es la historia invisibilizada de la sujeción y dominación de las mujeres, relegadas a la esfera privada, considerada como poco relevante para la vida política del conjunto social. Los sujetos del contrato original son los varones, únicos dotados según los clásicos de los
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atributos para la realización del mismo (racionalidad, neutralidad, etc). Por el contrario, las mujeres son lo pactado, el objeto que sella el pacto.
Como se sabe, la ficción política parte de un supuesto estado de naturaleza que encuentra su fin con el tránsito a través del contrato originario a la sociedad civil. Es importante destacar que aunque las mujeres no forman parte de este contrato originario no permanecen en el estado de naturaleza. La antinomia natural / civil se va a reflejar entonces, en la oposición público / privado. La esfera privada va a ser el lugar asignado para las mujeres, una esfera que es parte de la sociedad civil, pero está separada de ella. Esto se evidencia en que luego de llevarse a cabo el pacto originario el término “civil” va a ser asociado no a la totalidad de la “sociedad civil” sino, curiosamente, sólo a su esfera pública. Pero tanto una esfera como la otra van a adquirir significado en la interrelación que las une y opone al mismo tiempo. Como Pateman señala
La esfera (natural) privada y de las mujeres y las esfera (civil) pública y masculina se oponen pero adquieren su significado una de la otra, y el significado de la libertad civil de la vida pública se pone de relieve cuando se lo contrapone a la sujeción natural que caracteriza al reino privado.(...) Lo que significa ser un <<individuo>>, un hacedor de contratos y cívicamente libre, queda de manifiesto por medio de la sujeción de las mujeres en la esfera privada.” (Pateman, 2005, p.22)
Esta conceptualización que Pateman elabora del contrato social / sexual como vehículo mediante el cual los varones legitiman el acceso, uso y abuso del cuerpo de las mujeres tiene importantes puntos en común con la noción de “ley del derecho sexual masculino” formulada por Adrienne Rich. La autora explica la existencia de dicha ley patriarcal a través de lo que denominó la institución política de la Heterosexualidad Obligatoria.
Desde una perspectiva construccionista de la sexualidad, y posicionada ideológicamente en el feminismo lésbico, Adrienne Rich sostiene que la Heterosexualidad Obligatoria necesita ser reconocida y estudiada como una institución política. Con dicho planteo la autora ataca dos prejuicios persistentes relacionados con la sexualidad de las mujeres: en primer lugar, que éstas se hallan orientadas sexualmente hacia los varones de manera innata; y, en segundo lugar, que el lesbianismo es una representación de recelo hacia los hombres.
Postular el carácter innato de la heterosexualidad elimina la posibilidad de pensar la orientación sexual como una elección. A su vez esencializa la sexualidad ya que, desde este punto de vista, la heterosexualidad sería una suerte de “naturaleza” y quienes no la respetan, aparecen como antinaturales, anormales, enfermas/os, etc.
En su análisis, Rich, pone de manifiesto la incoherencia de semejante argumentación esencializante, ya que si la heterosexualidad fuera realmente innata, ¿por qué, [se pregunta], son necesarias restricciones tan violentas para asegurar la lealtad y sumisión emocional y erótica de las mujeres respecto a los varones? (Rich, 1985, p.11)
Los mecanismos de disciplinamiento y sometimiento para la instauración de dicha institución son múltiples y todos se anclan en la violencia contra las mujeres que va desde lo físico hasta lo psíquico pasando por lo simbólico. Rich enumera un amplio número de prácticas en las cuales se expresa la manera en que opera la Heterosexualidad Obligatoria.
La primera de ellas es negar a las mujeres el desarrollo de su sexualidad, y se refleja en prácticas tales como la ablación de clítoris o su negación psicoanalítica; la negación de la existencia lesbiana a través de asesinatos, persecuciones, expulsión de la historia; restricciones contra la masturbación, entre otras.
La segunda práctica que disciplina y somete a las mujeres es la imposición de la sexualidad de los varones, reflejado en prácticas tales como las violaciones (incluida la marital) y maltratos a las esposas; en el incesto padre-hija, la prostitución, el harén, la ideología del idilio heterosexual; en representaciones pornográficas de mujeres respondiendo positivamente a la violencia sexual y a la humillación, cuyo fundamento es la noción de que el impulso sexual masculino equivale a un derecho inviolable que, una vez desatado, no admite un “no” por respuesta.
Otra práctica es la de disponer y utilizar el trabajo de las mujeres para controlar su producción que tiene lugar en el matrimonio y la maternidad en tanto producción no remunerada, el control masculino del aborto, la contracepción y el parto.
Podría decirse que la Heterosexualidad Obligatoria como medio de asegurar el derecho masculino de acceso físico, económico y emocional sobre las mujeres es habilitada por el contrato sexual desarrollado por Pateman. Ambas autoras comparten que la dominación masculina no se da solamente en la esfera privada, sino que el poder patriarcal gobierna en toda la sociedad civil.
División sexual del trabajo.
Asociar la esfera pública al género masculino y la privada al género femenino trae aparejada una división de tareas y roles claramente demarcados. La división sexual del trabajo es configurada por el sistema capitalista y patriarcal que estructura nuestras sociedades. El trabajo en el hogar, el cuidado de los hijos y los servicios personales y domésticos al esposo van a ser considerados como las actividades “naturales” y propias de las mujeres. Por el contrario, los varones van a ser los encargados del trabajo asalariado por tanto los proveedores del sustento familiar.
De la misma manera que Pateman sostiene que el espacio público encuentra su significado pleno en relación a la definición del espacio privado, encontramos que la supremacía o superioridad de los varones sólo puede comprenderse a la luz de la inferiorización de las mujeres. La construcción binaria masculino superior / femenino inferior engloba una serie de características jerarquizadas donde lo positivo esta del lado masculino y lo negativo del femenino. Para ellos, los trabajos que sólo seres activos, racionales y fuertes son capaces de realizar. Para ellas, los trabajos propios de cuerpos débiles y almas emotivas siempre preocupadas por el bienestar de los otros pero nunca de sí mismas. Con el mito del instinto maternal, la ideología patriarcal presenta a la maternidad como el sentido de la existencia de las mujeres. Pero la maternidad sólo es legítima en el marco de la Heterosexualidad Obligatoria. Si una mujer decide tener un hijo/a sola, es mirada con malos ojos por una sociedad empapada de valores judeo-cristianos. Si una lesbiana desea tener un hijo con su pareja corre igual suerte.
Como las activistas de Lesmadres enuncian:
Cuando las lesbianas queremos ser mamás, enfrentamos discriminación en cada etapa del proceso: amig@s y familiares que se preguntan y nos preguntan si no es malo para l@s chic@s tener dos mamás, médic@s dedicad@s a la fertilización asistida que ignoran todo sobre las lesbianas y nos tratan como si tuviéramos problemas de fertilidad o directamente se niegan a atendernos, obstetras que nunca pensaron que embarazo no es equivalente a heterosexualidad, clínicas y hospitales donde parimos que no están preparados para recibirnos como pareja, leyes (o ausencia de ellas) e instituciones vinculadas a la adopción que nos excluyen como lesbianas de la posibilidad de adoptar (a menos que estemos dispuestas a casi negar que lo somos). Cuando nuestras hijas e hijos ya están con nosotras, tenemos que enfrentar la discriminación en la figura de pediatras y
de las instituciones educativas. Pero la mayor discriminación es la exclusión del discurso, el destierro de aquello que puede ser dicho: de nosotras, lesbianas mamás, no se habla; de nuestras panzas embarazadas no se habla; de nuestr@s bebés no se habla; de nuestras hijas e hijos no se habla. Por eso es necesario recuperar la palabra. Por eso quisimos compartir lo que aprendimos en nuestras búsquedas en medio de tantos silencios, con la esperanza de facilitar un poco las búsquedas de otras .(Lesmadres, 2009, p. 3)
Como vemos maternidad implica una familia nuclear heterosexual y una gran cantidad de tareas no remuneradas que las mujeres deben realizar.
Si bien estos últimos años las mujeres lograron avanzar sobre el espacio público realizando trabajos que años atrás eran impensados para las mujeres, el trabajo en el hogar sigue estando a cargo del género femenino. Como bien señala María Antonia Carbonero Gamundi:
Numerosos estudios muestran que el significado del trabajo remunerado es todavía distinto para maridos y esposas en la mayoría de las familias. En general, el hombre parece más propenso a mantener el trabajo remunerado y la familia como esferas separadas en su vida, mientras la mujer en parte condiciona su participación en el mercado de trabajo a las necesidades de la familia. Todos los resultados muestran una resistencia notable al cambio en la división del trabajo en el hogar y en el exterior, atravesada por la línea de género. Cuando hay un incremento en las responsabilidades familiares, las mujeres, y no los maridos, responden mayoritariamente reduciendo la cantidad de tiempo gastado en el trabajo remunerado. La situación más característica es cuando hay niños pequeños en el hogar, entonces las mujeres casadas son las que tienden a dejar los empleos o bien, en algunos países, a reducir el tiempo de empleo remunerado.” (Gamundi, 2007, p. 83)
Otro aspecto para destacar es que los cargos asignados a las mujeres en el ámbito público parecen ser, en su mayoría, una extensión de las tareas realizadas en el hogar. Maestras, enfermeras, secretarias, empleadas domésticas, obreras textiles, lavanderas, etc., son algunas de las ramas del mercado laboral consideradas femeninas.
Hace más de 2000 años que Aristóteles sentenció que ...el macho es superior por naturaleza y la hembra inferior; uno gobierna y la otra es gobernada; este principio de necesidad se extiende a toda la humanidad. (Aristóteles, ,1254 b 13-15) . Esta naturalización de la inferiorización de la mujer desarrollada elocuentemente por la tradición filosófica androcéntrica legitima la desigualdad de posibilidades laborales entre los sexos. La capacidad de mando, considerada virtud masculina, reserva a los varones cargos jerárquicos y directivos que implican toma de decisiones. Si bien esto tiene que ver con relaciones de poder, dominación y explotación impuestas históricamente, se pretende deducir semejante estado de cosas de esencias metafísicas que definen las capacidades de lo femenino y lo masculino. Esta desvalorización compulsiva de las mujeres hace incluso que por el mismo trabajo reciban un salario menor al que se le paga a un varón.2 Si tenemos en cuenta que las mujeres realizan las dos terceras partes de la jornada mundial de trabajo y perciben un 10% de las remuneraciones totales, tienen un 1% de la propiedad mundial y son el 80 % de los 1500 millones de pobres que hay en el mundo, es evidente que no sólo factores de clase pueden explicar por qué son las mujeres las más pobres entre los pobres. Desde mi punto de vista, la variable de género resulta indispensable para comprender la situación de opresión y explotación d
Federico Engels en el prefacio a la primera edición del El origen de la familia la propiedad privada y el Estado escribe
Según la teoría materialista del Estado, el factor decisivo en la historia es, en fin de cuentas, la producción y reproducción de la vida inmediata. Pero esta producción y reproducción son de dos clases. De una parte, la producción de medios de existencia de productos alimenticios, de ropa, de vivienda y de los instrumentos que para producir todo eso se necesitan; de otra parte, la producción del hombre mismo, la continuación de la especie. El orden social en que viven los hombres en una época o en un país dados, está condicionado por esas dos especies de producción: por el grado de desarrollo del trabajo, de una parte, y de la familia, de la otra. (Engels, 1976, p.3)
Si bien esta cita plantea que tanto la producción de bienes como la producción de personas son centrales y determinantes en la historia, la tradición marxista sólo ha puesto esmero en comprender el modo de producción de objetos. Resulta indispensable, a mi modo de ver, analizar con mismo esmero y seriedad el modo de producción y reproducción de los sujetos históricos. Cómo se moldean y disciplinan los cuerpos, el deseo y las subjetividades desde un sistema que convierte en inteligible solamente los cuerpos normativizados por el dimorfismo sexual.

El sistema sexo-género y la insolencia de lxs anormales

El sueño que me parece más atractivo
es el de una sociedad andrógina y sin género (aunque no sin sexo),
en que la anatomía sexual no tenga ninguna importancia para lo que uno es,
lo que hace y con quien hace el amor.
Gayle Rubin

Gayle Rubin define al sistema sexo / género como el ...conjunto de disposiciones por el cual la materia prima biológica del sexo y la procreación humanas son conformadas por la intervención humana y social y satisfechas en una forma convencional... (Rubin, 1986, p. 11)
El feminismo radical de los 70 desarrolló el concepto de patriarcado para dar cuenta de un sistema de dominación sexual, con el fin de distinguirlo del modo de producción como sistema económico de dominación. Pero Rubin prefiere utilizar el término sistema sexo / género ya que lo considera un término abstracto que puede ser aplicado para analizar las distintas formas en que las sociedades humanas han tratado el sexo, el género y la procreación. Así como el marxismo habla de modos de producción y el capitalismo es uno de ellos, el concepto patriarcado3, según Rubin, podría generar confusión debido a que no permite distinguir la capacidad y la necesidad humana de crear un mundo sexual y los modos empíricamente opresivos en que se han organizado los mundos sexuales” (Rubin, 1986, p. 14)
Lo que le interesa resaltar con esta distinción terminológica es que si bien casi todas las sociedades, por no decir todas, han organizado la sexualidad y producido el sexo con la violencia propia de las jerarquizaciones genéricas, es posible construir una sociedad sexualmente igualitaria. Gayle Rubin considera al patriarcado como una forma específica y concreta de dominación masculina de pastores nómades cuyo poder absoluto sobre esposas, hijos y rebaños estaba en manos del patriarca familiar que fundaba su poder en la institución paternidad. 
El sistema sexo-género disciplina los cuerpos y el deseo a través de la heteronorma. La conceptualización de lo humano sólo va a ser inteligible dentro del dimorfismo sexual. Varones y mujeres agotan el universo de lo humano desde esta perspectiva binaria. Los mecanismos de disciplinamiento y control genérico operan incluso antes del nacimiento de lxs niñxs. Se suele preguntar a las embarazadas con panza de varios mesas ¿ya sabés qué es? ¿es nena o nene? La genitalidad observada por el médico determina el sexo. Sexo masculino o sexo femenino son los protagonistas del orden heteronormativo. Todo cuerpo que no se ajuste a estos códigos jerárquicos y binarios va a sentir sobre su existencia la despiadada y muchas veces bendecida violencia de género.
Cuando la niña no juega a la muñeca sino que se trepa a los árboles, cuando rechaza los vestidos y el color rosa, en definitiva cuando no se comporta como una señorita los estigmas aparecen como mecanismos de adoctrinamiento. Marimacho, machona, varonera, india y mal educada son las primeras agresiones que demarcan los límites que no deben ser trasgredidos. Por su parte, el niño también tiene juegos en los que debe ensayar su futura masculinidad hegemónica. No llorar, ni usar el color rosa, no vestirse de princesita ni pintarse los labios, ejercitar su fuerza jugando a la lucha.
Autos, camiones, aviones y barcos, son juguetes ideales para los niños.
Los roles genéricos son aprehendidos en la más tierna edad y el sexismo estridente de los juguetes reprime y limita la libertad en la infancia. La familia, la escuela, y los medios de comunicación están sincronizados para afianzar los estereotipos de género. La diversidad de identidades genéricas o bien es invisibilizada o estigmatizada y patologizada.
Una violencia que ni siquiera se la reconoce como tal sino que se la considera una practica “curativa” y/o “sanadora” es la mutilación infantil intersex. La supuesta ambigüedad sexual de las niñas y niños intersexuales es condenada por el poder médico. La “normalización” a través de intervenciones quirúrgicas de “reconstrucción” genital en los primeros años de vida es la manera en que la violencia médica opera apoyada en el diagnóstico heteronormativo de “ambigüedad sexual”.
Esta brutalidad es combatida por el activismo intersex cuyas demandas fundamentales son el reconocimiento de ...la intersexualidad como posición identitaria particular, (...) el respeto por la integridad corporal de los niños y niñas intersex, a partir de dos reconocimientos: en primer término, la propiedad individual del propio cuerpo; en segundo término, el carácter histórico, construido y contingente de la relación entre corporalidad y género, incluyendo la definición de genitales femenina o masculinamente “adecuados”. (Cabral, 2007, p.181)

La identidad travesti también es altamente violentada. En un informe sobre la situación de la comunidad travesti en la Argentina coordinado por Lohana Berkins y Josefina Fernández se detallan datos que muestran las constantes violaciones a los derechos humanos de las travestis.
De cada 100 travestis, 86 fueron agredidas por la policial. En la calle, en las instituciones de salud, educativas y en la familia la travestofobia es generadora de múltiples formas de violencia, tanto psíquica y simbólica como física. El desorden genérico que implica el travestismo es atacado por padres, madres, hermanos/as, compeñeras/os del colegio y todos/as los/as que representan “otros significativos” en los procesos de socialización.4
El vestirse como mujer, maquillarse y probarse medias y tacos es un recorrido solitario, a escondidas de la mirada de los otros. Hay algo de ese juego solitario que los demás perciben pero callan o nominan de modos que resuenan. Y así, durante mucho tiempo, quizá toda la adolescencia [y también la infancia] , el tema permanece silenciado. ¿Qué es ser travesti? ¿Vestirse como tal, transformar el cuerpo, sentirse de una determinada manera?¿Desde cuándo se es travesti? ¿Siempre? (...) La escuela, como la familia, no aparece como un lugar en donde poder plantear estos interrogantes. Las dificultades de transitar el travestismo en estos espacios conducen, en muchos casos, a optar por migrar a grandes ciudades en las cuales el anonimato y el contacto con otras travestis permiten, tal vez, dar una respuesta a aquellos interrogantes. (Berkins y Fernández, 2005, p.101)
La rebeldía genérica de las identidades travesti, transexual, intersexual y transgénero es una amenaza para el poderoso binarismo sexual del que venimos hablando. Pero la sexualidad también es un campo minado de violencias. La Heterosexualidad Obligatoria, como vimos, es una institución central del poder patriarcal. Que una mujer desee a otra mujer sexual, erótica y afectivamente implica un acto de independencia respecto de la sexualidad masculina. La consecuencia política del deseo lésbico es la pérdida de privilegios de los varones sobre el cuerpo y la sexualidad de las mujeres. Esto debilita el consenso que habilita el heterosexismo, necesario para perpetuar la dominación sobre el grupo oprimido. A su vez los ámbitos de dominación creados para avalar el heteropatriarcado – el Estado y demás instituciones: escuela, familia, entre otras- se resquebrajan, ya que estos parten del
supuesto imperativo de la heterosexualidad obligatoria. El lesbianismo, entonces, amenaza la raíz de la dominación masculina que utiliza la erotización para someter a las mujeres. Si éstas desean a su amo- marido/ novio/ amante -alias príncipe azul-, facilitan la subordinación al patriarca. La invisibilización es el mecanismo característico de violencia contra las lesbianas. Cuando la lesbiana pronuncia su deseo dentro de la esfera familiar las manifestaciones de violencia son múltiples. Desde la expulsión de la casa, hasta la negación sistemática a través del silencio, o incluso en la discriminación implícita de la tolerancia.
Como lo femenino es considerado inferior todo cuerpo que exhiba significantes femeninos ocupa un lugar de subalternidad. La estigmatización de los gays es un elemento constitutivo de la socialización masculina hegemónica.
Determina los límites que no deben ser transgredidos si se quiere se un verdadero “macho”. Ser varón, ser poseedor de virilidad, significa no ser puto y no ser mujer.
Mientras más marcas femeninas presente en su cuerpo, mayor la discriminación. Incluso el hecho de ocupar un rol “pasivo” en la práctica sexual es visto con mayor desprecio que los gays “activos”. Desde ya que esta oposición activo/pasivo responde a construcciones estereotipadas esencializantes y pensar que hay gays activos y pasivos es consecuencia de los prejuicios genéricos heterosexistas.
Hace solamente 19 años que la Organización Mundial de la Salud (OMS) reconoció que la homosexualidad no era una enfermedad. Si bien esto fue un avance en el plano formal, la realidad es que esta construcción histórica que identifica la homosexualidad como una perversión aún se hace eco en la sociedad.
Teniendo en cuenta este marco de violencia heteronormativa, intentaremos analizar en qué sentido, y en qué medida, puede decirse que la familia tradicional está en crisis.

Cambios y permanencias en la familia argentina.
Pero igual hay algo primordial
que es defender y amar
nuestra familia Argentina.
Preservar la fe y la moral,
rezar y promover
parejas bien constituidas.
(Viudas e hijas de Roque Enroll)

En los últimos años se registran cambios en las estructuraciones familiares de nuestro país. Alicia Itatí Palermo sintetiza las variaciones que considera más significativas de la siguiente manera:
a) incremento de las uniones de hecho y disminución de las uniones legales. (...) b) aumento de la edad en la que se accede a la unión, sea de hecho o legal. c) incremento de los hijos nacidos fuera del matrimonio. d) aumento de las separaciones. (...)e) aumento de las familias reconstituidas, las familias sin hijos y las familias con jefaturas femeninas.; f) aumento de los hogares unipersonales. (...); g) las familias nucleares, si bien ha descendido, siguen siendo las más frecuentes. Sin embargo, sus características han cambiado, ya que muchas de ellas son uniones de hecho o familias reconstituidas. (Palermo, 2007, p.138)
La familia occidental se instituye en un sistema capitalista y patriarcal. La crisis que atraviesa el capitalismo actualmente llega a todas las instituciones que lo conforman incluida, entre ellas, la familia. Los factores económicos y su impacto en las estructuraciones familiares son fundamentales para poder entender estos cambios. La desocupación y precarización laboral en aumento es un elemento que influye en la decisión de constituir parejas de hecho6. Lo mismo puede decirse del cambio de edad en la consecución de las uniones por parte de las mujeres que paso de los 20 años promedio a principios del siglo XX, a los 29 años promedio en la actualidad.
La desocupación y bajos salarios también hace que los varones no puedan ocupar el lugar de proveedores y único sustento familiar, característica esencial del estereotipo masculino (macho proveedor). Esta situación también empuja a las mujeres a trabajar fuera del hogar. Pero aunque las mujeres se van incorporando cada vez más en puestos de trabajo remunerado, como vimos anteriormente, el mito del “instinto maternal” sigue operando. El cuidado de los hijos y las tareas domésticas siguen estando, en su mayoría, en manos de las mujeres estableciéndose de esta forma la doble jornada laboral femenina.
Algo que me interesa resaltar es que si bien estos análisis muestran que el matrimonio como contrato fundacional de las familias disminuye, seguimos hablando de la realidad familiar heterosexuales. Porque las familias del colectivo LGTTTBI siempre fueron familias de hecho debido a la ilegalidad del matrimonio gay en la Argentina.7 Por tanto, el relativo debilitamiento de la institución matrimonial, a mi modo de ver, no es paralelo al debilitamiento de la Heterosexualidad Obligatoria. Y esto se ve reflejado en situaciones tales como el incremento del embarazo adolescente y la penalización del aborto.
La ley de educación sexual sancionada recién en el 2006 es una política que intenta, en cierta medida, abordar estas problemáticas para que las/os jóvenes puedan informarse, reflexionar y debatir sobre la sexualidad y el sexo. Igualmente sabemos que la educación sexual en las escuelas no se inicia con esta ley, ya que la heterosexualidad obligatoria fue y es transmitida de manera implícita como contenido del denominado “currículum oculto”.
También hay que tener en cuenta las lastimosas condiciones en que se encuentran las escuelas públicas y los bajos salarios que perciben maestras/os y profesor/as influye directamente en que baje el nivel educativo. Aún así, esta ley es un gran avance y una herramienta política importantísima que abre la posibilidad de cambiar el rumbo de la educación sexual implícita que siempre ha transmitido la escuela: heterosexualidad obligatoria y supremacía masculina.
Este “peligro” libertario fue muy bien percibido por el arzobispo de la ciudad de La Plata, Monseñor Héctor Aguer quien hizo declaraciones que merecen el más amplio y profundo repudio. Fueron muy difundidas sus palabras por los medios en relación a los contenidos del “Manual sobre Educación Sexual y Prevención del VIH/SIDA” elaborado por el Ministerio de Salud de la Nación. El padre Alberto Bochatey, director del Instituto de Bioética de la Universidad Católica Argentina adhirió fervientemente a los comentarios de Aguer afirmando que el manual “tiene una línea neomarxista”, de tono “feminista” que plantea en algunos casos “un empujón a la homosexualidad”. En declaraciones al canal TN (Todo Noticias) sentenció que la instrucción oficial introduce “no ya la dialéctica de las clases sociales sino de clases sexuales, algo de lo que Marx no habló, por lo que es neomarxista”; “Como se presenta el tema de la homosexualidad, pareciera que se da un empujón. Dice [el manual] que la heterosexualidad es alentada por el capitalismo. Y afirma que la sexualidad no es natural sino cultural”
Éstos comentarios demuestran que “la familia” como dice Heidi Hartmann, es un terreno de lucha política de género y de clase. Y en esa disputa ideológica la Iglesia Católica se pronuncia nuevamente contra el derecho a decidir sobre el propio cuerpo y la propia sexualidad. Derecho indispensable si pretendemos construir lazos, relaciones, familias y sociedades que respeten los derechos humanos de todas y todos.

Conclusiones: Lo personal es político

Desde los años sesentas se viene advirtiendo sobre la “crisis de la familia”. La realización de charlas de debate informativas difundían la “mala nueva”. Sacerdotes, médicos y docentes (“decentes”) eran los protagonistas de las tertulias. Las conclusiones coincidían en la falta o caída de la autoridad, prioritariamente la paterna, la pérdida de valores y la juventud (o adolescencia) insolente y descarriada. (Giberti, 2007, p. 217).
Fue también en los 60 que las feministas radicales de Estados Unidos declararon la disruptiva consigna de que “Lo personal es político. Con esto, las fronteras demarcadas por la dicotomía público / privado fueron cuestionadas por un movimiento que desde sus orígenes cuestionó la subordinación de las mujeres respecto de los varones. La violencia sexista ya no era considerada una cuestión particular o aislada que alguna mujer padecía. Era una cuestión política. Las violencias vivenciadas cotidianamente por las mujeres en el ámbito “privado” eran, y siguen siendo, sistemáticas. El Contrato Sexual, como vimos, habilita estas situaciones opresivas. Pero los cuerpos violentados por el poder heteronormativo se fueron organizando. El movimiento feminista de fines de los `60 y `70 (la denominada segunda ola), el feminismo lésbico, el movimiento lgtttbi y el movimiento queer desarrollaron teorías y políticas que permitieron visibilizar los mecanismos de disciplinamiento del sistema sexo / género. La legalización de la unión civil para personas del mismo sexo en ciudad de Buenos Aires en el 2002, la Ley de protección integral para prevenir, sancionar, y erradicar la violencia contra las mujeres sancionada en el 2009, son algunos de los logros conquistados. Pero todavía hay mucho que transformar.
Cuando los curas de la Iglesia Católica se escandalizan y gritan al cielo que la familia está en crisis, están queriendo decir que la “gran familia de anormales e inferiores” está incrementando sus derechos y libertades. Pero lejos está de entrar en crisis la familia en un sentido feminista. Para que esto ocurra primero tendría que darse una crisis en el sistema sexo-género. Mientras sigan siendo los varones heterosexuales los representantes de lo 14
humano, las mujeres heterosexuales su complemento y el resto “diferentes” a quienes en el mejor de los casos se los tolera, la crisis del sistema capitalista y patriarcal va a seguir siendo un horizonte lejano. Para que la familia entre en crisis en el mejor de los sentidos, ( como apertura ideológica respetuosa de las múltiples maneras de vivir, construir y habitar las comunidades denominadas familias)
en nuestra sociedad no tendría que haber desigualdades de género, etnia, clase, orientación sexual, nacionalidad y edad. Para deshacernos de un orden heteronormativo que violenta nuestros cuerpos resulta indispensable y urgente sebvertir nuestra realidad cotidiana.
Por último, quiero citar estas palabras de Lesmadres porque son expresión de una búsqueda política y humana en la que se inscribe un proyecto de familia que pone como centro la libertad y el respeto de los derechos humanos de todas y todos.
Nuestros reclamos están orientados al reconocimiento político, social, cultural y legal de los derechos de nuestr@s niñ@s, de nuestras familias y de nosotras como lesbianas.
Trabajamos para lograr el respeto de todas las diversidades con la intención de promover una sociedad sin desigualdades de género ni de clases. Como activistas deseamos crear familias sin autoritarismos ni violencia desde una concepción de izquierdas que nos permita imaginar la utopía cercana de construir un mundo en libertad. (Lesmadres, 2009, p.2)


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El subtexto de género de las noticias: androcentrismo y sexismo en la mira (2014)

Este texto fue publicado en en año 2014 en la  Colección Cuadernos de Cátedra de La Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la U...